Pero -dije yo- no me gustaron todos
esos «¡oh, gracias!». ¿Por qué tenía que dar las gra-
cias? No estábamos allí para hacerle un favor. Ade-
más, según me contaron los vecinos, cuando Mrs.
Johnson, su mujer, se marchó de casa en un taxi con
dos maletas, le dijo «cerdo», y él la alcanzó en el por-
tón y siguió mirándola con ese aire de ensoñación
que tiene, mientras el taxista metía las maletas en el
maletero.
-Mischineddu*
, la mujer lo dejó con la cria-
da gioja **, que durante casi un año se encargó de sa-
carles brillo a los espejos y los cristales, y lustre a la
plata, esperando a que Mrs. Johnson regresara, pero
a él esas cosas no le interesaban lo más mínimo. ¿Has
visto la nevera?
-La he visto. Parecía salida de La bella dur-
miente, con sus estalactitas, su queso verde por el
moho, su leche y su perejil malolientes y sus toma-
tes, ¿has visto los tomates? ¿Y la lechuga marrón?--------------------------------------
* Pobrecito.
** Alegre, en sentido irónico.
