Nuevos reclutas

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–Nombre y edad– dijo el hombre enfrente de mí.

–Martin Smith, diecinueve años– respondí sin titubear y tratando de hacer una voz gruesa. El hombre me miró levantando una ceja, escribió mi supuesto nombre en un libro y llamó al siguiente. Solté aire para calmarme.

Caminé a donde se estaban reuniendo los otros chicos reclutados, no reconocí a ninguno porque seguramente eran de otros pueblos. Todos mucho más grandes que yo, hablando de la edad y del físico. Estaba poniéndome ansiosa, temía que mi madre llegara corriendo a detenerme. Todos me miraron extrañados.

–¿Seguro que tienes diecinueve?– dijo un pelirrojo, asentí. En realidad era un año menor que eso, pero 'para ser un chico' no lo aparentaba. Los demás rieron.

–No empiecen, al menos tiene las agallas de estar aquí– dijo otro muchacho, uno alto y de cabello castaño.

–Eso es cierto, chico, llenas de orgullo a tu nación– habló una voz detrás de mi. La reconocí de inmediato, un escalofrío recorrió mi espalda. Al voltear me encontré con el capitán Nicholls, los demás se pusieron firmes, intenté hacer lo mismo, aunque las piernas me temblaran por tenerlo frente a mí.

–Les advierto que no permitiré que en mi tropa haya quienes se sientan mejor que otros. El simple hecho de haberse enlistado los hace iguales para mí, no me importa su condición física, ni si son ricos o pobres ¿Quedó claro?– dijo con tono autoritario, no parecía el mismo hombre amable del otro día.

–¡Si señor!– respondieron todos. El capitán me miró fijamente, sentí el rubor quemar mi rostro. Al parecer lo notó, pues desvió la vista de inmediato.

–Descansen.

El capitán se alejó de nosotros, solté aire.

–El capitán Nicholls es genial ¿no?– dijo el chico de cabello castaño que me había defendido antes– proviene de donde vengo, es toda una leyenda. Ha sobrevivido a más batallas de las que te puedas imaginar.

–¿De verdad? No sabía eso, lo conocí hace un par de días.

–Totalmente cierto– de pronto me extendió su mano y le correspondí sin pensarlo mucho, él la estrecho con fuerza, tuve que disimular una mueca de dolor– soy Alex, él es mi amigo Chris– dijo señalando al pelirrojo de antes. Este me saludó agitando la mano y con una media sonrisa.

Hablamos un par de minutos, hasta que fue hora de irnos. Antes de eso escuché a alguien llamarme.

–¡Martin, cuídate mucho!

Me giré para encontrar al verdadero Martin agitar sus brazos en la entrada del pueblo, agité mi mano como despedida.

Nunca esperé que fuéramos a caminar tanto, las botas empezaban a molestarme y me desesperé cuando los demás no parecían afectados. Agitada le hablé a Alex.

–¿Ya casi llegamos?

–Creo que si, se supone que el tuyo era el último poblado por recorrer– abrí los ojos como platos ¿quería decir que habían recorrido todos los pueblos antes? Luego miré adelante, envidié a los superiores que iban cómodamente en sus automóviles. Reparé mi mirada en el capitán, de verdad se veía como un príncipe de cuento. Pero dadas las circunstancias él nunca pondría la vista sobre mí si no fuese para evaluar mi postura o darme alguna orden,

Al cabo de una hora llegamos a nuestro destino. Era un pequeño poblado para la milicia, con casas de campaña para los reclutas, construcciones bien edificadas donde vivían los superiores y varios establos y bodegas. Habían varios hombres corriendo en los alrededores, otros haciendo lagartijas en el suelo, tragué saliva al ver lo que me esperaba.

Lo primero que hicimos fue instalarnos en nuestras respectivas tiendas. En cada una había al menos diez literas. Me puse nerviosa cuando pensé en que en algún momento tendría que cambiarme frente a todos.

–¡Pido arriba!– dijo Alex saltando dentro de la tienda.

