Donde se cuenta la liberación de los prisioneros

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Don Pinguinote y el fiel Sancho se despertaron temprano y anduvieron hasta el mediodía sin encontrar aventura alguna. Pararon a comer a un lado del camino y al rato vieron aparecer una fila de hombres encadenados. Tres guardias los custodiaban.

—¿Quiénes son estos? —preguntó Sancho.

—Prisioneros del rey —respondió el comisario.

—¿Prisioneros? —dijo Don Pinguinote—. ¡Hacer justicia es tarea de caballeros!

Se acercó a la fila de prisioneros y preguntó al primero:

—¿Por qué estás preso?

—Por estar enamorado

—¡Eso no es un crimen! —dijo Don Pinguinote.

—Se enamoró de un collar de perlas y huyó con él... —indicó el comisario.

Don Pinguinote miró al segundo preso.

—Y tú —dijo—, ¿por qué te llevan?

—¡Por cantar!

—¡Cantar no es delito! —gritó Don Pinguinote.

—Lo atrapamos por robar una gallina —dijo el comisario—. Lo interrogamos y se puso a cantar: llevaba robadas veinte ovejas, cuarenta vacas y ochenta caballos...

Don Pinguinote se acercó al tercer preso.

—¿Por qué estás aquí?

—Porque me faltaban diez monedas para comprar comida...

—¡Yo te hubiera dado veinte! ¡Tener hambre no es ir contra la ley! —dijo indignado, Don Pinguinote.

—¡Pero robar un millón de dolares para organizar el banquete anual de la Asociación de Ladrones de la Mancha sí! —dijo el comisario.

Don Pinguinote miró la larga fila de presos que quedaba por interrogar. Su sentido de la justicia lo guiaba.

—¡No permitiré que se castigue a los inocentes! —gritó, sacando la espada con furia.

El comisario, por el susto, tropezó y cayó al suelo. De inmediato uno de los presos se agachó y, con agilidad de ladrón, le sacó las llaves de los candados. En un segundo estaba libre.

Luego se liberó otro ladrón y otro más. Los guardias miraban sorpendidos y asustados. No tuvieron tiempo de reaccionar. Los presos se echaron sobre ellos y los redujeron. Otro robó las armas y los objetos de valor del comisario, que antes fue atado e inmovilizado. Los guardias escaparon corriendo.

—¡Se hizo justicia! —dijo Don Pinguinote—. Ahora, mis amigos, les diré que harán: volverán a ponerse las cadenas y marcharán al Toboso. Allí verán a mi señora Dulcinea y a ella se encomendarán. Le contarán lo que pasó y dirán que ha sido el caballero de la Triste Figura el autor de la hazaña. Entonces ella los liberará y ustedes podrán hacer lo que quieran...

Los criminales lo miraron con los ojos como platos.

—Disculpe, señor —dijo uno—, ¿habla en serio?

—Muy en serio —afirmó Don Pinguinote.

Entonces los criminales saltaron sobre el caballero y lo golpearon. Luego, le robaron hasta la última moneda que llevaba y algunas partes de la armadura para vender como chatarra. También cayeron sobre Sancho, que se había mantenido apartado.

—¡Ahora por qué dicen que la justicia es ciega! —dijo Sancho—. Ciega, sorda y tonta...

Don Pinguinote de la ManchaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora