Capítulo 23

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El amor de su amistad

El restaurante de comida extranjera "Mex" era el más popular en el estado de Georgia, galardonado tres años consecutivos como el mejor destino gastronómico en el sur del país, le había sido otorgado su quinto tenedor hacía unos meses ya que sus méritos a nivel estético y la calidad del sabor de sus manjares eran dignos de destacar incluso por celebridades internacionales. Bien era sabido que Mex se había iniciado hacía treinta y cinco años como un pequeño local en el cual comer de paso cada vez que no se tenía una opción diferente; sin embargo, con el pasar del tiempo, la reputación del lugar creció debido a la ascendente popularidad de las delicias traídas de culturas latinas y su exquisita preparación. Pronto hubo suficiente presupuesto para implementar trabajadores, áreas, platillos en el menú y objetos necesarios como mesas y losa para  contar con dominaciones a premios importantes a nivel estatal, nacional y, últimamente, internacional.
Como ya ha sido mencionado, su último reconocimiento había convertido a este restaurante en una empresa de la que los principiantes en el mundo laboral, jóvenes recién graduados de la secundaria o preparatoria, anhelaban conseguir un empleo ya fuera como lavaplatos, mozos o azafatas. Con exactitud, a finales del año 2004, luego de que se hiciera un cambio en el puesto administrativo, se realizó una completa renovación del personal debido a un incidente con la higiene que había tenido lugar en la cocina, para desdicha del prestigio del resturante.

Cómo hubiera tenido Mex espacio en la vida de Harley y compañía, si no fuera porque un muchacho iba a este restaurante con sus padres cada fin de semana, ya que estos eran primos segundos del nuevo administrador; aquel chico iba de vez en cuando a visitar a su hermano mayor, quien ya estaba casado y esperaba un hijo, el que a su vez era vecino de un estudiante de segundo año de la universidad de Emory, gracias a quien un amigo de la secundaria de Riley siempre tenía sus apuntes de las clases al día, ya que era un asiduo ausente. Cierto día, por coincidencias difíciles de explicarle al universo, este viejo compañero de Riley faltó a clases, por lo que le encargó a Thompson pedir prestados sus apuntes a su amigo, justo ese día el primer muchacho nombrado había ido a visitar a su hermano mayor, con quien hablaba de detalles de su vida mientras ingresaban a casa cuando Riley salía del domocilio de al lado con dos cuadernos en mano. "¡Si vieras cuánta gente le falta a Mex! Y con lo que te pagan, todo el mundo postula, pero te piden tantas cosas que ya fue...", había escuchado como un comentario al aire antes de que los vecinos ingresaran a su hogar.
En ese momento, el joven universitario no prestó mucha atención a esas palabras, pues lo que menos le interesaba a él era buscar un empleo cuyos ingresos no necesitaba; sin embargo, un par de noches más tarde, mientras jugaban videojuegos en la oscuridad de la habitación de Jude, Harley resopló con ira: "¡Para todo nos falta plata!"

—¿Y ahora qué, Woody? —preguntó Riley sin soltar el mando de juegos ni despegar la mirada de la pantalla de la televisión.

El aludido solo resopló con pesar, a lo que Jude, quien se hallaba detrás de ellos, en su cama, le lanzó una almohada sobre la cabeza.

—¿Qué pasó? —preguntó ella con la misma curiosidad.

Entonces, como una suave brisa de otoño en los paisajes de Atlanta, los recuerdos de aquella noche junto a Camile Mawson en una cafetería de pobre iluminación, llegaron a la memoria de Harley para provocarle algunos suspiros más. No sabía si se había tratado de su inesperada confesión, de las lágrimas en sus ojos que pocos minutos antes habían lucido tan radiantes, de la extraña confianza que él le había despertado para que ella se envalentonara a contarle sus más recónditas oscuridades, aquellas que, según lo que había salido de sus labios rosas, no conocían ni sus amigas más íntimas ni sus padres; o de su propio e inexplicable deseo que había nacido en él de ofrecerle consuelo de algún tipo; pero estaba seguro que a algo de ese momento debía adjudicarle la ansiedad que sentía en el pecho cada vez que la veía en la universidad después de aquella conversación. Quizá porque sabía que era el único capaz de ver más allá de sus estridentes carcajadas o de sus sucias bromas tan masculinas que dejaban a varios chicos con la boca abierta, veía en sí mismo la necesidad de hacer algo para aliviar el dolor que nadie percibía, ni siquiera Marks o Regina Berry. Pues no conseguía evitar reflejarse en esa niña rubia de ojos azules que se quebraba ante cualquier tristeza por ínfima que fuera como un gusto no correspondido, ya que tenía otro secreto más pesado sobre sus hombros que, aunque tratara de esconderlo, era el verdadero causante de ese vacío en el pecho que solo llenó con llantos esa noche. "¡Yo también merezco que alguien piense en mí, Harley!", había exclamado con ira, sintiéndose destruida y al borde del abismo, en cierto momento que ya no pudo soportar querer tragarse la amargura; sin embargo, treinta minutos después, ya con el rostro seco y la misma sonrisa de todos los días, le guiñó un ojo y, dulce, se despidió con un "gracias por hoy, mi chico malo" antes de perderse en las calles y las luces de los postes.

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