–Hay que apurarnos, nos esperan– dijo Chris, serio.

Insegura, tomé una cama de arriba. Pensaba ponerme debajo de la cama de Alex, que de alguna forma me hacía sentir segura, pero cambié de idea, solo por si las dudas. Coloqué mi costal y los tres salimos de ahí.

–Tienen suerte, esta tienda no se va a llenar– dijo uno de los que llegaron con nosotros– ya todas están ocupadas, a menos de que luego vengan más reclutas.

Casi me desmayaba por el alivio que de pronto sentí. Seguí a mis nuevos compañeros a una fila donde repartían nuestros uniformes, todos de color verde y con minúsculos detalles. Un par de botas negras y un gorro. La persona que los repartía buscó el más pequeño, pero aún así dudó que me quedara bien.

–No importa, si consigo aguja e hilo puedo arreglarlo– dije despreocupada, todos me miraron extrañados.

–Ve con el capitán, el debe tener– dijo la persona que me había dado el uniforme. Fui hasta la oficina del capitán, al entrar esperé encontrarlo, pero no estaba. Retrocedí un paso y me di cuenta que detrás de mí había alguien.

–Fue a los establos, soldado ¿Qué quieres?

–Bueno...ehm...buscaba aguja e hilo para ajustar mi uniforme– dije titubeando, me miró severamente.

–¿Y te atreves a hablarme de esa forma?– dijo, de inmediato intenté ponerme firme– no me conoces, pero soy el Mayor Stewart ¡Tu superior! Así que cada vez que te atrevas a hablarme te referirás a mí como Señor– se agachó para que su cara quedara al mismo nivel que la mía– ¿Quedó claro?

–¡Si, señor!– respondí con voz firme. Entrecerró los ojos y se reincorporó.

–Retírate– dijo y de inmediato abandoné el lugar olvidando mi búsqueda, tendría que conformarme si mi uniforme no ajustaba perfectamente.

El resto del día parecía interminable, pasamos mucho tiempo en filas, escuchando a los superiores hablar sobre los peligros de la guerra y como debíamos ser valientes, además de intimidarnos y decir que no íbamos a sufrir más en otro lugar que en el campo de entrenamiento. Después de eso nos hicieron correr kilómetros.

En un momento que nos dejaron descansar, vi a algunos de nuestros superiores entrenando con sus caballos de guerra. Sus uniformes eran diferentes, azules con adornos blancos y guantes. Entre ellos se encontraba el capitán Nicholls, montado en un joven equino que según me dijeron su nombre era Joey. También estaba el mayor Stewart sobre su caballo negro. Ambos tuvieron una especie de carrera que consistía en tomar un aro de listón azul con sus espadas, donde mi querido capitán salió victorioso. Sonreía para mi misma, admirándolo en secreto. Tuve que dejar de ver el espectáculo cuando nos ordenaron volver al campamento para hacer otros ejercicios.

Después de todo eso, nos dieron de cenar. Nunca supe lo que habíamos comido ese día, estaba tan cansada que no tuve tiempo de saborear nada.

En nuestra tienda de tres integrantes platicamos un poco.

–Yo ya quiero ir a pelear, no entiendo todo este entrenamiento, solo hay que tomar un arma y matar enemigos– dijo Alex.

–Lo hacen por una razón, no te quejes– contestó Chris.

–Pero es aburrido, vine para aprender a pelear, no correr todo el día.

–Tal vez solo es el inicio– dije medio dormida en mi litera– quieren que nos volvamos más fuertes de lo que somos, para que al pelear...– no terminé la frase, el sueño terminó por vencerme.

Pasaron casi tres semanas y la rutina era siempre la misma. Por momentos me preguntaba cómo iba a sobrevivir en el campo de batalla. Esa situación era como una enorme bola de nieve persiguiéndome colina abajo. Las mentiras, los engaños, las apariencias... todo eso terminaría por alcanzarme algún día.

Dame EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora