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—Y, al final, ¿le hablaste? —comentó mi amigo, mirándome—. ¿Ni un "hola"? ¿Ni una pequeña palabra?

Negué y bajé la mirada, observando mis manos que se encontraban sobre mi regazo. Estiré mi espalda y me coloqué bien sobre la banca de madera, encontrándonos los tres —mi mejor amiga, mi amigo y yo—, en un parque desierto. Comencé a mover mis pies cual niña del preescolar y retuve el aire un oar de segundos, haciéndoles notar a mis acompañantes de que mientras menos tocaran el tema, mejor sería.

—Por Dios y todos los santísimos santos —pronunció mi mejor amiga en voz alta—. ¿Piensas hacer algo al respecto? Tu timidez te comerá viva.

—Me darían una razón coherente de "por qué" tendría que hacerlo —musité, levantando la vista.

Y un suspiro se escapó de los tres labios, mostrando que tan cansados estábamos de la misma situación: ellos, de insistir; y yo, de negarme.

—Oh vamos, no perderías nada.

—¿Qué tal de algo precioso, que uno pierde y no vuelve a conseguir? —gruñé sarcástica—. Algo llamado "dignidad".

—Cómo si tuvieras mucha —bromeó inútilmente mi amigo, ganándose una mirada de muerte de mi parte.

Ahora, me encontraba con los brazos sobre mi pecho, refunfuñando y susurrando maldiciones bajo mi aliento, despotricando mi —completamente inexistente— vida amorosa, y quejándome de mis acompañantes, que siempre que tenían la oportunidad, hablaban sobre el mismo tema. Realmente monótono.

—Si no lo haces por tí, hazlo por nosotros y por nuestras esperanzas sobre tí.

Rodé los ojos y me relajé sobre la banca, reflexionando durante unos escasos minutos la posibilidad. Digo, era lo suficientemente discreta para lograrlo, y lo bastante fuerte para controlar mis sentimientos fuera del papel. No me creía completamente lista, pero, ¿qué más dá?

—De acuerdo, lo intentaré.

blue notes↷s.mDonde viven las historias. Descúbrelo ahora