Diego caminó a través de los escritorios donde los oficiales de policía atendían teléfonos, entrevistaban personas, o simplemente tomaban café o agua. Caminaba mirando todos los detalles, cosa que le gustaba muchísimo a Diego, pues aguzaba sus sentidos en varias formas. Podía ser capaz de sentir el tragar de la garganta de algún oficial, o poder visualizar en detalle la frente sudada de una mujer mayor que iba bastante a menudo a quejarse del perro de su vecino. Diego tenía indudablemente una percepción muy fuerte e intensa para ver cosas que poca gente podía ver, y no tenía ningún problema con eso; y de hecho, lo había tomado como algo natural, básicamente un talento con el que había nacido. No lo diferenciaba mucho de tocar la guitarra o de saber cantar.
Sin embargo, este don innato le había endurecido la personalidad. Se había vuelto callado, reservado y antisocial. No era el típico cliché que vive a través de su computadora, o el adolescente que no sabe relacionarse con la personas; simplemente no le gustaba hablar con desconocidos, y menos relacionarse con la gente que no le interesaba escuchar (la mayoría). Pero había gente que soportaba y amaba el silencio, que abrazaban la soledad como a una cama después de un día agotador de trabajo.
Diego se acercó a la oficina más importante, la que llevaba el rótulo de Comisario, y entró sin tocar la puerta. El Comisario Rabán estaba acostado en la silla, con la taza del matecocido aún caliente en la mano, pues Fernando Rabán estaba tratando de dejar la cafeína, provocado a causa de sus problemas de insomnio. Hacía bastante no podía dormir e ingería litros de café por día (teniendo en cuenta que era lo único que había en la comisaría, era entendible), perdiendo el sueño y ganando ojeras.
-Comisario -susurró Diego tras carraspear.
El Comisario se espabiló y levantó lentamente la mirada hasta ver al detective aficionado. Lo vio en toda su altura y delgadez, sintiéndose inferior en su anchura, a pesar de tener un gran rango, y logrado no sin esfuerzo. Fernando Rabán dejó la taza en el apoyavasos y le dijo a Diego:
-Haga pasar a la Detective y siéntense.
Hizo un gesto a Gellatto y cuando entró, cerró la puerta. El único sonido audible era el golpeteo de las gotas de lluvia en la ventana de la oficina, que presentaba un cielo negro y oscuro. De repente, el sonido de las sillas crujiendo bajo el peso de sus visitantes sacó al Comisario de su usual ensimismamiento. Fernando Rabán les preguntó los detalles de la vigilancia del mafioso de la Aduana Gastón Valdez, también conocido como Filón, debido a su manejo grácil con el cuchillo.
La Detective Gellatto empezó a hablar explicándole los pocos avances que tenían con la vigilancia, pero esperaba tener resultados en los siguientes dos días. El Comisario parecía satisfecho, después de todo, Filón había actuado en las sombras desde hacía tres años: dos días más no hacían la gran diferencia. Pero Diego estaba compenetrado en la ventana, mirando el movimiento de las gotas cayendo en líneas curvas, siguiendo leyes físicas que él desconocía. El movimiento de las gotas era el mismo al de un rayo, dando curvas y cortes en el medio, y dividiéndose a sí mismas en algunos tramos.
De repente, perdió el conocimiento de la habitación, y visualizó una calle concurrida de autos, con unas pocas personas corriendo, cubriéndose las cabezas con periódicos o con sus abrigos. De golpe, sintió un fogonazo, un choque de electricidad, y un olor a chamuscado. Pudo ver una esquina desconocida para él de la que salió un empleado corriendo a socorrer a alguien. Cuando volvió en sí, notó que la Detective lo había sacudido levemente por el hombro para despertarlo.
-¿Está bien, Martínez? -dijo el Comisario, preocupado.
-Sí, Comisario, no hay ningún problema -le dijo Juliana Gellatto, tranquilizándolo-. Son solo las ocho horas de vigilancia en el auto haciendo efecto. Tal vez deberíamos irnos.
El Comisario vio la mirada perdida de Diego, la frente cubierta de sudor, las manos con los dedos entrelazados. Les dio el permiso y, tras despedirse de Fernando Rabán, salieron de su oficina.
-Mejor te vas a tu casa. Ya es demasiado tiempo sin dormir.
Diego Martínez se dijo a sí mismo que esto se salía de control. La persona que había sufrido el impacto del rayo no podía ser salvada ya, era demasiado tarde. Pero ya no podía perder tiempo, se había dado cuenta de que su don podía salvar vidas. Empezaba a entender que su poder se activaba cuando se relacionaba íntimamente con el hecho que visualizaba: con el hombre que lloraba, al apoyarse dormido contra el vidrio al igual que él; con el rayo, las gotas en la ventana formando la forma irregular de los relámpagos en el cielo. Esto podría significar un poder semejante al de Frank Black en Millenium, aunque tal vez, podría llegar a controlarlo.
-No. Necesito que me lleves a mi casa, hay algo que tenemos que hablar.
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Tierra Inconsciente
Mystery / ThrillerAviso Fuera de Lugar: Esta es una historia seria. Un hombre cuyos sentimientos son tan fuertes que se transforman en modificaciones físicas del mundo real. Una pareja que debe encontrarlo antes de que la ciudad entera se destruya por culpa de la d...