capitulo 2...

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Durante la negociación, que de negociación


no tuvo nada, dijo demasiados «gracias», como si


estuviéramos allí por hacerle un favor y no por un


puesto de trabajo, pero pensamos que se trataba de


una rareza suya, como los zapatos desatados, los


calcetines de distintos colores, la manga de la cha-


queta rasgada. Por eso no nos preocupamos y al re-


gresar de la negociación nos fuimos enseguida a fes-


tejarlo a la casa de la señora de abajo, donde siempre


es de noche. La luz entra en la casa únicamente a


través de una enorme puerta ventana, la de la habi-


tación buena, que sirve también de vestíbulo del


apartamento y da a la escalera de servicio, de mane-


ra que para tener algo de intimidad hay que correr


las cortinas. También en la cocina, en el baño y en


el dormitorio siempre es de noche, porque la luz


sólo entra a través de unas cuantas ventanitas ocul-


tas por la escalera y que tienen como único panora-


ma los pies de los vecinos del piso de arriba. En la


cocina oscura con las cacerolas colgadas de las pa-


redes, los grifos sin mezclador y los estantes llenos


de tarros de conservas, mermeladas, verduras en aceite, Anna preparó chocolate con la máquina ex-


prés de bar, que su hija le regaló con su primer suel-


do. En el fondo, de todas las cosas que hacen falta,


por ejemplo, unos grifos modernos o una instala-


ción de calefacción para el invierno, porque cuando


hace frío se forma una nubecita en el aire al respi-


rar, la máquina exprés de bar sería justamente la úl-


tima, pero la señora de abajo siente predilección por


las cosas inútiles y vistosas. La habitación buena, la


de la puerta ventana enorme que da a la escalera de


servicio, me recuerda la cabaña montada por un


náufrago con los objetos lanzados a la orilla por las


tempestades: mesas, mesitas, sillas de distintos esti-


los, algunas con respaldos en forma de animal,


otras de hierro forjado, un aparador con los crista-


les muy enmasillados y una librería sueca, cortinas


de brocado rojo oscuro y, detrás, las persianas.


Incluso su nombre, Anna, sobrio y tranqui-


lo, a ella le parece corriente y por eso se ha desqui-


tado con su hija, Natascia, que por el contrario se


avergüenza de su nombre porque a ella le hubiera


gustado uno normal.


Anna puso la mesa en la habitación buena y


sirvió el chocolate en tazas de porcelana china, pero


la chocolatera era de Mulino Bianco.


-En cuanto pueda, me compro una choco-


latera como Dios manda -se disculpó.


-Con el primer sueldo que te pague Mr.


Johnson.


-¡Ay, sí, es una suerte! Ya sabía que iba a


ocurrirme algo extraordinario -dijo-, y ahora sé


que era ir al piso de arriba. ¿Has visto cuánta luz,


los juegos que hace en los cristales de las puertas te has fijado qué techos más altos? Incluso hay un


cuarto para los armarios. Todas las casas de los ri-


cos auténticos tienen un cuarto para los armarios.


Y no sólo están los armarios, sino también la tabla


de planchar con brazo auxiliar para las mangas, la


plancha profesional de vapor, la máquina de coser


de esas que bordan y todo. Eso sí, el dormitorio de


Mr. Johnson parece el de un monje trapense, ¿no


crees? Una cama, una mesilla de noche, un armario


y los violines, violines y atriles. Un monje trapense


músico.

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