Día 50.

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11:11 am.

Katie: Ha sido sin querer.

Néstor: ¿El qué?

Katie: Estoy en comisaria.

Néstor: ¿Por qué?

Katie: He sido testigo de cómo un chico le abría la cabeza a otro con un botella en la discoteca.

Néstor: Solo por eso, ¿verdad?

Katie: Sí.

Néstor: Entonces no hay de qué preocuparse.

Katie: Estoy en el despacho del jefe de policías esperando por él.

Katie: Seguro que es el típico señor de 60 años que no quiere jubilarse, casi calvo solo con pelo blanco en la parte de atrás de la cabeza, gordo y con el uniforme manchado de chocolate por los donuts.

Katie: Dios mío, me estoy riendo mucho.

Katie: ¿Néstor? Vale, me has dejado hablando sola así que supongo que estás trabajando.

Néstor: Exacto.

Néstor: Recuerda siempre que te quiero, mi pequeña.

Katie: Yo también te quiero.

Katie sonrió como siempre que leía esas palabras y se las devolvía. Nunca lo había dicho de una manera tan pura porque nunca se lo había dicho a una persona del sexo opuesto, solo a su hermano mayor y a su padre.

Suspiró con aires de enamorada releyendo cómo su desconocido favorito, de nombre Néstor, le había escrito que la quería.

Aunque no era la primera vez que se lo decían, sentía esas mariposas en el centro del estómago como si lo fuera y le encantaba eso.

Sus mejillas habían adquirido un cierto tono rojizo-rosado, sus ojos brillaban con intensidad, aunque podría ser producto de la pantalla iluminando su cara y la poca luz de la habitación en la que se encontraba al tener las cortinas casi cerradas, pero no.

Sus ojos brillaban de emoción, de ternura y de amor. Sí, de amor transformado en locura porque no conocía físicamente al hombre con el que hablaba, pero se sentía en las nubes, se sentía enamorada.

Oyó pasos en el pasillo contiguo al despacho donde estaba sentada, detrás de la puerta se oían pisadas, voces en murmullos en tonos demasiado bajos y algunos papeles siendo pasados de manos en manos.

Se removió en la silla de madera con pesadez, le dolía el trasero de estar más de media hora esperando por el dichoso jefe que parecía no querer llegar nunca a interrogarla y dejarla en libertad.

A decir verdad, nunca la había interrogado el jefe en sí y mucho menos en su despacho, siempre era Ian, un policía amigo de su hermano y ya de ella, lo que le hizo pensar que el jefe la iba a expulsar de la ciudad o algo así por estar cada dos por tres en comisaría.

Guardó el teléfono en el bolsillo de la chaqueta de cuero y subió la cremallera para asegurar el dispositivo en algún lugar y que no se le fuera a olvidar encima de la mesa cuando se levantara para irse.

La puerta se oyó abriéndose y giró la cabeza para el lado contrario, aguantando una escandalosa carcajada al imaginarse al jefe de policías como le había escrito a Néstor hacía unos minutos atrás.

Luego cayó en la cuenta que tendría que dejar de ver esas series o películas policíacas con clichés tan obvios como estos, pero cualquiera le decía a su padre que no cuando era uno de los pocos momentos que pasaban juntos debido a la incompatibilidad de ambos trabajos y turnos.

11:11. Te pedí a ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora