Adriana.

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En la penumbra de su habitación, Adriana se preguntó qué era lo que estaba haciendo ahí. Agazapada en la esquina, esperaba tranquilamente por alguna clase de señal que indicara que había llegado el momento. Pero la señal nunca llegó, y Adriana pasó demasiado tiempo agazapada en ese rincón solitario y hostil. Tanto tiempo, que había olvidado la razón de su repentino miedo, su edad, e incluso, si alguna vez había salido de la habitación.
Pero una noche, lo entendió.
La señal, era ella.
Ella, dispuesta a salir.
Ella, dispuesta a vencer el miedo que le  paralizaba el cuerpo y hacia latir su corazón tan fuerte, que por momentos era lo único que lograba escuchar.
Bum. Bum. Bum.
Un paso.
Bum. Bum. Bum.
Otro paso.
Bum. Bum. Bum.
Ella, que había logrado reunir fuerzas para intentar salir.
Bum. Bum. Bum.
Ella,  que siempre fue la señal.
Lo único que necesitaba para salir de esa habitación era voluntad.
Bum. Bum. Bum.
El ritmo de su corazón que hasta el momento era como el de una orquesta, bajo lentamente hasta convertirse en una balada que la llenaba de ansiedad.
Adriana abrió la puerta de la habitación despacio.
Y lo que vio, fue asombroso.

Hasta desaparecer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora