Andrea le dio las gracias justo cuando salía por la puerta, y lamentó no haber sido más amable con el hombre que había vuelto a ayudarla. Debería haberlo invitado a quedarse, haberle ofrecido algo de beber. ¿Por qué cada vez que aquel hombre andaba cerca, no era capaz de dar una a derechas? ¿Sería solo porque no podía confiar en su motivación para hacer lo que hacía? Estaba esperando que fallase para poder arrebatarle lo que siempre había deseado tener. No, mejor así. Necesitaba un hogar para no perder a Katie. Y haría cualquier cosa por no separarse de su hija.
Enfadado, samuel condujo por el camino más deprisa de lo debido. Cada vez que se encontraba con andrea Spencer, esa condenada mujer parecía colársele bajo la piel. Amable y abierta en un momento, fría y distante al siguiente, le dejaba siempre muy claro que no quería saber nada de él.
-Pues a mí, lo que menos me hace falta son los dolores de cabeza que tengo por culpa suya -murmuró, pero acto seguido recordó haber tenido a Katie en los brazos, esa dulce criatura que le volvía de flan las entrañas. También recordó el miedo que había leído en los ojos de andrea al abrirle la puerta. Si ocurriese algo terrible, no habría nadie cerca que pudiese echarle una mano. ¿Qué haría entonces? ¿A quién llamaría para que la ayudara? «Basta», se dijo. No podía seguir acudiendo al rescate, sobre todo porque ella no quería ser rescatada. A partir de aquel momento, dejaría que Ella desempeñase el papel de buena vecina.
Tomó el camino de grava que conducía al Circle B y aparcó al lado del establo. Aquella enorme estructura blanca tenía menos de diez años. Hank lo había hecho construir cuando él empezó a dedicarse a criar y domar caballos. La fe de Hank nunca había dejado de sorprenderlo. Era la razón gracias a la cual se había podido labrar un buen nombre con los caballos. Miró a la media docena de hembras preñadas que pastaban en el cercado. En el de al lado, estaban dos de los empleados del rancho con sendos potros, cada uno en su etapa particular de entrenamiento. Ver todo aquello le produjo un profundo orgullo por lo que había conseguido. Había quien no estaría dispuesto a olvidar nunca que era un Randell, pero aun así confiaban en su habilidad con los animales. Y con eso le bastaba... por el momento. ¿Por qué entonces quería más de andrea Spencer?
A las seis de aquella misma tarde, samuel entró en la casa, se lavó en el cuarto de la lavadora contiguo a la cocina y entró después para encontrarse con Ella, que estaba preparando la cena. Ella lo miró sin volverse. Llegas más tarde de lo normal hoy. -He perdido la noción del tiempo. Ella se acercó a él y le puso la mano en la frente. Pues fiebre no tienes. Ha debido ser algo muy importante si ha conseguido que te olvides de comer.
Samuel ignoró sus bromas y fue al frigorífico. Sacó una jarra de té frío, se sirvió un vaso y apoyado en la encirnera, tomó un trago bien largo.
-Si tú no te dedicaras a mandarme recaditos, habría terminado a tiempo con mis cosas.
Ella sonrió y las finas líneas que partían de sus ojos se marcaron un poco más.
-Así que le has llevado el cachorro a andre .
-A los Campbell les quedaban dos, así que ha terminado por quedárselos.
-¡No me digas! Bueno, no me sorprende. Parece decidida a llenar ese caserón. Dentro de unos meses, serán buenos perros guardianes.
-Y hasta entonces, tendrá tres bebés de los que ocuparse -contestó él-. Sin mencionar el rancho, claro.
-Entonces, los vecinos vamos a tener que echarle una mano. -¿Y hacer qué? ¿Ayudarla a cambiar pañales?
-Pues no te pasaría nada por aprender -replicó ella, mientras llevaba a la mesa una cacerola con estofado-. Todas las madres primerizas necesitan ayuda.
-Al menos hoy, la ha necesitado -samuel colocó su vaso en el lugar que ocupaba habitualmente en aquella mesa grande-. Cuando llegué, la niña lloraba como una descosida.
-¿Le pasaba algo?
