1

74 4 2
                                    

30 de Abril, 1971. En algún lugar de Vietnam.

Mi corazón.

Han pasado ya dos años desde que partí. Sé que esta es la primera carta que te mando, mas no es la primera que te he escrito. No es que no te extrañe. Te extraño como no tienes idea, pero, al estar aquí, descubrí lo cobarde que en realidad soy. Oh, Dalia, mi amor, no sabes los horrores que he visto, los horrores que yo mismo he cometido. Tal vez, si me vieras ahora, ni siquiera me reconocerías.

Hace unos días llegamos a un campamento enemigo que había sido desalojado previamente. El señor Hanscom nos ordenó revisar cada cabaña y madriguera del perímetro. Como siempre, yo estaba con Eddie Willson, marcando los alrededores del claro cuando descubrimos la pequeña "cueva" cubierta de hierba y arbustos. Fui yo quien tomó la iniciativa de descubrir el hueco. Y allí dentro, en la oscuridad de la selva vietnamita, encontré un par de niñas nativas. Una tendría unos trece años, mientras que la otra no habría pasado de los cuatro. Estaba seguro de que eran hermanas, pero no hablaban nuestro idioma y la mayor comenzó a llorar al ver mi arma. Eddie y yo tratamos de calmarlas un poco. «Shh...cállense, pequeñas, las escucharán», decía Eddie casi susurrando.

Las hermanas estaban cubiertas con harapos aterrados y olorosos, tenían el rostro cubierto de mugre, un poco más claro en los canales que marcaban sus lágrimas en las mejillas. La menor abrió la boca para soltar un alarido, tomando aire, cuando le cubrí los labios con mis manazas. Me sentía bastante torpe. No les haremos daño, les dije con una voz tan baja que hasta yo batallé para escucharme. Supongo que me entendieron porque asintieron con los ojos abiertos, desorbitados.

Retiré mis manos de su boca y puse mi índice en vertical a mis labios. Volvieron a asentir. Esperen aquí, dije mostrándole los diez dedos de mis manos. Reportamos despejado al Teniente Hanscom y hurgamos en las reservas hasta dar con una pequeña barra de granola y, sin levantar sospecha, me dirigí a donde las hermanas. No tenía nada más que ofrecerles, te lo juro. Ahora estoy haciendo la guardia, mientras Eddie y los demás duermen, esperando que las niñas lo hagan también en ese hueco en la tierra cubierto de hojas.

Dalia, sólo quiero regresar contigo. Echo tanto de menos tu mirada, tu voz tan dulce. Ansío con locura volver a sentir tus labios contra los míos. ¿Recuerdas nuestro primer beso?, yo no me lo saco de la cabeza.

Te amo demasiado.

Con cariño, Ron.

Las RuinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora