Prólogo

180 21 3
                                    

Una vez más me encuentro solo, solo en esta casa vacía y sin nada que hacer... solo en este día tan especial.

No me preocupo demasiado, ya es costumbre que todas las mañanas me quede aquí. Suelo escaparme a veces para explorar los campos que rodean mi hogar. Salgo por la puerta y doy un paseo por el camino, saludando a la gente que trabaja cuidando las tierras y a los que se dirigen al mercado. Si tengo suerte algunos de los hombres que transportan comida hacia el pueblo me dan algo a cambio de que cuide de sus animales. Así colaboro un poco con la situación en casa.

Aunque la última vez que salí de casa me pilló mi vecino, un amigo de la familia que, a veces, es algo sobreprotector, pero el resto del tiempo es una persona tranquila. Me cayó una buena regañina por su parte, pero acabé convenciéndolo de que no dijera nada sobre mis escapadas. Desde entonces no he vuelto a salir de casa solo, no quiero que nadie más que conozcamos se entere, porque si no volverían a dejarme salir nunca. Y mi mayor sueño es poder ir a la ciudad y ver el palacio.

La verdad es que no hay mucho que hacer en casa, así que decido hacer la cama y salir a dar de comer a los animales. Me cambio y me pongo mi ropa de trabajo, me ato los cordones de los zapatos y ya estoy listo para salir.

Cojo un cubo de madera con comida para las gallinas, rodeo nuestro hogar y me acerco al pequeño espacio que ocupa el gallinero. Me aseguro de que el cabecilla del grupo no se encuentra cerca, nunca me ha gustado ese pequeño matón con plumas, siempre me pica los pies y soy incapaz de hacer mis tareas; y para colmo me hacer parecer un cobarde, uno más en su grupo de gallinas.

Una vez que me aseguro de que no está cerca entro en su territorio y con rapidez echo la comida por los suelos, atrayendo a las aves a mí alrededor. Justo en ese momento veo como el gallo se acerca a mí, y me entra el pánico. Dejo caer la comida de cualquier manera y salgo de allí lo antes posible, a la vez que el pájaro hace el intento de alzar el vuelo para ir en mi busca.

- ¡Vaya! ¿Qué le has hecho para que te odie tanto?

- No le he hecho nada, es así todo el tiempo.

Me giro en redondo para poder ponerle cara a la voz que proviene de detrás de mí. Nada más ver sus ojos marrón oscuro sé quién es, a pesar de no haberlos visto en años.

- Vaya... eres tú. - Le digo, asombrado. - Has cambiado, casi no te reconozco.

- Lo mismo te digo. La última vez que te vi eras así de bajito. - Me señala una zona algo más baja que mis hombros.

Rio leve, intentando parecer amable, porque a pesar de no habernos visto en años siempre ha desprendido confianza. Es como si tuviera una esencia especial que provoca que los años hayan pasado y que todo siga igual que antes.

- ¿Podrías darme un poco de agua? Es que llevo caminando mucho rato y no aguanto más la sed.

- Sí, claro. Acompáñame a casa y te daré un poco.

Me pongo en camino hacia la casa, con el cubo de la comida vacio en la mano. Al entrar por la puerta lo dejo a un lado y busco un vaso. Encuentro unos cuantos en el mueble más alto de la cocina, al no poder alcanzarlo lo coge por mí.

- Muchas gracias. - Digo al tiempo que me lo da. Lleno el vaso con agua y se lo ofrezco. - ¿Qué haces por aquí?

- Gracias. - Le da un sorbo al agua y se toma su momento para responder. - He venido porque tengo asuntos que atender en palacio, cosas de trabajo.

- ¿Trabajas en palacio? - Abro mucho los ojos, atónito.

- Yo trabajo en muchos sitios. - Aparta la silla que hay junto a la mesa donde solemos comer y se sienta lentamente, sin apartar sus enormes ojos de mí. - Suelo ir a donde necesitan mis servicios. - Y en este momento juraría que he visto como intentaba esconder una sonrisa mientras bebía. - ¿Has ido alguna vez a palacio?

Al oír esa pregunta es como si me hubieran dado un golpe en el pecho, bajo la mirada y niego en silencio.

- ¿Sabes? Creo que podría llevarte un rato, si quieres.

Levanto la mirada, sin creer lo que oigo.

- ¿Harías eso por mí?

- Claro, estaremos de vuelta antes del ocaso.

- ¿Tan tarde? - Mi sonrisa se desvanece poco a poco.

- ¿Ocurre algo?

- Es que... se supone que no debo salir de casa cuando estoy solo, ya mucho menos ir a la ciudad. Si se enteran de que he ido al castillo solo me castigaran.

- No iras solo, estarás conmigo.

- Pero no sabrían donde estoy ni cuando volveré...

- ¡Oh, vamos Judd! Ya no eres un niño pequeño, ya eres mayor. - Dice al tiempo que se levanta de un salto de su sitio, apoyando las manos sobre la mesa e inclinándose poco a poco hacia a mí, dejando entrever su marcado escote.

- Pero no lo suficiente... lo siento pero no voy a ir contigo.

Trago saliva, estoy nervioso. La situación parece que se ha descontrolado un poco y no tiene pinta de que vaya a conseguir librarme de esta. Por sus movimientos lentos, pero a la vez tensos, simulando a un depredador que está a punto de saltar sobre su presa, puedo deducir que no va a dejarme ir tan fácilmente.

- Si no vas a venir por las buenas, voy a tener que llevarte a la fuerza. - Y en ese momento el astuto zorro se lanza sobre el pequeño e inofensivo conejo.

Salgo corriendo, pero no soy lo bastante rápido y quedo atrapado entre sus brazos. Forcejeo, dando patadas para intentar liberarme de su agarre. Noto sus uñas hundiéndose en mis brazos, reteniéndome con fuerza.

- ¡Estate quieto y ven conmigo! No quiero hacerte daño. Bueno, al menos, no más de lo necesario.

Al oír aquellas palabras lo comprendo todo, eso de ir a palacio era solo una excusa para poder sacarme de casa y ser un objetivo más fácil. Pues no le ha salido bien, no pienso rendirme tan fácilmente.

En ese momento veo como la puerta de casa se abre bruscamente, y una voz aguda se mezcla con nuestros gritos. No puedo ver quién es la nueva persona. Hay una especie de humo morado que lo llena todo y no deja ver nada. Me cuesta respirar, este humo extraño se me cuela por la nariz y los párpados comienzan a pesarme.

Un segundo después todo se queda en silencio y vacio. Noto mi cuerpo flotar en una especie de limbo. Ya no hay dolor, no hay gritos... simplemente no hay nada... Nada a excepción de una pequeña fragancia que se ha aferrado a mí, después de que el humo de color morado lo llenase todo, impidiéndome ver y dejándome indefenso. Soy incapaz de reconocer este peculiar olor, es una mezcla entre plantas y alguna especie de polvos. Solo sé que estoy mentalmente exhausto, y la negrura en la que me encuentro me incita al sueño, un sueño que me resulta acogedor y familiar.

Y puedo percibir como esa fragancia que he notado en un principio pasa a ser algo conocido, algo que había estado ausente en mi vida desde hace algunos años... No, algo no, es alguien. Este característico olor pertenece a alguien muy importante para mí.

ShamsarahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora