1. La tormenta de nieve

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Un manto de oscuridad cubrió el cielo. Nada en el ambiente había presagiado la llegada de la tormenta. Los relámpagos invadieron con destellos la bóveda celeste, para después dar paso a los temibles estruendos. El intenso frío avanzó acompañando a la tempestad, vistiendo el paisaje de blanco gracias a la imprevista nevada. La tregua ofrecida aquel año a la primavera, apenas apreciable, se convirtió en un mal augurio. Las constelaciones, alineadas igual que el día de su muerte, señalaban el inicio de un nuevo ciclo.

Cinco siglos de relativa paz, extendidos por toda Shima como una funesta enfermedad, contribuyeron a relegar su recuerdo a una simple leyenda. Nadie creyó que regresase, pues daban por zanjada su época; todos, salvo aquellos que conocían su destino.

El día de su despertar era señalado. Su alma ―reclamada para volver a luchar, avivada por un juramento― se alzaba de nuevo y con ella su tan temido ejército de dragones.

How-yi había llegado la noche anterior a la fortaleza; buscaba un refugio para él y su yegua parda ante la virulencia de la tormenta. Como explorador y cartógrafo de Titania ―la montaña roja, hogar de los Dragones―, llevaba unos cuatrocientos años recorriendo el continente, informando al Consejo de Dragones de los cambios políticos y actualizando las fronteras de los ducados. También realizaba, aunque de forma secreta, elaborados informes sobre las amenazas que representaban las diferentes naciones para los intereses de Titania. Intereses que consistían solo en mantener el control del flujo. Por ese motivo, siempre viajaba.

La fortaleza de Cromón, al igual que las otras cuatro, representaba un puesto de vigilancia. Situadas de forma estratégica, custodiaban los pasos hacia Titania en cada una de las cinco provincias hsias. La fortificación contaba con un regimiento de doscientos hsias; tres cuartas partes, escuadrones.

Nada más mostrar su blasón en el puesto de vigía, entró y sin esperar a nadie, dirigió su yegua hacia las cuadras. Conocía a la perfección la distribución de la fortaleza, ya que no había cambiado en los últimos trescientos años, desde su construcción.

Cansado más por el frío que por el largo viaje, encaminó sus pasos hacia la nave principal. Sabía que no necesitaba el permiso del general al mando para quedarse hasta que amainase la tormenta; no obstante, decidió presentar sus respetos y cumplir con las normas de cortesía pidiendo el derecho de pernocta al capitán de guardia.

Una vez acomodado en uno de los barracones, junto a un escuadrón de exploradores, agradeció la comodidad y el calor, tanto de la pequeña litera como de las voces de sus congéneres. Le resultaba agradable volver a escuchar su lengua materna.

Amaneció nublado y todo el paisaje cubierto de nieve. Sin nada que hacer, pues aún seguía nevando, How-yi sacó de su equipaje un viejo y descolorido quipao negro y azul, el único que le quedaba; pese a que él también pertenecía a la misma raza, no solía utilizarlo fuera de Titania. Prefirió cambiarse, pues la ropa de montar de los ducados resultaba extravagante entre aquellos muros. Una vez ajustada la armilla a su muñeca, garbada con el blasón de la casa de su señor, salió en dirección al salón de reuniones.

La amplia sala rectangular mostraba de forma casi insultante el único objeto de decoración: el emblema de la casa regente, un enorme estandarte que tapizaba la pared de enfrente de la entrada. Sobre un intenso fondo negro, un dragón bordado en rojo resumía el significado de toda la fortaleza. Admirando la familiar sala, pensó en la carencia de ornamentaciones. Pragmáticos, un adjetivo con el que se podía resumir a los hsias.

Su vista se fijó en el atril, un sencillo mueble de madera sin grabados que contenía el cuaderno de ordenanzas; a bordo del bajel de un viejo amigo suyo, el Viento del Norte, aquello se llamaría bitácora, pero en tierra firme solo era un grueso y pesado libro donde quedaban anotadas, no solo las órdenes destinadas a la guarnición, también asuntos más mundanos como los horarios de comidas, los turnos de guardia, los hallazgos de los exploradores... En definitiva, la vida de la fortaleza en sí.

Kaly-an, El despertar del guerreroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora