Prólogo

26 2 0
                                    

La noche estaba por caer.
Estaba sentado en su silla dibujando a un alfarero. Apoyado en su ya muy usado y desgastado escritorio, con el semblante ceñido, los músculos tensos y sus dedos que parecían tener vida propia, le daba vida a su nuevo boceto; el viejo alfarero en su taller, sentado con la mirada baja y pérdida, era un anciano, con sus ropas holgadas y sucias, llevaba un peto y una camisa abajo de botones. Su semblante era de tristeza y desolación. Pero aun así se podía percibir la dulzura que poseía.
Le sombreo un poco donde la silla yacía y por ultimo le retocó el cabello.
El viento soplaba fuerte afuera, dándose estocadas contra sus ventanas, las ramas de los arboles se arremolinaban, para después arremeter también con los cristales, arañaldolos, produciendo sonidos chillantes y agudos, pero ni eso lograba desconcentrarlo; aguerrido y paciente termino su dibujo, lo levanto examinandole contra la tenue luz de una vela situada en la orilla de la mesita. Era un buen dibujo, perfectamente elaborado. Sin embargo le dio repugnancia al recordar su significado. Lo dejo sobre la superficie de madera, y se dirigió a la puerta.
De pie, afuera en el umbral, suspiro exhausto, paso la mano por su abundante cabello negro azabache, revolviedolo un poco. Lo llevaba corto pero no tan al ras de su cráneo, lo lavaba, claro, pero no lo peinaba precisamente, al final de cuentas, ¿de qué le valía su apariencia? Estaba solo en el bosque, sin que nadie supiera de él. ¿A quién habría de impresionar?
Su oscura playera se ceñía un poco a su abdomen, y sus pantalones, de el mismo tono, estaban ya rasgados.
La neblina, fiel compañera, se multiplico en abundancia al verlo ahí afuera.
Se acerco un poco y lo fue envolviendo.
Torció un poco sus labios, imitando una sonrisa.
No es que fuera un amargado, pero se sentía agobiado, no le apetecía mucho demostrar contento. Menos si era tan escaso.
Metió las manos en su bolsillos, fijo la mirada entre el espesor de árboles, sin buscar nada en específico.
Dándole de pronto intensas ganas de salir corriendo, de encaminarse lejos, de dejar atrás todo... Todo. Que poco era 'todo', lo que tenía. Solo esa vieja y apolillada cabaña,  con aquellos bocetos que lo mantenían prisionero.
Nada a que aferrarse, por qué luchar.
Nada era el todo que tenía. Nada que le hiciera desembocarse el corazón en latidos alocados y efusivos.
Se veía así mismo como una sombra, un fantasma deambulando por los pinos y caminos rocosos.
Vacío, lleno de soledad. Irónico.

Notó que el parpadeo de una luz le iluminaba la parte izquierda de el rostro.
Se giro a verla. Era el llavero colgado a un costado de la cabaña, en el techo, el que comenzó a iluminarse.
Era en forma de un pajarillo de pico grande y con las alas extendidas.
No era precisamente el objeto el que poseía la luz, se desprendían de el cientos de diminutos puntitos brillantes, poco a poco se arremolinaban entre sí, el número de ellos incrementaba hasta el pájaro de plata se desintegraba, y solo quedaba un enjambre muy resplandeciente.
El joven no se había percatado de que ya era de noche, hasta que vio el marco negro y espeso que tenia el ex-llavero.
El viento seso por un momento, pero poco después se levantó de nuevo, esta vez silbando, convertido en ráfagas delgadas y frías. Todas en su dirección, pasaban cerca de él —casi a través—, tan agresivas que sintió que alguna debió de a verle cortado.
Se quedó quieto y en silencio, esperando. Sabía que no faltaba mucho para que él llegara.
Y así fue, no hubiera alcanzado contar hasta el número 2, cuando frente él algo oscuro comenzó a formarse. Todo el lugar estaba teñido de negro, a excepción de las lucesitas, que no al final no alumbraban lo suficiente, casi era imposible distinguir aquello que se iba formando; la silueta de un hombre alto, vestido con una túnica, llevando la capucha puesta, se presentó ante él. Parecía una sombra, excepto que, por supuesto, no lo era. Sin embargo, como el muchacho no sabía su nombre (sí es que tenía uno), decidió llamarlo así.
—¿Dónde esta? —preguntó sombra. Su voz era baja, pero seca, como sin cuerpo ni forma. Tan irreal—. Traerle.
Sin vacilar él muchacho obedeció.
Entró a la cabaña, tomo el boceto de el viejicito. Y regreso.

—Aquí está —sus palabras fueron casi inaudibles, sin embargo a sombra pareció darle lo mismo, tomo el dibujo, y se desvaneció. Lo mismo que con la iluminación, fue palideciendo hasta quedar todo bajo una espeluznante oscuridad.
El llavero había retomado su forma normal.
___________________________________
Gracias por leerme.❤

Secretos De BethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora