Kapitel drei

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Intenté seguir con aquella reunión y acceder a acompañarlos al lago .Todos nos dirigimos a la hierba que rodeaba el lago. Era día de luna, esta reflejaba de forma singular en el agua donde apenas nadaban dos patos. Hugo, el pintor se hacía muy cercano a mis alrededores; de alguna manera no me incomodaba en lo absoluto. Pero no podía apartar el pensamiento sobre Max.

– ¿Chicas, qué les parece el collar de perlas que me regaló Hermann?- preguntó Gretchen acariciando su cuello.

–Está precioso, Gret.- halagó Ada.- Espero tener la misma suerte que tú con los pretendientes.

–Lindo. Ojalá no haya adornado un cuello judío.- añadí arqueando la ceja.

Henriette rió por lo bajo, seguramente sin entender el mensaje. Ada abrió los ojos de par en par, nerviosa.

–Espero que tus pendientes no estén hechos del oro de dientes judíos también- apoyó Alice.

–Basta, Alice. – Dijo Gretchen controlando su furia –Esos judíos se lo merecen. Obtuvieron la riqueza que nosotros los alemanes deberíamos tener. Ahora es nuestro turno de ser los ricos.

– ¿Matando despiadadamente a seres humanos?- pregunté desafiante.

Los invitados sintieron la presión en el ambiente y se acercaron.

–Juguemos- propuso la recién llegada, Nina.

–Sí, sí- dijo emocionada Ada. Más que emocionaba parecía perrito faldero de Nina.

–Lo que pasa aquí, se queda aquí.- Sentenció Gretchen.

El presentimiento de que la simple reunión llegaría a otros límites, no falló. Claro que todo quedaría entre nosotros, pues si llegaba a oídos de nuestros padres nos apartarían de las pocas amistades que conservábamos. No estoy dispuesta a alejarme de Alice, su amistad es lo bueno que me dejó la guerra.

El juego consistía en poner las manos unas encima de otras al azar. El primero y el último de los que pusieran las manos en la torre, debían comer una uva entre los dos.

Evadiendo las protestas de Alice y Henriette, el juego inició. En la primera partida, por su puesto arreglado, Gretchen besó a Fritz. Ada accedió a los extraños coqueteos de Nina. El espanto de Alice fue comicidad para el resto. Nina gustaba de hombres y mujeres.

Incómoda al no compartir el ánimo para seguir jugando, me levanté y caminé de vuelta a la casa. Nunca vi a una mujer besando y tocando a otra, eso realmente causó asombro en mí.

Tocaron la puerta de mi habitación.

–Soy Hugo, ¿Puedo pasar?

–No. No tengo ánimos para recibirlo.

–Por favor, Mara. Solo deseo charlar.

Aún dudosa me acerqué a la gran puerta hasta girar la manija. El joven se encontraba recostado en el marco de la puerta sosteniéndose en su antebrazo. Al saber que la puerta estaba abierta, se enderezó y entró.

–Siento mucho lo ocurrido- se disculpó mientras calaba de su cigarrillo.

–No estoy acostumbrada a ese tipo de actos.

Sonrió. Inclusive sentí cierta mofa en su gesto.

–Los artistas somos... bohemios. Ya sabe, un alma libre y dispuesta a experimentar.

–Ya veo. ¿Para qué ha venido?

Abrió su saco e introdujo una mano en el bolsillo interno dejando a la vista una caja de cigarrillos. Me ofreció uno. Acepté. Nos sentamos en los sillones frente al balconcillo mientras disfrutábamos del amargo y embriagador aroma del tabaco.

Hugo era un hombre quizás cuatro o cinco años mayor que yo. Rubio, de ojo verde y buen porte. Negar su belleza sería blasfemia. Reservado, pero como un águila observando a su presa. Supongo que para ser pintor, la característica de buen observador le quepa de maravilla. Gretchen se esmeró en hacer propaganda a su talento sobre el lienzo, sinceramente le creía.

–Gretchen comentó que su padre es Obersturmbannführer y se encarga de Bergen-Belsen.

–No exactamente. Supervisa algunos asuntos del frente. Preferiría no tocar el tema de la guerra.

Rió suavemente.

–Así que usted no apoya al partido.

–Nada de política, por favor.

–Sí, mejor. No quiero recordar

– ¿Recordar?

Asintió. ¿Así que estuvo en el frente?

–Verá, un pintor no sirve para la guerra. Mi padre pertenece a la Wehrmacht. Ahora todos pertenecen ahí- rió- En fin, inscribió a mi hermano y a mí a la fuerza aérea. Pero decidimos pelear en el frente oriental. Mi hermano murió salvando a un niño ruso que le cambió agua por pan. El frío es terrible y se siente más cuando no hay comida, tampoco teníamos la ropa adecuada para soportar la temperatura. Logré salir a salvo de Stalingrado.

Levantó la basta de su pantalón haciendo visibles las cicatrices de bala dañando su piel.

–Lo siento tanto.

–Lo mejor es que estoy vivo. Me dieron de baja pues el dolor me aqueja de vez en cuando. Si pudiste fijarte en mi forma de caminar, notarás que cojeo.

–Supongo que debe agradecer por la vida que se le otorgó.

–Sí. Y quisiera compartirla con alguien tan bella como usted

Me enderecé en el sillón. Apagué mi cigarrillo sobre el cenicero y me levanté. Antes de ofrecerle abandonar la habitación, me tomó del brazo obligándome a enfrentarlo. Sus ojos verdes penetraban con molestia y cólera impotente.

–Suélteme por favor.- intenté zafarme de su agarre.

–Vamos, Mara. Dame una oportunidad. Conmigo estarás a salvo. Te puedo dar todo lo que soñaste.

–Tengo novio y nos casaremos cuando la guerra acabe.- sentencié firme en mi respuesta.

Su risa sarcástica de nuevo. Empezaba a incomodarme a tal punto que no me molestaría golpearlo en la entrepierna.

–Querida, no creo que tu novio salga con vida de esto. De la SS uno no sale porque a su mujer no le gusta.

– ¿SS?

– ¿No te lo dijo?

Soltó mi brazo. Besó mi frente y salió por la puerta deseándome buenasnoches. Esta noche no tenía nada de buena. Podía oír la música viniendo delsalón acompañada de carcajadas. La fiesta seguía, incluso con más invitados,pero para mí había terminado desde que llegué.   

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora