Epílogo.

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Salí de la última clase a la hora de siempre con las manos en las asas de mi mochila a los hombros y medio saltando.

Me sentía feliz y no podía dejar de reírme, aunque mi padre decía que eso lo saqué de mi madre porque siempre se estaba riendo, sonriendo, cantando o bailando de forma muy extraña.

Me gustaba bailar con mamá, sobretodo mientras cocinamos y papá nos miraba desde el salón. Siempre nos sorprendía cuando llegaba de trabajar.

Hablando de mamá, hoy me había hecho dos coletas y a todo el mundo le había gustado, hasta mi profesora me halagó diciendo que me quedaban bien.

Los profesores se veían altos desde mi posición tan pequeña y algunos chicos y chicas de clases mayores también.

Eso es lo que tiene ser una niña de 5 años, ¿no?

Salí del colegio y vi el coche patrulla de papá aparcado frente a la puerta del colegio. Él estaba apoyado por fuera de la puerta y abrazaba a mamá por la espalda mientras le decía cosas al oído.

Mamá se reía agachando la cabeza y se ponía roja. ¿De qué estarían hablando? Yo quería saberlo para reírme también con ellos.

Tío Brian siempre me contaba que ellos dos empezaron una relación un poco extraña porque papá acosaba a mamá por el teléfono móvil.

No sabía qué significaba eso, pero ellos dos se querían mucho y mamá siempre me decía que no le hiciera mucho caso a tío Brian porque estaba medio loco.

Cuando me acerqué a ellos, mamá no tardó en abrazarme y darme un beso en la mejilla haciendo mucho ruido, como siempre.

Papá me cargó en brazos y yo lo abracé. Me gustaba mucho el perfume que papá usaba, olía bien, y a veces yo me lo echaba a escondidas pero sshh, eso era un secreto.

Nos subimos al coche del trabajo de mi padre, yo iba atrás en mi silla y ellos dos delante, hablando de sus aburridos trabajos.

Mi madre siempre hacía bromas que yo no entendía sobre las veces que había estado en un coche como este, pero yo no sabía porqué.

Mi padre se reía asintiendo y le daba la razón con una mirada de reproche, la misma que me solía dar a mí cuando hacía alguna travesura, como subirme de pie al sofá o saltar en la cama donde dormían ellos dos.

El colegio no estaba lejos de casa, así que llegamos rápido, me quité el cinturón y esperé a que me abrieran la puerta. Fue papá quien lo hizo y mamá fue a abrir la de casa.

Levanté los brazos y abrí y cerré los puños para que mi padre me cargara en brazos, lo que hizo con una mirada que solo él y yo conocíamos porque mi madre decía que yo ya era grande para que me cargara.

No quería ser grande, quería que papá siguiera cargándome como hacía siempre.

Al entrar en casa, la comida ya estaba lista, pero tuvimos que poner la mesa. Yo me senté en mi sitio sola, poniéndome de puntitas y gateando un poco.

Para subirme en la silla todavía no era lo suficiente grande y no me dejaban, pero ahora nadie estaba mirando.

Me reí por lo bajo con la mano en la boca para que se oyera y miré a la cocina, donde mis padres servían la comida. Todo el mundo decía que eran muy diferentes.

Papá era un hombre serio, aunque tenía sus momentos divertidos, trabajaba mucho por nosotras pero también tenía tiempo para pasarlo con mamá y conmigo.

Le gustaba pasar tiempo con las dos, sobretodo cuando jugábamos juntos a hacernos cosquillas en su cama. Él siempre iba con el uniforme del trabajo o bien vestido.

Mamá era una mujer mucho menos seria, siempre estaba haciendo travesuras que traían loco a papá, como tener el pelo azul. También trabajaba pero menos.

Tenía piercings y muchos tatuajes que a mí me encantaban porque podía colorear los que no tenían color. Ella siempre iba con pantalones rotos, camisetas de tirantes y botas o deportivas.

Papá le robó un beso a mamá antes de salir por la puerta de la cocina y la dejó en el sitio, con el plato servido en las manos y roja.

–¡Mami está roja! –La señalé mientras papá ponía un plato de comida frente a mí y otro frente a él sentándose.

–Yo también puedo hacer que tu padre se ponga rojo. –Me dijo sentándose en la mesa con su plato y guiñándole un ojo a papá. Él carraspeó.

–No digas esas cosas delante de Skylar, ya va entendiendo todo. –La reprendió como hacía conmigo pero la verdad es que yo no entendía nada.

–No lo entiendo. –Dije frunciendo el ceño.

–Lo entenderás cuando seas grande. –Mamá se rió.

Comimos mientras les contaba lo que había hecho hoy en el colegio. Pintamos, cantamos, nos aprendimos los colores y los números hasta el cinco. ¡Ya podía decir cuántos años tenía!

Luego de comer, papá se volvió a ir a trabajar y yo me quedé con mamá viendo una película de dibujos. Mamá se durmió porque ella trabajaba por la noche y estaba cansada.

Yo cogí su teléfono móvil y marqué el número que estaba junto al nombre de Néstor, que era el nombre de papá. Lo echaba de menos.

–¿Katie? ¿Pasa algo, todo bien? –Respondió.

–Papi, soy yo. –Dije susurrando.

–¿Qué pasa, Sky? –Miré a mamá.

–Mamá se ha dejado dormir viendo una película y yo te echaba de menos. –No quería que mi madre me echara la bronca por haber cogido su teléfono sin permiso.

–Yo también te echo de menos, cielo. –Sonreí. –Pero no puedes quitarle el teléfono a mamá. –Asentí.

–Lo sé. –Mamá comenzó a moverse. –Se va despertar. –Avisé a mi padre.

–Saldré antes hoy y te llevaré al McDonald's, pero no se lo digas a tu madre. Es nuestro secreto. –Reímos.

–¡Vale! Te quiero, papi. –Le dije con emoción.

–Yo también te quiero, mi cielo. –Colgué rápidamente y puse el teléfono en la mesa de nuevo.

Mamá se despertó y me dejé caer hacia un lado en el sofá para hacerle creer que también estaba durmiendo. Pareció funcionar... O eso pensé.

–Sé que estás despierta, Sky, te oí hablado con papá. –Seguí haciendo que dormía.

Mamá comenzó a hacerme cosquillas y no pude aguantar las ganas de reírme a carcajadas. Tenía la misma risa que ella, que se podía oír desde muy lejos.

–¡Para, mami! –Le dije intentando respirar.

–¿Tu padre te va a llegar al McDonald's? –Me preguntó con una ceja levantada.

¿Cómo lo sabía? No podía decirle que sí, era nuestro secreto, así que solo encogí los hombros. No le había dicho ni que sí ni que no.

–¿Y no me van a llevar? –Se hizo la enfadada.

–Hay que convencer a papá para que te lleve. –Ella asintió.

–De eso me encargo yo. –Se rió.

No entendí porqué había dicho eso, pero lo que sabía y me importaba era que tenía los mejores padres del mundo. No los cambiaría por otros.

Ellos se amaban, me amaban y yo los amaba con todo mi pequeño corazoncito.

Al fin y al cabo, somos una familia y eso es lo que hacen las familias, ¿verdad?

11:11. Te pedí a ti.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora