Capítulo 12

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Más allá de la densa tormenta

"A mí me gusta tu sonrisa. A mamá le gusta, a papá le gusta y hasta a la señorita Dorothy le gusta. Por eso, quisiera que nunca dejaras de sonreír. Solo sonríe todos los días, cada vez más amplio y bonito. Por favor, Harley, ¿sí?"

El eco de su infantil risa resonó en sus oídos alrededor de las tres de la mañana, cuando solo debía oír las ramas de los árboles golpeando su ventana y la respiración de su compañero de la cama de al lado. Harley se incorporó como un resorte y al enredar sus dedos en sus cabellos se percató del sudor que lo bañaba. Había sido una de 'esas' noches y aquello no podía incomodarlo más ni llenar un solo espacio vacío de su subconsciente. En ese momento más que nunca, deseaba vaciarse por completo.

Resopló sintiendo el cansancio en cada músculo y no tardó en acercarse a la ventana para recostar su frente de altas temperaturas en el vidrio. El muchacho cerró sus ojos e intentó dormir de pie, mas le fue imposible: las reminiscencias ya habían empezado a consumirlo.

En la oscuridad de sus párpados veía con una inquietante nitidez la sedosa cabellera oscura de la mujer más delicada que alguna vez habrían de ver sus ojos. Contrajo su rostro ante la imagen, como si hubiera sentido una punzada de agudo dolor en alguna parte de su cuerpo. La mujer de sus alucinaciones reía, lo invitaba a acercarse, extendía sus brazos y le señalaba su falda para que se sentara en ella. Su aguda voz susurrante era el recuerdo más nefasto que todavía conservaba y se negaba a eliminar de su mente.

No transcurría mucho tiempo antes de que aquella mujer fuera reemplazada por una niña de casi la misma delicadeza y belleza. Una niña que aún lo perseguía como la sombra de un ineludible pasado al que estaba encadenado. Una niña menuda de frágiles piernas y risa sin par, una risa que en algún momento de su infancia lo había tranquilizado pero ahora no lograba más que erizarle la piel y congelarle los nervios.

"Harley", lo llamaban, "Harley", cantaban, "Harley, vuelve", continuaban, "Quédate conmigo, Harley... Quédate, quédate, quédate, quédate,... ¡Harley!"
Sostuvo su cabeza entre sus manos y justo cuando se disponía a gritar para deshacerse en parte de aquella migraña, los balbuceos de su acompañante lo detuvieron:

—Sí pero, ¿a dónde me llevo las camas?... Ah, espera que le digo al payaso... Blah.

Un fuerte ronquido interrumpió sus palabras antes de seguir durmiendo con la misma pasividad de hacía unos segundos. Harley contempló al muchacho desde su posición, torció el gesto y suspiró, resignado. Había olvidado que su afortunado compañero de habitación era Riley.

En aquellos días de gélido invierno en Atlanta, Harley no había conseguido hallar más que la monotonía de siempre, la soledad que lo contentaba más que las ruidosas compañías y un dolor físico que lo asaltaba cuando no ingería sus medicinas recetadas o no se untaba las pomadas debidas. Pese a que los detalles únicos del día se escapaban a la rutina, Harley Wood no podía evitar sentir que vivía preso en una repetición infinita de una cinta de película. Las mismas molestas personas a su alrededor, los mismos problemas embargándolo, las mismas amarguras y prohibiciones, y a eso debía añadir el hecho de que Ailyn le había prohibido tener sexo con ella hasta que se recuperara del todo: jamás se había sentido más agotado... de respirar.

Las hojas crujían, la lluvia caía, las chicas reían, los muchachos eructaban, el sol se ocultaba, los adultos con quienes vivía trabajaban, el país se podría y la gente moría, pero él permanecía inalterable, con un ánimo congelado en el tiempo mientras su piel seguía avejentándose. ¿Qué era peor que estar marchitándose de adentro hacia afuera con tanta lentitud silenciosa? Su cuerpo no estaba más deshecho que su interior, los minutos seguían corriendo y él seguía muriendo...

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