22.Ceguera

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 El despertador gritó, molesto e insistente. El hasta hacía medio segundo durmiente sacudió la cabeza, con ese pequeño susto que recibimos al despertarnos, y que se desvanece tan rápido que casi nunca lo percibimos. Todavía en la frontera de la vigilia, estiró la mano y apagó la alarma, y agradeció a varios panteones de Dioses por el maravilloso silencio.

Volvió a su posición de feto y pensó el diario "cinco minutitos más", pero la parte adulta de su cerebro lo obligó a intentar levantarse. Retozó por unos segundos en su cama, regodeándose en el calor casi maternal de las frazadas. Gozó enormemente, bostezó y se estiró hasta el hartazgo.

Abrió los ojos y se los restregó un poco, a la vez que bostezaba. Con la oscuridad que reinaba en el cuarto, era prácticamente lo mismo tener los ojos cerrados o abiertos. ¿Prácticamente? Era exactamente lo mismo. El recién despierto cerró y abrió los ojos, viendo exactamente lo mismo: nada. No fue consciente de esto, porque siempre dormía con la ventana cerrada a cal y canto; le disgustaba muchísimo la luz a la mañana.

Con una lentitud extrema se levantó, y sufrió un par de escalofríos mientras abandonaba el útero caliente que representaba su cama a esas horas de madrugada. Maquinalmente se dirigió hacia la puerta, esquivando los escasos muebles que había en su camino con la destreza de la costumbre. Su casa estaba perfecta: silenciosa y oscura como una tumba. Siempre bromeaba con que seguramente había sido vampiro en otra vida.

Se calzó las pantuflas, y sin prender la luz salió de su habitación. Se dispuso a atravesar el comedor para dirigirse al baño y hacer sus necesidades (a pesar de la incómoda y también diaria erección que tenía). Caminó entre las sillas y la mesa sin ver, y entró al baño, más frío que de costumbre. "bueno, después de todo es invierno" pensó mientras orinaba dificultosamente.

Apretó el botón, y el ruido fantasmal del agua yéndose quebró el silencio. Se dio vuelta y se lavó la cara, estremeciéndose cuando sintió el agua fría recorrerle el rostro. Más despejado, notó que aún en el baño seguía sin ver absolutamente nada, como si tuviese los párpados cerrados. Miró hacia donde sabía que estaba la claraboya, pero la negrura era absoluta (¿No tendría que venir algo de luz desde afuera?). Tanteó la pared, recta, esquina, recta, puerta. Volvió la mano por donde había venido, y la bajó instintivamente, adonde sabía – sin saber que sabía – que estaba el interruptor.

Oyó el clic y entrecerró los ojos esperando el fuerte golpe de la luz, pero la negrura seguía siendo total. Esperó unos segundos, como no entendiendo, y volvió a poner el botón en "apagado". Dos segundos más, e intentó encenderla nuevamente, pero con igual resultado: seguía totalmente ciego (mierda, se quemó el foquito).

Abandonó el baño, cerrando la puerta tras de él y dirigiéndose hacia el interruptor del comedor, tanteando mesada y pared. Luego de unos segundos, llegó y tocó el botón, pero lo único que cambió en la sala fue el "clic" que rompió el silencio, nada más (¿Yo pagué la luz este mes? Sí, sí, hace una semana). Alternó el interruptor una docena de veces, con frustración, e insultando mentalmente a la compañía de energía eléctrica por el mal servicio que le daban (puta madre, siempre pago en término, vos te atrasás y ya te cortan el servicio, pero cuando ellos te dejan sin luz está todo bien, claro, manga de hijos de mil put...). Tanteando y con las manos siempre adelante cual ciego primerizo, volvió a su cuarto, y pasó la mano por la mesa de luz hasta encontrar el celular; por lo menos podría usar la pantalla como linterna hasta buscar velas, o algo así.

Tocó la pantalla táctil, y está no respondió (¿Le cargué la batería? Sí, algo tiene que tener... roto no creo que esté, lo usé anoche...). Impaciente, tocó un par de veces más, casi clavándole el dedo, pero la pantalla no iluminaba absolutamente nada, y ni siquiera podía ver el celular. Hasta ese momento no se había dado cuenta, pero la oscuridad era tan espesa que no podía ver nada, pero literalmente nada. Colocó su mano a dos centímetros delante de sus ojos, y no podía verla. Nada, nada.

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