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2 de Mayo 1969. Estados Unidos, California.

Mi vida.

Me duele dejarte atrás. En realidad no sé porqué lo hago. Quizá por la implacable presión de mi padre, por el falso sentido de nacionalismo que se nos intenta imponer o porque, simplemente, no le encuentro sentido a mi vida si no estás en ella. Creo que esa fue la gota que derramó el vaso.

En unas horas saldré rumbo al sureste asiático para pelear una guerra que no comprendo del todo. Con tu rostro como grabado en piedra dentro de mi mente, tus ojos que no puedo dejar de encontrar en cada par de estrellas particularmente brillantes. No me quiero ir. Aún sigo aquí y ya siento que echo de menos cada pequeña peca y lunar de tu rostro. Los he memorizado casi por completo y puedo verlos en cada patrón de puntos que encuentro. Pude verlos surgir de entre las constelaciones y las marcas de fuego del avión que nos llevará a Vietnam.

Tal vez no regrese vivo a este país, y la verdad es que no me importa demasiado. No me queda nada aquí.

El recuerdo de cuando te vi por vez primera abarca cada espacio de mí y no permite el acceso de alguna otra memoria.

Recuerdo a la perfección ese día. Es como si viviera el momento a través de un retrato mental. El marco que lo adorna no es más que tu ausencia. Estabas de pie junto al muelle, con tu vestido a cuadros, amarillo. Eras más radiante que la hermosa puesta de sol veraniega que se suscitaba justo en el borde del océano, donde se funde el cielo con el mar.

Estoy seguro de que te acompañaba alguien más. Un joven seguramente, era menor que nosotros, pero, por mí, podrías haber estado con el mismísimo presidente. No te dejaría ir. Era la fiesta de reencuentro de nuestra generación de la Universidad. Fiat Lux. Supuse que eras de la facultad de artes de inmediato.

Eddie y yo llegamos en el rojizo Ford 66 de sus padres. Me zafé de él al verte. Me acerqué a ti, con el cabello peinado todo hacia atrás y mi chaqueta de la universidad. Entonces me miraste. Oh, Dalia, que si me miraste, me devoraste con los ojos y yo a ti. No recuerdo qué frase barata y de cliché te dije para deshacerme del mal tercio. Pero funcionó.

La fiesta fue aburrida y un tanto estúpida, Eddie se emborrachó hasta quedarse dormido en la alfombra y lo arrastré hasta el jardín para hacerte reír. Ah, cómo extraño tu sonrisa. De un sonido cálido y contagioso. De verdad estoy enamorado de ti.

La fiesta fue el inicio del camino, igual que el camino que manejé para llevara a Eddie a casa. Los siguientes meses fueron de ensueño y magia, cada pequeño detalle que conocía de ti era aun más encantador que el anterior. Tu extraña obsesión con Elvis, cómo bailabas sus canciones. Cómo cantabas los coros con tu voz de niña.

Pero nada que sea tan bueno para ser cierto lo es. Estoy tan arrepentido de lo que hice. Quisiera tomar del cuello a mi antiguo yo y hacerle entrar en la cabeza tan dura la idea de que eras alguien que no quería perder, bajo ninguna circunstancia. Sin embargo es muy tarde ya y tengo que partir.

Si, cuando vuelva, aún me estás esperando, si aún me amas, no te dejaré ir nunca más, me quedaré a tu lado lo que tenga que durar. Te extrañaré como un loco, eso sí lo puedo asegurar.

Debo irme, Dalia.

También te aseguro que te amo y que regresaré. Y que no volveré a dejarte atrás.

No me olvides, que yo no lo haré.

Con amor, Ron.

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