Capítulo 4

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Narra Germán

Tuve una vida llena de miradas de asco, comentarios desagradables (míos y de otras personas) y, sobre todo, dudas.
¿Quién soy? ¿Qué me gusta? ¿Por qué los chicos de mi escuela se alejan como si tuviera un virus terrible? "No nos acerquemos mucho, a ver si el maricón nos roba un beso"  suelen decir como si ser gay viniera de la mano con ser violador. ¿Vos, siendo heterosexual, andas besando chicas sin permiso? Idiotas. Mis compañeros de escuela eran todos unos idiotas. Los nenes son malos, pero llega la secundaria y algunos se ponen peor. Son esos los que me acosan verbal y físicamente día a día, como si yo no tuviera suficiente con mirarme al espejo y sentirme el chico más horrible del mundo.
Incluso mi mamá, no me acepta.
Cree que es de lo peor que le pudo pasar. Ella quería nietos y yo le salgo con eso de besar chicos.
Papá piensa que "estoy confundido", cuando a los 14 años uno es libre e inteligente como para darse cuenta de lo que le gusta o ama.
Sólo puedo hablar con tranquilidad con Federico, mi amor. Nos conocemos por internet y hace meses mantenemos conversaciones profundas y llenas de sentimientos. Somos algo así como "novios". Aún no nos vimos en persona.
Y por supuesto, con Inés pero no cuenta como amiga dado que es mi psicóloga y está obligada a escucharme.
Insiste en que tengo que descargarme. No soy muy bueno con el arte, y pensó que un buen desahogo (y vendría bien a mí físico, e indirectamente a mí mente, porque si yo fuese lindo estaría feliz) ir a un gimnasio.
-¿Averiguaste o no?- volvió a insistir.
-No.- confesé.Me miró con mala cara- Quise entrar y me dio...miedo.
-¿Miedo?
-Sí, se nota a kilómetros que soy puto y me van a mirar mal. Aparte, cuando se enteren en la escuela me van a joder más- me excusé.
-Dos cosas : primero, no digas "puto", es gay u homosexual. Suena despectivo y no es nada malo que te gusten personas de tu mismo sexo; segundo, ¿qué te importa lo que digan ellos?

Si algo me ayudaba en este mundo, era la música.
Durante los recreos, me la pasaba con auriculares.
Y por la calle también, no vaya a ser cosa que me encuentre con Ezequiel y su grupo de violentos.
Entré al gimnasio con "Revolución", una canción de airbag (mi banda favorita que esté viva) , con el miedo y la adrenalina apoderándose de mi garganta.
Pensé que no iba a poder hablar frente a la encargada del gym, y me arrepentí por venir sólo. De todas formas, no tenía quien me acompañara.
Tomé coraje y pedí información. Cuándo, a qué hora, cómo, qué deportes...
Elegí boxeo, algo que pocos " maricones" hacemos, y salí de allí.
Me llegó un mensaje de un grupo de airbag (nadie sabe mi secreto) de que los integrantes, Guido, Pato y Gastón, estaban en un bar conversando con un entrevistador.
La dirección era cerca de donde yo estaba así que salí a las apuradas.
¡Que la suerte me juegue una bien, por favor!
Ya podía ver los toldos del lugar y una melena rubia asomarse, pero fui interrumpido.
-¿A dónde vas tan apurado, mariposa?- era Ezequiel. Me tenía agarrado de la remera, una negra y con el logo de airbag en el frente.
Detrás suyo estaban Manuel, Quique y Tomás. El grupete de abusadores.
Me apodaban así y algunas veces lo cambiaban.
-¡Contesta, conchudo!- gritó Ezequiel, un morocho de 1,70 , con brazos firmes y musculosos. Sus ojos eran tan oscuros como su pelo y su alma.
Quique era colorado, pálido pero también de contextura firme y gruesa.
Los tres eran grandotes, y vestían de negro.
Manuel sólo acompañaba y algunas veces me golpeaba, pero se mantenía en silencio. Era rubio y de ojos celestes, todas las chicas y yo, moríamos por ese chico con cara tan dulce y actitud viril y malvada.
-¿No contestas?- preguntó en tono desafiante el morocho.
Los tres se abalanzaron sobre mí y comenzaron a apropinarme golpes, insultos y escupitajos.
Qué cosa, año 2015 y siguen pasando estas cosas.
No ofrecí pelea, me dejé golpear a gusto hasta que parecieron aburrirse o que no había más posibilidades de golpearme sin matarme, y se fueron.
Quedé tirado en el piso, en el medio de un charco de sangre proveniente de diferentes partes de mi cuerpo y no tuve fuerzas como para pedir ayuda.
En la cuadra de en frente, los hermanos Sardelli se dirigían a un auto.
Guido, por algo del destino o la suerte, se giró y me vió.
-¡Eu!- escuché que gritó. Sus hermanos también  giraron a mí dirección y corrieron a socorrerme.
El rubio me cargó entre sus brazos, cual príncipe salvando del castillo embrujado a una princesa, y subimos al asiento trasero del auto.
No supe qué más pasó en el trayecto, porque caí desmayado.

Desperté en una camilla de hospital, Inés me miraba preocupada. Lloraba y se comía las uñas.
Gastón entró con un café, se lo ofreció y plantó un dulce beso en su frente.
Volví a cerrar los ojos, realmente estaba cansado.
-¡No quiero que le pase nada!- oí su voz quebradiza por estar llorando. Mi psicóloga en definitiva era mi amiga.
-Tranquila...
Cuty quería calmarla.
Algo raro había, pero lo dejé para más tarde y dormí un poco más.

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⏰ Última actualización: Mar 12, 2016 ⏰

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