-No. Solo que le dolía el estómago.
No pudo dejar de recordar cómo había sido la sensación de tenerla en los brazos. Era tan pequeña, tan... frágil.
-Mañana me acercaré a ver si necesita algo.
-Buena idea. Yo voy a ir a Midland a recoger una yegua.
-¿Volverás a tiempo para cenar?
-No lo sé.
Normalmente se quedaba todo el día en Midland, principalmente para poder pasar un rato con Nita Cruz, una guapa mujer a la que había conocido en una subaste de ganado hacía ya tres años. Desde el principio su relación había sido libre y sin ataduras, y cuando samuel se acercaba a la ciudad, ambos disfrutaban de renoval esa... relación.
De pronto pensó en la mujer de ojos azules que le había estado haciendo la vida imposible durante la última semana. No podía quitársela de la cabeza. Seguramente porque tenía algo que él quería: el rancho. Pero no podía dejar de reconocer que, cada vez que estaba con ella, sentía cosas que no tenía por qué sentir. Como le había pasado al verla jugar con los cachorros en la cocina. Todos sus pensamientos se habían reducido a uno: hundir la mano en los rizos de su pelo y acercarla a él para poder saborear por fin su tentadora boca.
Diablos... definitivamente, necesitaba pasar unos cuantos días en Midland.
Hank entró entonces en la cocina, saludó a Ella y luego lo miró a él.
-¿Qué tal va la yegua?
Samuel se encogió de hombros. Sweet Lady Grey, la yegua baya con la que había ganado el primer premio en el último concurso morfológico, estaba a punto de parir. -Aún nada. Se lo está tomando con calma. Carlos la está vigilando, y si algo ocurre, me llamará. -¿Qué ha dicho el doctor Jenkins? -Cree que tardará aún unos cuantos días más, y que debemos dejar que la naturaleza siga su curso.
Hank se echó a reír mientas se lavaba en el fregadero.
-Para él es fácil decirlo. No tiene ningún dinero invertido en el primer potro de esa yegua.
Samuel empezó a preocuparse. Había mucho apostado por aquel potro. Si todo iba bien, la sangre de aquella yegua le daría un buen empujón al negocio. -No debería irme a Midland. -No, hijo. Vete. Tampoco puedes dejar pasar esa oportunidad. Tus caballos empiezan a cobrar fama, y el rancho Henderson podría hacer mucho por ti.
Ella dejó un cuenco grande de guisantes sobre la
mesa.
-samuel está convencido de que es la única comadrona de los alrededores -bromeó Ella.
Hank se rio mientras se sentaba en la cabecera de la mesa.
-Tengo entendido, según me ha dicho Carlos, que ya han puesto tu número en la guía como comadrona de urgencias.
Samuel aceptó las bromas de buena gana. Sabía que lo hacían de buen grado.
-Pues si alguien me necesita, no creáis que no voy a ir.
Se sirvió un poco de estofado. Sintió la mano de Ella en el brazo.
-Hiciste algo maravilloso. No quiero ni imaginar lo que le habría pasado a andrea si tú no hubieras estado allí. Debes estar orgulloso de ti mismo,samuel Randell, por haber ayudado a nacer a esa preciosa criatura.
Ya debería estar acostumbrado a las alabanzas de Ella. Llevaba veinte años estando a su lado y al de sus hermanos. Era mucho más que el ama de llaves del Circle B: era la madre que nunca había tenido. La única persona que le había visto en los momentos de mayor vulnerabilidad. Ella y Hank habían sido las únicas personas a las que había permitido ver sus debilidades. Ni siquiera sus hermanos sabían que su hermano mayor a veces perdía el control.
Había tardado años en construirse una barrera protectora, y ahora aquella mujer de ciudad con brillantes ojos azules estaba a punto de derribarla. Y no podía permitir que eso ocurriera.
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la alegria de amar
RomansaCuando samuel Randell ayudó a dar a luz a andrea Spencer, no podía ni sospechar que aquella chica tan testaruda estaba a punto de interponerse en su sueño. Madre e hija se acababan de convertir en las propietarias del rancho vecino, el mismo que s...