Capítulo 2: La base de la A.D.I.S.

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El viaje fue bastante corto, no tardaron mucho más que un par de horas en carro en llegar a lo que parecía ser la base de la A.D.I.S., cuya puerta se escondía en una gran roca junto a un árbol en mitad del bosque, camuflada entre las hojas de los árboles y arbustos. Mientras que Nick estuvo aburrido durante todo el viaje, apoyando la cabeza en su mano, codo sobre rodilla, Leo y Claya charlaban sonrientes de forma alegre, intercambiando algunas risas; Syriea, por su parte, no habló en todo el camino, con la mirada fija en el suelo y en algún momento clavaba su mirada fría como el hielo sobre el rubio.

El carro se paró ante la entrada y todos bajaron de éste con rapidez. Nick soltó un gruñido seguido de un bostezo.

- Ya era hora... Se me ha hecho eterno el viajecito.

Todos se acercaron a la entrada con extrañeza, dudando si realmente era la entrada a la base de la A.D.I.S.

- Aquí es.- dijo Syriea con una sonrisa pícara. Se acercó a la roca a paso lento, los demás decidieron no avanzar.

Surgida de entre las piedras, una joven de muy buena figura apareció ante ellos. Tenía la piel del color de las rocas, aun así conservaba la textura humana; la melena, también del mismo color, ondeaba al aire, recogida en una cola de caballo adornada por trenzas. Clavó sus ojos color rubí, fríos e intimidantes, sobre el hada, que le aguantó la mirada sin moverse un ápice.

- Niryn.- dijo el hada.

- Syriea.- le contestó ella, con una voz dulce y femenina que resonaba con eco.

- Los traigo.

- Está bien. Adelante.

La puerta se abrió con un chasquido de dedos de la chica. El interior de la base era mucho más distinto a lo que el exterior demostraba. Las paredes eran de un gris pálido casi blanco, y el suelo de racholas era negro como el azabache.

- Seguidme.- dijo el hada.

Ellos obedecieron. Se les hacía extraño una sala tan simple, pequeña y monótona.

Al llegar a la pared del final, el hada puso la mano sobre ésta y un aura verde luminosa surgió, esparciéndose lentamente por toda la pared. Ésta desapareció.

Los ojos de los chicos se abrieron como platos al ver aquel lugar: una sala gigantesca de paredes blancas con personas caminando aquí y allá, criaturas volando, animales mirándolos seriamente con su instinto depredador... ¡Dragones! ¡Había dragones en la sala! La peli-rosa notó cómo uno de ellos, azul perla, le clavó la fría mirada como el hielo en la suya. Le recorrió un escalofrío y evitó el contacto visual. Ellos tan sólo siguieron a Syriea, que caminaba con la mirada al frente.

No tardaron en llegar a una puerta de madera. Lyden picó un par de veces:

- Jefe, soy yo, Syriea...

- Pasa.- dijeron desde el otro lado. Abrió la puerta y todos pasaron al interior.

Al entrar se encontraron con un pequeño despacho acristalado situado en el interior de un precipicio y desde el cual se podían ver las fabulosas vistas que mostraba el bosque más una cascada al fondo y, en el lado donde se situaba la puerta, toda la sala anterior. La puerta desapareció tras cerrarse. Se asustaron.

- No os preocupéis... La puerta sigue ahí. ¿Sí?- dijo la misma voz que antes.

Un hombre se sentaba al otro lado de la sala, en un sofá blanco con una copa en la manocon un líquido azulado vertido en él, admirando las vistas.- Sentaos.- ordenó, y cuatro sillones aparecieron tras cada uno de la nada. Todos obedecieron, sorprendidos tras tal truco.

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