Kapitel acht

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El viaje en tren fue tan desastroso como lo susurraban en conversaciones en el despacho de Adler Kahler. El hedor humano, el hambre, los muertos, los llantos de adultos y niños. Algunos trataban de huir, los que lo lograron solo dieron unos cuantos pasos antes de ser baleados. Calculaba que el viaje no sería tan largo si nos trasladaban a Bergen-Belsen, pero si nuestro destino era en Polonia, la situación que presenciábamos se podría cada vez peor.

 Calculaba que el viaje no sería tan largo si nos trasladaban a Bergen-Belsen, pero si nuestro destino era en Polonia, la situación que presenciábamos se podría cada vez peor

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Una joven, tal vez un par de años menor que yo se quedó dormida en mi hombro. No me molestaba en absoluto, lo merecía pues su semblante era pálido incluso parecía enferma.

–Disculpa- mencionó apenada cuando despertó.

–No te preocupes. Estás cansada.

Ella fue quien me distrajo de no pensar en la atrocidad que pasaba. Su nombre era Jana, tenía dieciséis años, su familia murió queriendo escapar. Estaba tan sola como yo.

– ¿Y tú?- esperaba que le contara como llegué al tren.

Suspiré al recordarlo.

–No soy judía, tampoco gitana.

–Entonces ¿qué haces aquí?- interrumpió otra chica. Sabía que todas escucharon lo que decía Jana. Ahora era mi turno.

–No lo sé. Mi padre es... era el Obersturmbannführer, un oficial de alto cargo; él y mi hermano se unieron al partido. Mi madre y yo estando en contra no nos quedaba más que apoyar si queremos vivir. No participábamos de reuniones de la oposición por temor, prácticamente nos suicidaríamos. Acabo de enterarme que quien pensé era mi padre, no lo es. Mi padre fue un judío. El Obersturmbannführer justificó que ya era mayor y él no era responsable de mí. Supongo que por eso estoy aquí. Mi hermano y él dijeron que me llevarían a casa de una tía por mi seguridad. Mi madre seguramente cree que estoy en aquella granja.

Odiaba que sintieran lástima por mí, pero me lo había ganado. Sabían que era casi imposible escapar y no ser vista.

Ya había anochecido. No teníamos ni agua ni comida. Murieron dos niños. El lamento de las madres era lo único que reproducía mi mente. Agobiante. Tenían días sin comer. Fueron trasladados desde Cracovia al gueto donde nos embarcaron; la mayoría habían estado escondidos.

De repente la puerta se abrió de golpe. La mayoría dormitaba. Solo sentí el gran chorro de agua impactar sobre mi rostro. En lo único que pensé fue en los escritos que había guardado en las tiras de mi sujetador. En la foto de mamá.

– ¡Kai! – era él. Era Kai quien nos bañaba con agua helada.

– ¿Mara? ¿Qué haces aquí?

Noté su rostro consternado. No lo entendía.

–Ayúdame. Mi padre me metió aquí.

No podía oírlo sobre los gritos de los pasajeros. Él cerró el tren. Querían escapar. Metí la cabeza entre los barrotes de la pequeña ventana esperando verlo y pedir ayuda.

Al otro lado del Atlántico Donde viven las historias. Descúbrelo ahora