Días de lluvia

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Los coches pasaban por mi lado con un silencioso estruendo, sus ventanas comenzaban a llenarse de gotitas que pronto serían arrastradas por el limpiaparabrisas para empezar de nuevo, como un lienzo en blanco, a llenarse de gotas de lluvia otra vez.

Las madres comenzaban a alterarse todas a la vez, nada más notar la segunda gota en su piel. La primera nunca daba la certeza de lluvia.

Niños enfurruñados se iban yendo de aquel parque arrastrados por un brazo, alguno que otro con los ojos bañados en lágrimas.

Generalmente, no solía gustar la lluvia y si fuera sincera, a mí tampoco solía gustarme. Pero aquel día lo agradecí, me hacía sentirme viva, no me importaba mojarme no esperaba a nada ni nadie.

Sentada en el banco de aquel parque alcé la mirada al cielo, cerré los ojos y pedí un deseo.

Detrás de mí noté una presencia, ni siquiera me giré para ver quién era

-Gracias- le susurré

-¿Por qué?- dijo él con esa voz tan suya que pude reconocer al instante, esa voz profunda que me hizo temblar el alma

-Nada solo pedí un deseo

-¿Qué deseo?

-Dejar de estar sola

Y pude sentir su sonrisa. Sin tener que mirarle.


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