Prólogo: Lluvia

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El muchacho estaba parado junto a la ventana, mirando a la calle. Recién lo habían llamado del geriátrico de San Vicente, pero no recordaba haber dejado su número en los datos. Creía acordarse vagamente de ese momento hacía dos años en que su hermano mayor y él habían ido a tramitar la internación de su madre, ya una mujer mayor, padeciente de Alzheimer, totalmente perdida del mundo real. Su hermano mayor había dejado sus datos de contacto para que lo llamaran a él en caso de necesitar algo.

-Vos preocupate por conseguir un trabajo, y ya hablaremos de responsabilidad -y firmó en la hoja como responsable y contacto de emergencia.

Sería que el hermano les había dado su número para que él también fuera informado. No querría hablarle a él, estaría visiblemente muy ocupado en la oficina. O tal vez fuera para herirlo, para que sintiera la frialdad de un aviso por secretaria. En todo caso, no lloró. Colgó el teléfono, se paró a buscar la caja de cigarrillos y se puso a fumar en la cama. Cuando acostó la cabeza en la almohada, el dolor lo oprimió, se llenó de culpa, pero no pudo llorar. Entonces se paró y vio que se había nublado, el sol ya no entraba brillante por la ventana.

Fue hasta la ventana, con el cigarrillo en la mano, y pegó la frente contra el cristal, mirando las nubes oscuras. Vio a la gente caminando con rapidez para escapar de la evidente lluvia que se les venía encima, y pudo ver una pareja que se guarecía metiéndose al café de enfrente. Pudo ver las palabras en rojo de CAFÉ - ROTISERÍA. Le dio una pitada al cigarrillo y lo dejó en el cenicero. Pensó en aquella mujer a la que había visto una vez delirando en una cama, llamándolo por el nombre de su hermano, lamentándose de haber perdido a su perro mascota. Su madre.

Pegó de nuevo la frente contra la ventana y miró esta vez al cielo, observando las nubes negras y estáticas, y sintió el frío viento que corría fuera. Entonces vio las gotas pegando con el vidrio y cómo hacían ese ruido lastimero, ese pic pic que parecía casi cómico. Pudo ver que hasta el cielo lloraba.

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Diego Martínez se despertó sobresaltado cuando la lluvia empezó a caer sobre la ventanilla del auto contra la que estaba apoyado. Se irguió en el asiento y miró a la Detective Gellatto, que tomaba un café mirando la vereda de enfrente con cara de cansancio.

-¿No hay movimiento? -preguntó Diego antes de bostezar.

-Nada todavía. Pareciera que Filón sabe que lo estamos buscando.

-Ni que fuera médium -bromeó el muchacho.

La Detective ríe sarcásticamente, sin sacar la vista de la puerta de vidrio. De golpe pega un salto del susto cuando escucha un golpeteo en su ventanilla. Al ver a un oficial de policía, baja el vidrio y el hombre dice:

-¿Detective Jelato? -la mujer asiente y continúa:- Somos el reemplazo de vigilancia.

-Bien. No le saquen los ojos de encima. En ocho horas viene la otra pareja.

-Perfecto. Buenas tardes -saluda, y se dirige a su auto, mientras la Detective Gellatto subía la  ventanilla y arrancaba el automóvil.

Fueron avanzando mientras Diego sacaba una libreta y una lapicera.

-Definitivamente nunca sabrán pronunciar tu apellido.

La Detective ríe bajo y mira de reojo lo que hace.

-¿Qué escribís?

Diego garabateó en la punta izquierda superior y anotó "hermano", "Alzheimer", "café" y "lluvia". No le responde, ni siquiera escucha la pregunta; pero la Detective empieza a prestar atención a la Avenida y siguió conduciendo en silencio. En algún lugar de Buenos Aires, sin que nadie lo viera, un hombre fumaba mirando el cielo, mientras se largaba a llorar.

Tierra InconscienteWhere stories live. Discover now