capitulo 2..

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Pero -dije yo- no me gustaron todos


esos «¡oh, gracias!». ¿Por qué tenía que dar las gra-


cias? No estábamos allí para hacerle un favor. Ade-


más, según me contaron los vecinos, cuando Mrs.


Johnson, su mujer, se marchó de casa en un taxi con


dos maletas, le dijo «cerdo», y él la alcanzó en el por-


tón y siguió mirándola con ese aire de ensoñación


que tiene, mientras el taxista metía las maletas en el


maletero.


-Mischineddu*


, la mujer lo dejó con la cria-


da gioja **, que durante casi un año se encargó de sa-


carles brillo a los espejos y los cristales, y lustre a la


plata, esperando a que Mrs. Johnson regresara, pero


a él esas cosas no le interesaban lo más mínimo. ¿Has


visto la nevera?


-La he visto. Parecía salida de La bella dur-


miente, con sus estalactitas, su queso verde por el


moho, su leche y su perejil malolientes y sus toma-


tes, ¿has visto los tomates? ¿Y la lechuga marrón?

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* Pobrecito.


** Alegre, en sentido irónico.

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