Pasaron semanas y el pequeño Conejo se hizo muy viejo y gastado, pero el Niño lo amaba mucho. Lo amaba tanto que amaba a sus bigotes, y el forro rosado de sus orejas se volvió gris y sus manchas marrones desvanecieron. Incluso comenzó a perder su forma, y apenas se veía como un conejo, salvo al Niño. Para él siempre era hermoso, y que era todo lo que al pequeño Conejo le importaba. No le preocupaba cómo lo miraban otras personas, porque la magia del cuarto lo había hecho Real, y cuando eres Real que estés gastado no importa.
Y entonces, un día, el Niño se enfermó.
Su rostro estaba muy enrojecido y habló en sueños, y su pequeño cuerpo estaba tan caliente que quemaba el Conejo que estaba acostado junto al niño. Personas extrañas iban y venían en el cuarto y una luz estuvo encendida toda la noche y a través de todo esto él pequeño Conejo de Peluche estuvo allí, oculto de la vista bajo las sabanas, y nunca se movió, porque él tenía miedo de que si lo encontraban alguien se lo podría llevar, y sabía que el Niño lo necesitaba.
Fue un tiempo largo y cansado, porque el Niño estaba demasiado enfermo para jugar, y al pequeño Conejo le pareció bastante aburrido estar sin nada que hacer durante todo el día. Pero se acurrucaba con paciencia y esperaba el tiempo que el Niño estaría bien nuevamente, y podrían salir al jardín entre las flores y las mariposas y jugar juegos espléndidos en la espesura de frambuesas como solían hacer. Planeó todo tipo de cosas maravillosas, y mientras el Niño yacía medio dormido se deslizó cerca de la almohada y se lo susurró en el oído. Actualmente la fiebre cedió y el niño mejoró. Fue capaz de sentarse en la cama y mirar libros de imágenes, mientras que el pequeño Conejo se acurrucaba cerca a su lado. Y un día, le permitieron levantarse y vestirse.
Era una mañana soleada, brillante, y las ventanas estaban totalmente abiertas. Habían llevado al Niño hacia el balcón, envuelto en un chal, y el pequeño Conejo quedó enredado entre la ropa de cama, pensando.
El Niño iría a la playa mañana. Todo estaba arreglado y ahora sólo quedaba acatar las órdenes del doctor. Hablaron sobre todo esto, mientras el pequeño Conejo se encontraba bajo la ropa de cama, con sólo su cabeza asomando y escuchando. La habitación debía ser desinfectada, y todos los libros y juguetes con que el Niño había jugado en la cama debían ser quemados.
- ¡Hurrah! - pensó el pequeño Conejo. - ¡Mañana iremos a la playa! - El Niño había hablado a menudo del mar, y él quería ver las grandes olas llegando y los minúsculos cangrejos y los castillos de arena.
Justo entonces Nana lo vio.
- ¿Y que de su Conejito viejo? - preguntó.
- ¿Ese? - dijo el médico. - ¡Por qué, es una masa de gérmenes de fiebre escarlata! Quémenlo ya. ¿Qué? ¡Tonterías! Consíganle uno nuevo. ¡No debe tener ese ya más! -
Y así el pequeño Conejo fue puesto en una bolsa con viejos libros de fotografía y un montón de basura y llevadas hasta el final del jardín detrás de la casa de aves de corral. Que era un buen lugar para hacer una fogata, sólo que el jardinero estaba muy ocupado entonces para hacerla. Tenía que excavar papas y recoger chicharos, pero prometió venir muy temprano en la mañana y quemar todo el lote.
Esa noche el Niño durmió en una habitación diferente, y tenía un conejito nuevo para dormir con él. Era un conejito espléndido, todo de felpa blanca con ojos de cristal reales, pero el Niño estaba demasiado emocionado para preocuparse al respecto. Porque mañana iba a la orilla del mar, y eso en sí era una cosa maravillosa de manera que él no podía pensar en ninguna otra cosa.
Y mientras el Niño dormía, soñando con el mar, el Conejito yacía entre los viejos libros de fotos en la esquina detrás de la casa de aves, y se sintió muy solitario. La bolsa había sido dejada sin amarrar, y así moviéndose un poco pudo sacar su cabeza a través de la abertura y mirar afuera. Temblaba un poco, porque estaba acostumbrado a siempre dormir en una cama adecuada, y para ese momento su pelaje era tan delgado y gastado por los abrazos que ya no era ninguna protección para él. Cerca podía ver la espesura de plantas de frambuesas, muy altas y cerradas como una selva tropical, a cuya sombra había jugado con el Niño antaño en las mañanas. Pensó en esas largas horas soleadas en el jardín—lo feliz que eran—y una gran tristeza vino sobre él. Parecía verlos pasar a todos delante de él, cada uno más hermoso que el otro, las chozas de hadas en la cama de flores, las noches tranquilas en el bosque cuando dormía en los helechos y las hormiguitas corrían sobre sus patas; el día maravilloso cuando primero supo que era Real. Pensó en Caballo,de Tela, tan sabio y suave, y todo lo que él le había dicho. ¿De qué servía ser amado y perder la belleza y convertirse en Real si todo terminó así? Y una lágrima, una verdadera lágrima, bajo por su nariz de peluche gastada y cayó al suelo.
Y entonces ocurrió algo extraño. De donde había caído la lágrima una flor creció de la tierra, una flor misteriosa, nada como cualquiera que crecía en el jardín. Tenía hojas delgadas de color verde esmeralda y en el centro de las hojas florecía como una copa dorada. Fue tan hermoso que el conejito olvidó el llanto, y se quedó sentado allí observándolo. Y la flor se abrió y de ella salió un hada.
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El Conejo de Peluche de Margery Williams
ContoEsta historia no es mía. Todos lo derechos a Margery Williams. El conejo de peluche o cómo los juguetes se hacen realidad. El mayor sueño del Conejo de peluche era ¡SER REAL!, y para ello, solo necesitaba ser amado.