Antes de conocer a la señora de abajo y al
señor de arriba la vejez nunca me había interesado.
A mis padres no les dio tiempo de hacerse viejos;
mi padre se suicidó muy pronto y mi madre ha
vuelto a ser una niña. A mis abuelos no los veo nun-
ca y la chica que cuida a mi madre es joven.
De todas maneras, una cosa es segura, nin-
gún viejo habría podido despertar jamás mi imagi-
nación. Ninguno salvo la señora de abajo y el señor
de arriba. Y ahora ya no veo la vejez como la oscuri-
dad, sino como un destello de luz, tal vez el último.