Capitulo 1

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En el confesionario hacia un calor de mil demonios. Una gruesa cortina negra, que el tiempo y la desidia habían cubierto de polvo, ocupaba la estrecha abertura que discurría desde el techo del cajón hasta el agrietado suelo de madera noble, impidiendo la entrada de la luz y el aire.

Era como estar en el interior de un ataúd que alguien hubiera dejado por distracción apoyado en la pared, y el padre Oh Sehun dio gracias a dios por no padecer claustrofobia, aunque estaba deprimiéndose a marchas forzadas. El aire era tan denso y apestaba a moho, lo que hacia que su respiración fuera tan dificultosa.

Los viejos curas, le habrían dicho que ofreciera su malestar a dios por las pobres almas del purgatorio; Sehun no consideraba que hubiera nada malo en ello. aun cuando no acabara de entender de que manera su sufrimiento iba a aliviar el de alguien mas.

Cambió de postura moviéndose con inquietud sobre la dura silla de roble como un chico del coro en un ensayo dominical.

Notaba como le chorreaba el sudor por ambos lados de la cara y por el cuello antes de colarse por la sotana. La larga sotana negra estaba empapada a causa de la transpiración, y el padre dudaba de que quedara el mas mínimo rastro de su perfume Ralph Lauren que se había aplicado luego de su ducha mañanera.

Sehun era ya un hombre grande y bien formado, con 31 años de edad, pero con una piel tan sensible como la de un bebé. El calor le estaba produciendo sarpullido, por lo que se subió la sotana hasta los muslos, dejando a la vista los alegres calzoncillos color amarillo y negro que le había regalado su hermano KyungSoo. Se quito ambas sandalias con suela de caucho y se metió un chicle de Dubble Bubble en la boca.

Había ido a parar a la sauna aquella por un acto de compasión. Mientras esperaba los resultados de las pruebas que determinarían si necesitaba otra serie de sesiones de quimioterapia en el Clínico de la Universidad de Seul, era el invitado de monseñor Yo Seob, párroco de la iglesia de Nuestra Señora de la Misericordia. La parroquia estaba varios cientos de kilómetros al sur de Yongam, Incheon, donde estaba destinado Sehun, y el barrio en la que se enclavaba había sido definido oficialmente por un antiguo grupo de trabajo municipal, como territorio de bandas.   

 Monseñor YoSeob siempre confesaba los sábados por la tarde, pero, debido al calor achicharrante, la avería del aire acondicionado y ciertos problemas de agenda, Sehun se había ofrecido a realizar la labor. Había supuesto que se sentaría cara a cara con el penitente en un cuarto con un par de ventanas abiertas para que entrara el aire fresco. Sin embargo, YoSeob se sometía a las preferencias de sus fieles parroquianos, que se aferraban con tozudez a la manera tradicional de escuchar la confesión.

Sehun corrigió el ángulo del ventilador de manera que el aire le diera directamente en la cara, se retrepó contra el muro y empezó a leer el Yongam Gazette que había llevado consigo.Empezó por la última página, la de los ecos de sociedad, por lo mucho que le divertía. Le echó una ojeada a las noticias habituales del club y a los escasos comunicados —dos nacimientos, tres compromisos y una boda— para pasar de inmediato a su columna favorita, titulada «Acerca del pueblo».   La noticia siempre era la misma: la partida de bingo.   

 No había secretos en el pueblo de Yongam. La primera plana estaba llena de noticias sobre la propuesta de urbanización de la plaza del pueblo y la inminente celebración del centenario de la abadía de la Asunción. Y había una amable referencia a su hermano, que estaba echando una mano en la abadía. El periodista lo calificaba de alegre e incansable voluntario y entraba en detalles acerca de todos los proyectos de los que se había hecho cargo. 

Dejó el periódico en el asiento contiguo, se secó de nuevo el sudor de la frente y consideró la posibilidad de cerrar el confesionario quince minutos antes.Desechó la idea casi al mismo tiempo que había entrado en su mente. Sabía que, si abandonaba el confesionario antes de tiempo, monseñor le montaría una de padre y muy señor mío, y después del duro día de trabajo manual que había tenido sencillamente no estaba para sermones.

Romperé tu corazónWhere stories live. Discover now