Capítulo 1

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Un día más oigo el gallo cantar, mi hermano se levanta de golpe y se dirige corriendo a la ventana de nuestra pequeña habitación. Todas las mañanas lo hace, nada más oír los primeros cacareos del animal se levanta corriendo para poder ver el amanecer. Ese amanecer tan característico de nuestro hogar.

Aún algo adormilada, me levanto tras él y me coloco a su lado. Mi hermano está impaciente, noto como el colchón de nuestra vieja cama sube y baja a consecuencia de sus pequeños saltos. Le paso la mano por la cabeza cuando el sol rompe el horizonte y una gama de colores cálidos inunda la oscuridad del cielo, iluminando cada rincón con su luz.

Nunca he visto amaneceres tan bonitos en mis diecisiete años de vida excepto en el reino de nuestro amado soberano, el rey Mack de Escandia. Parecen hechos por arte de magia, al verlos tienes la sensación de aun seguir soñando. Alzo la mirada a las nubes que cubren todo el firmamento y que según se van acercando al sol se tiñen de distintos colores, pasando del morado a un rojo, que le siguen naranjas y amarillos provenientes de los rayos del astro.

- ¡Buenos días hermana!

Aparto la mirada de la ventana y la dirijo hacia él. Tiene su pelo rubio brillante a causa de la luz del sol, procedente del exterior, y sus grandes ojos verdes me miran con alegría. Cualquiera diría que hasta apenas unos minutos dormía cuan marmota en pleno invierno.

No soy una chica con mucho instinto fraternal pero a pesar de ello le he cogido mucho cariño al pequeño, con los años su dulzura me encandiló y se hizo hueco en mi corazón. A día de hoy puedo decir sin dudar que sería capaz de dar la vida por proteger a mi hermano pequeño.

- Buenos días Judd. - Le digo mientas acaricio sus rubios rizos. - Y muchas felicidades.

- ¡Te has acordado! - Sonríe con entusiasmo.

- ¿Cómo no me iba a acordar? Llevas toda la semana diciéndome que hoy cumplías ocho años.

Judd abre la boca con intención de replicar pero sabe que tengo razón y acaba sonriendo travieso. No le importan los motivos por los que me he acordado, él es feliz así, sabiendo que hoy es su día.

- Sé que hoy es un día especial para ti pero eso no evita que tengas que hacer tus tareas. Así que ¿por qué no vas a por leche mientras yo me visto?

Sin rechistar Judd se levanta de la cama en la que dormimos los dos, y mientras sale de la habitación se pone sus zapatos. A través de la ventana veo como mi hermano se acerca a donde se encuentran los animales, con una jarra en la mano, dispuesto a ordeñar nuestra única vaca.

Me levanto y me quito el camisón, cojo mi ropa de trabajo y me lo pongo rápido para evitar congelarme con el aire mañanero. Me acerco al pequeño espejo que cuelga de la pared y me miro en el reflejo, observando con detenimiento los salvajes rizos color dorado oscuro que me llegan por los hombros. Me los coloco un poco con las manos, ya que meter un peine en mi aleonada melena supondría un suicidio para el utensilio, deshaciendo cualquier enredo que pueda haber. Me ato los cordones que tiene el vestido a la espalda y me ajusto las mandas, procurando que se queden a la altura adecuada, y mientras me paso la mano por la falda, para quitar las arrugas, salgo de la habitación.

En ese momento Judd entra por la puerta y deja la jarra llena de leche sobre la mesa que hay en el centro de la sala. No tenemos una gran casa, apenas disponemos de más de tres habitaciones que hemos tenido que adaptar para poder vivir nosotros solos desde la perdida de nuestros padres, hace un par de años. Su ausencia aún es palpable y algunos días son difíciles de llevar por el recuerdo que permanece entre estas paredes. Pero a pesar de no tener muchas cosas, son suficientes para vivir.

Gracias a su herencia nos hemos podido quedar con la casa, la vaca y unos cuantos animales más, pero que han ido disminuyendo en número por el hecho de haberlos vendido para poder tener algo de dinero, que usamos prácticamente para poder llevarnos algo a la boca y matar el hambre, aunque sea por unos días.

ShamsarahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora