Llegó la Primavera

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Había una persona llamada Nana que controlaba el cuarto. A veces no notaba los juguetes regados en el cuarto, y a veces, sin ningún motivo, ella pasaba como un gran viento y los guardaba en armarios. Ella llamaba a esto "ordenar", y todos los juguetes lo odiaban, especialmente los de lata. Al conejo no le importaba tanto, por donde lo arrojaran, siempre caía suavemente.

Una tarde, cuando el niño iba a la cama, no pudo encontrar su perro de porcelana que siempre dormía con él. Nana tenía prisa, y era demasiada molestia buscar perros de porcelana antes de dormir, así que simplemente buscó alrededor, y viendo que el armario de juguetes estaba abierto, tomo uno de golpe.

- Aquí,- dijo, - ¡toma tu viejo Conejo! ¡El dormirá contigo! - Y jaló al conejo de una oreja y lo puso en los brazos del chico.

Esa noche y por muchas noches después, el Conejo de Peluche durmió en la cama del niño. Al principio era bastante incómodo, porque el niño lo abrazaba muy apretado y a veces rodaba sobre él, y a veces lo empujaba tan profundo bajo la almohada que el Conejo apenas podía respirar. Y también extrañaba, las largas horas de luz de luna en el cuarto, cuando la casa estaba silenciosa, y sus conversaciones con Caballo de Tela. Pero muy pronto se acostumbró, porque el niño solía hablar con él y hacia túneles agradables para él bajo las sabanas que dijo eran como las madrigueras en que los conejos reales viven. Y tenían espléndidos juegos juntos, en susurros, cuando Nana se iba a cenar y dejaba una luz prendida sobre el mantel. Y cuando el niño dormía, el conejo se acurrucaba bajo su tibio mentón pequeño y soñaba, con las manos del niño cerradas sobre el toda la noche.

Y así pasaba el tiempo, y el Conejito era muy feliz—tan feliz que nunca notó cómo su hermoso pelaje de peluche se gastaba más y más y su rabo se descosía, y el color rosado de su nariz desaparecía donde el niño lo había besado.

Llegó la primavera, y pasaban largos días en el jardín, ya que a donde iba el Niño también iba el Conejo. Paseaban en la carretilla y tenían días de campo en el césped, y hermosas cabañas de hadas construidas para él bajo plantas de frambuesas detrás de las flores. Y una vez, cuando el Niño fue llamado de repente para salir a tomar té, el Conejo quedó en el césped hasta mucho tiempo después de anochecer, y Nana tuvo que ir y buscarlo con una vela porque el Niño no podía dormir a menos que él estuviera allí. Estaba empapado por el rocío y lleno de tierra por las madrigueras que el chico había hecho para él en la cama de flores, y Nana murmuraba mientras lo secaba con una esquina de su delantal.

- Debes querer a tu viejo Conejo!- dijo. - ¡Imagínate todo esto por un juguete!-

El Niño se sentó en la cama y extendió sus manos.

- ¡Dame mi Conejo!- dijo. - No debes decir eso. No es un juguete. ¡Es REAL!-

Cuando el Conejito oyó eso fue feliz, porque sabía que lo que había dicho Caballo de Tela era verdad al fin. La magia del cuarto le había ocurrido a él, y él ya no era un juguete. Era Real. El Niño mismo lo había dicho.

Esa noche el estaba muy feliz como para dormir y tanto amor movió su corazoncito de aserrín tanto que casi estalla. Y en sus ojos de botón de bota, que hacía tiempo habían perdido su pulido, llegó una mirada de sabiduría y belleza, por lo que incluso Nana lo notó la mañana siguiente cuando lo recogió y dijo: 

- ¡Declaro que este viejo Conejo tiene una expresión de conocimiento! -


¡Esa fue una primavera maravillosa!

El Conejo de Peluche de Margery WilliamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora