Capítulo 1: Auto

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El automóvil avanzó abriéndose camino entre las filas de autos con lentitud, entre el tráfico de aquella hora, bajo el golpeteo constante de la lluvia (antes llovizna) sobre las ventanillas. El aire de melancolía adormecía a la Detective, pero por suerte para ella y para Diego, se había tomado un café recientemente. Diego tenía la cabeza acostada en el respaldo, callado y pensativo, golpeteando el lápiz sobre el anotador, provocando un sonido monótono y continuo. El ambiente gris del auto era tranquilizador y relajante para Diego, meditando para sus adentros en su subconsciente, buscando pedazos de aquel sueño que recordaba por partes.

El muchacho recordaba sus doce años, cuando estaba en el patio de su casa, jugando en el galpón, cuando entre las herramientas de su padre, encontró el cuerpo inerte y sucio de una rata muerta. No recordaba ningún "incidente" anterior al de esa tarde de otoño en la casa de su padre. Con su infantil visión del mundo, vio a la bestia como si fuera un animal doméstico común, como un gato o un perro, aunque un poco más pequeño. Tratando de protegerlo de la humedad del galpón, decidió sacarlo afuera para ver si se recuperaba, pero en cuanto lo tomó entre las manos, su mente se desvaneció en un fogonazo de imágenes.

Sientió miedo. Pudo oír miles de ruidos y de estremecimientos entre las paredes. Se sintió corriendo por entre tablas de madera, entre el barro, comiendo insectos. La boca se le llenó de un sabor asqueroso y que le quemaba la lengua, con un sabor dulzón: era el cebo envenenado que había llevado al animal a su muerte. Volvió en sí con las manos sucias y vacías, la rata se le había caído al piso. Corrió a su cuarto, se sintió raro, y desde entonces estuvo una semana encerrado, no queriendo salir y diciéndoles a sus padres entre llanto y súplica que dejaran de usar veneno para ratas. Desde entonces, los enemigos de Diego eran los adultos y su veneno mortal.

Así fue que, ya en la facultad, pudo darse cuenta de que tenía un poder particular, y se sintió en la obligación de no comentarlo con nadie. Se sentía un bicho raro, pero no se desesperaba por ser normal y conseguir amigos: tuvo una vida tranquila y normal, aunque con momentos en los que se quedaba tildado y recibía información de ciertas cosas tristes o traumáticas. Se dio cuenta de que nadie había podido entender esa forma de recibir información, exceptuando a la serie Millenium, en la que los poderes del protagonista Frank Black se presentaban en forma de pantallazos y flashes de imágenes.

Tiempo más adelante, decidió probar suerte en una academia de policía y estuvo a punto de ser aceptado, pero en un examen psicológico no fue aceptado, aunque nadie le dijera la razón. Probablemente el analista haya visto algo en él, suponiendo que podía dar problemas; pero Diego no se veía psicológicamente incapaz. Por suerte, pudo recibir el contrato como colaborador externo de la policía gracias a su amistad con una ex compañera de la academia de la policía, quien después sería Detective, la impaciente y de fuerte carácter Juliana Gellatto. Gracias a su fama y sus logros policíacos, pudo pedir la ayuda de su amigo Diego Martínez siempre que la consideraba necesaria.

Diego nunca la había considerado más que una amiga, e incluso desconocía su orientación sexual. El muchacho nunca había tenido más que aventuras o chicas con las que había salido unos meses, pero Diego tenía un problema con responder preguntas o siquiera con mantener una conversación entera. Esto para las mujeres (por lo menos con las que había salido Diego), era desquiciante y molesto. Pero la Detective Gellatto le tenía afecto y le parecía que su personalidad misteriosa le daba sabor al aspecto delgado y sombrío que presentaba siempre con su ropa gris o beige, especialmente esa campera larga de color claro que a Juliana le recordaba los detectives de películas de policial negro o noir.

Respecto a la visión que la Detective tenía de su amigo era extraña. En ocasiones había sentido atracción por él, pero nunca la suficiente como para llevarlo a su casa o para salir con él en pareja. Simplemente eran amigos muy cercanos, y como tal siempre hay momentos en los que cierta tensión se presenta pero nunca es necesario descargarla. O por lo menos aún no era necesario.

-¿Diego? –volvió a preguntar Juliana Gellatto.

Diego salió de su ensimismamiento y vio que estaban detenidos ante un semáforo en rojo: la Detective no soportaba esperar un semáforo en silencio. No es que hablara mucho ni que le gustara hablar, simplemente el hecho del semáforo en rojo la ponía nerviosa y ansiosa. Diego la miró a los ojos mientras se acomodaba en el asiento.

-¿No me vas a decir qué es lo que anotaste? –inquirió la mujer, ojeando el anotador.

Diego vio las palabras que tenía escritas, y pensó en las razones por las cuales no le había contado nada a su amiga sobre su habilidad y sus "incidentes". No pudo encontrar ninguna; tal vez era como el cliché romántico: no había encontrado el momento.

-Son solo palabras –respondió, y le pasó el anotador.

La Detective soltó una mano del volante para tomarlo y echar una mirada a la serie de palabras sin sentido en la hoja, y el garabato de la punta de la hoja. Le devolvió el anotador cuando el semáforo se puso en verde y arrancó.

-¿Sueños?

-Podría llamarse así –le dijo él, sin querer hablar del tema aún.

Siguieron un momento en silencio, y Diego se puso de costado para mirar al cielo por la ventanilla, pero en el momento en que apoyó la frente en la ventanilla y sintió el frío del cristal, se estremeció y recibió un pantallazo único y fugaz: llanto. Pero cuando volvió en sí, no pudo pensar en nada más que en la luz de un rayo a través de las nubes. Cuando paró se detuvo a esperar el sonido del trueno, pero nunca apareció, así que volvió a acomodarse y guardó el anotador. Los amigos se quedaron en silencio hasta que unas cuadras más adelante llegaron a la estación de policía.

Tierra InconscienteWhere stories live. Discover now