Algo curioso que debo resaltar del viaje, fueron los pequeños partidos de futbol en la cubierta. Sin duda, mis compañeros de camarote participaban gustosos de los encuentros. Presencié algunos de tantos. Sabía a cubierta con un libro y se sentaba sobre las cajas de madera apiladas. A pesar de ser invierno, se notaba el atardecer sombrío, pero igual de impresionante.
Admito que más atención le tomaba al juego que a la lectura. Había algo, un no sé qué, se sentía como si no existiera un conflicto bélico del que huía. Se sentía como los días de antaño cuando Franz y los hermanos de Alice jugaban en la calle, antes de que nos mudáramos a Hamburgo.
Cuando la pelota impactó sobre una de las cajas a mi lado, supe que el partido había iniciado.
— ¡Mara! ¿Juegas?— preguntó George.
—Luego, termino de leer y voy
— ¡No seas aburrida, Mara! — animó Zarek.
Cerré el libro, lo dejé justo donde estaba sentada y fui por la pelota. De fútbol, no sé mucho; no sé de faltas, pero eso no importaba aquí. Cuando mi hermano me explicaba como jugar, sus indicaciones fueron lo suficientemente claras: No empujes, no patees a los demás, pasa la pelota si estás en apuros y sobre todo apunta al arco contrario.
Gracias a las indicaciones, tenía noción de un juego limpio. El juego empezó. Entre risas, insultos y reclamos, nos podíamos divertir un rato antes de que anochezca y la temperatura descienda a tal punto de calarnos los huesos.
No era la única que participada del juego, la querida Greta también jugaba a invitación de George. Si ella participaba del partido significaba que jugaba con la mayoría de hombres. La primera vez que participé del juego, Greta no perdonó que fuese un tanto más delicada que los demás participantes y no tuvo piedad al golpearme, patearme e incluso insultarme. No lo tomaba personal, simplemente estaba celosa de no ser la única mujer a bordo. No entendía el por qué, yo no le quité amistades ni mucho menos la atención que se le brindaba; simplemente era una más en el barco. Tampoco tenía que envidiarme, no me sentía más bella que ella ni mucho mejor en conocimientos náuticos.
— ¡Pateas como niña, Kahler! —exclamó Greta tras arrebatarme la pelota de una mala pasada.
¿Me había llamado Kahler? La sangre se me heló.
— ¿Te asombra que te llame por tu verdadero apellido? Kahler. Mara Kahler Fainelli.
Busqué la mirada de Zarek Friedmann. Sin duda él tenía mucho que ver en todo esto. Fue él a quien pedimos mi madre y yo para embarcarme en un barco lejos de Alemania. Me había traicionado, sin duda. No podía ser otra persona más.
— ¿Pensaste que nadie se iba a dar cuenta que eres hija de un oficial de la SS? ¿Qué tus familiares pertenecen a la Gestapo? ¡Sí que eres ingenua! ¡Für die Liebe Gottes!
Greta me rodeaba mientras sus botas golpeaban el suelo con fuerza y decisión. Los demás me miraban con el ceño fruncido sin entender lo mínimo de la conversación.
—Déjala tranquila, Greta. — Pidió Zarek tomándola del brazo. Ella lo apartó de un tirón.
—Así que querías huir de tu padre...— Rió sin comicidad— ¿No se te pasó por la cabeza de que te buscarían en el puerto?— Gritó.
—¿Tú qué tienes que ver en esto, Greta? Vamos, dilo. — Exigí.
—A ti no te importa. El punto es que engañaste y caíste en la trampa. Ahora todos lo saben. ¡Eres una maldita bastarda judía!
—¿Y eso qué?—pregunté exaltada. —No tiene por qué afectarte. Me voy de Alemania. No me volverás a ver.
—Que los judíos son como las ratas de esta embarcación. — Prácticamente me escupió las palabras al rostro — ¿Sabes qué es lo que se les hace a las ratas? Se exterminan. — Rió escandalosamente.
El sordo sonido del golpe que estampé en su rostro. Inmediatamente su piel enrojeció. No dije más y salí del ambiente hacia el comedor.
Algunos que subían a presenciar la discusión se toparon conmigo en las escaleras. No faltaba que callaran pues sus cuchicheos ya los había oído.
La cocinera me miraba extraño mientras llegaba pisoteando furiosa y el rostro hecho un poema. Tomé la jarra y vertí agua de golpe. Se derramó.
—Cuidado muchacha. Acabo de trapear.— Reclamó disgustada.
—Disculpe.
—Recuerda que tienes que venir a apoyarme. El trato del viaje era que ayudaras.
—Nunca me dijeron eso.
Zarek.
— ¡Mara!— entró llamándome.— Ahí estás.
—Me metiste en un tremendo problema. Tú le dijiste a Greta sobre mí. — dije furiosa mientras la nariz empezaba a quemarme.
—Yo no he dicho nada. No sé cómo se ha enterado. Tampoco lo sabía.
Las lágrimas mojaron mis mejillas ardientes de furia. Zarek se acercó a abrazarme, pero lo aparté. Los abrazos sacan lo vulnerable de una persona.
Nos sentamos. Bebí en agua en silencio. Replanteaba las posibilidades entorno a lo que Greta podía hacer con lo que había descubierto.
—No entiendo cómo fue que ella lo sabe.
—No le he dicho nada. Lo juro, Mara. George tampoco lo sabía hasta hoy.
— ¿Quién fue entonces? No hablo con nadie más que ustedes. Me puede matar.
—Fui yo.
N.de la A.
Hola a todos, espero estén bien. Ahora ya les puedo actualizar la novela pues estuve ocupada. Saludos y felicitaciones a mis dos amigas (Diana y Diana) que lograron su ingreso a la universidad. Felicidades chicas, se lo merecían. Gracias por leer y votar, les agradezco mucho. ¡Que tengan buen día!
N.N ♥.~
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Al otro lado del Atlántico
Ficción históricaMara Kahler, hija de un importante Obersturmbannführer, se ve involucrada en el episodio más fatídico de su vida. Se ve obligada a separarse de su madre y seres queridos en plena Segunda Guerra Mundial. Novela histórica que narra los hechos desde el...