—Joder —dijo el chico mientras ocultaba sus manos en los bolsillos de la gabardina que le cubría del frío aire invernal—, que jamás entenderé a las personas que se casan en enero.
Guillermo caminaba a paso apresurado por la acera, esquivando pequeñas montañas formadas con nieve. Necesitaba encontrar ese local que le había indicado la novia, detestaba el frío a morir; al menos allí estaría más protegido de tan baja temperatura.
A pesar de que su trabajo le obligaba a tener que caminar horas, realizar llamadas que le orillaron a contratar un plan telefónico y socializar con personas nuevas a diario, detestaba caminar en una mañana tan helada como esta.
Necesitaba llegar a la pastelería de la cual Lana quería su pastel de bodas.
—"Dulces Perlas" —dijo en voz baja el nombre del lugar—. ¡Vaya nombre tan tonto!
Nunca había escuchado de semejante lugar. Seguro sería una pastelería pequeña, apenas teniendo lugar para colocar sus productos en estantes de madera cutre. Con las paredes manchadas que originalmente serían de algún tono claro y las luces amarillentas de lo viejas que eran.
Pero seguramente se estaba equivocando; porque, si se basaba en las preferencias de Lana, ella no pediría algo de un lugar así.
Siguió caminando por unos minutos más hasta que se encontró con un letrero que sobresaltaba a la vista.
«Qué alivio, estaba a punto de preguntar por direcciones.»
El gran aparador que funcionaba también como ventanal le permitió ver que sus suposiciones eran sólo pobres prejuicios.
Se reprimió mentalmente por esto y caminó al interior. Abrió la puerta de madera finamente tallada y de color blanco, misma que era decorada disimuladamente con un pomo dorado, y se sorprendió por la simple pero armoniosa decoración.
Lo primero que notó fue la pequeña campanilla que sonó, anunciando su presencia; seguido del gran mostrador que casi abarcaba dos paredes perpendiculares, presumiendo cada pequeño postre que allí se elaborada, y su inmensa variedad: dulces de violetas, trufas de zanahoria, pastelillos de cajeta, bombones de café, terrones de azúcar con formas varias...
Se inclinó para tener una mejor perspectiva.
—Vaya, que no se miden con los ingredientes —decía mientras inspeccionaba algo que parecía una pequeña esfera de chocolate blanco—. Me pregunto si a Frank le interesaría todo esto.
Se irguió y observó los estantes detrás del mostrador, cajas envueltas delicadamente con papel decorativo descansaban en ellos, seguro para aquellas personas despistadas que olvidaban alguna fecha importante y necesitaban un regalo urgentemente. Se giró para ver que la iluminación provenía de un candelabro en el centro, las paredes blancas ayudaban a la luz a ser reflejada, dándole al lugar frescura y templanza.
Frente al aparador se hallaba una mesa con una vela en el centro y tres sillas de metal. Y detrás de las mismas, más estantes, pero con ejemplos de pasteles que extrañamente eran sólo de bodas.
—Buen día —Guillermo se sorprendió por la voz que rompía el silencio que lo había envuelto—. ¿En qué puedo ayudarte?
El chico de cabello castaño había salido de una puerta en el fondo y se colocaba detrás del mostrador.
—Buen día —el chico de cabello negro se acercó y le tendió la mano, saludo bien correspondido—. Mi nombre es Guillermo y me gustaría solicitar un pastel.
—Cuánta formalidad —bromeó el otro chico—. Me llamo Rubén.
—Mucho gusto —contestó sonriendo el organizador.
—Bien, ¿qué clase de pastel te gustaría?
—Uno de bodas.
—Oh —Rubén sonrió traviesamente—. Muy pocos chicos vienen por sí solos a pedir semejante pastel. Eres un aventurero.
—Sí, bueno. Verás-
—Iré a buscar a la persona indicada para que tome tu pedido; si no te importa, puedes esperar en las sillas de allí —le interrumpió el chico de ojos verdes, indicando el lugar al que se refería con un movimiento de su cabeza—. Espero tengas un modelo en mente.
Y desapareció de nuevo por la puerta trasera.
—Qué rayos —Guillermo negó con su cabeza, sacudiendo los pensamientos que le decía cuán impertinente había sido el tipo ése. Y tomó lugar en una de las sillas negras. Parecían tan fuera de lugar, pero al mismo tiempo encajaban perfectamente allí.
Aunque usualmente esperaría toparse con ellas en un jardín, con sus curvas y ángulos hechos de varillas metálicas.
Después de unos momentos, la puerta que seguro llevaba a los hornos y mesas de decorado, se escuchó abrir detrás de los estantes con pasteles.
Guillermo se levantó por educación y vio cómo un hombre con barba y delantal blanco aparecía en su campo de visión.
«Joder.»
—Hola, muy buen día —el hombre le estrechó la mano firmemente, una amable sonrisa decoraba su rostro—. Soy Samuel. Bienvenido a Dulces Perlas. Rubén me informó que necesitabas un pastel de bodas.
Guillermo probablemente tardó un poco más de lo normal en contestar. Y soltar su mano.
—Eh. Sí... eso —articuló finalmente—. Sí. Un pastel.
«Serás tonto, Guillermo. Poco falta para que hables con monosílabos.»
—Muy bien —Samuel le sonrió de nuevo—. Tomemos asiento y así podrás explicarme más cómodamente de qué forma lo quieres.
«Guillermo, contrólate, sólo tú podrías encontrarle sentido sexual a una invitación como esa.»
—Sí, claro... muchas gracias.
¿En qué acababa de meterse?
Daba igual, no le molestaría quedarse allí.
<//>
Re-subiendo para ver qué sucede.
Espero sus opiniones. Muchos besos.
[Lucas]
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3 bodas. 1 pastel. [Wigetta]
FanficMadrid era el lugar donde vivía. Madrid era la ciudad donde creció. Pobre Samuel, no sabía... En un organizador se perdió. Entre fiestas pasaba sus días. Para hacer felices a otros nació. Guillermo amaba lo que hacía. Y en una pastelería pronto se e...