Capitulo III - café solo con una pizca de mala leche

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-¿Y este qué te parece?- me preguntó mi madre alzando un macetero rojo con margaritas dibujadas.

-Es bonito mamá, igual que el verde, el azul y el morado que ya tenemos en casa.- después de hora y media en la tienda paseando entre estantes llenos de velas aromáticas, centros de mesa y cojines de lentejuelas ya no aguantaba más. Necesitaba salir de allí o empezaría a quemar cajitas de música.-oye mamá, ¿te importa que espere fuera? Han abierto un café nuevo un par de calles más abajo y...

-¡Pero te necesito para elegir el centro de mesa perfecto!

-Me fío de tu criterio mamá, sé que elegirás uno que deje a todos con la boca abierta.

-Sí, pero...

-Adiós mamá- le di un beso y salí corriendo de la tienda antes de que me maniatase con esas cortinas moradas tan feas.

Al salir a la calle una brisa de aire fresco me revolvió el pelo. Tenía los sentidos embotados  del incienso y la purpurina, así que agradecí infinitamente el aire fresco de comienzos del otoño. Aunque lamenté no haber cogido un pañuelo. Me tapé el cuello lo mejor que pude con la cazadora y me dirigí al café.

El ambiente de la ciudad era muy distinto al de Silverfalls. Era difícil, por no decir impensable, cruzarte con alguien conocido, y el ambiente que se respiraba era más...cosmopolita. Alcé la vista de los adoquines del  suelo y me encontré de frente con el café. Estaba justo en la esquina de la manzana y el nombre, 'Rossetta', estaba escrito en letras góticas de madera clara que resaltaban sobre un fondo verde oscuro. Más que un café parecía un pub irlandés. Al entrar me recibió un delicioso aroma a café y a bollos recién hechos. El interior contrastaba increíblemente con el exterior. El estilo era muy moderno pero con un toque romántico, con las paredes blancas y  toques lilas y morados.

Había bastante gente pero conseguí localizar una pequeña mesa metálica blanca en una esquina. En cuanto me senté una camarera bajita, pelirroja y con una sonrisa enorme se acercó a mí dando pequeños saltitos. Parecía un duendecillo.

-¡Hola! Bienvenida a Rossetta. ¿Sabes ya que quieres tomar?- ojeé rápidamente la carta y pedí un caramel macchiato.

-En seguida- sonrió de nuevo y se fue.

Empecé a entrar en calor y me quité la cazadora. Desde mi mochila en la silla de al lado vi asomar mi cuaderno rojo y no pude reprimir el impulso de cogerlo y echar un vistazo. Mi cuaderno de dibujo. Ahí estaban todos mis pensamientos, sentimientos y cualquier cosa que alguna vez se me haya pasado por la cabeza. Lo abrí por una página al azar y recodé de inmediato cuando la escribí. Fue hace unos cuantos días, después de una horrible pesadilla plagada de monstruos. Las hojas estaban cubiertas de tinta hasta el último milímetro. Ojos brillantes que me observan desde las sombras, el frío helado de la noche y la tenue luz de la luna iluminando las rosas rojas en flor que goteaban sangre. Aun sentía la tensión en el ambiente y el pánico en cada célula de mi cuerpo. Ese miedo que sientes cuando algo malo está a punto de pasar pero no sabes ni cuándo ni qué. Cuando desperté no pude volverme a dormir y empecé a hacer garabatos a oscuras.

El duende pelirrojo apareció de nuevo con mi café sacándome de mis oscuros pensamientos.

-Aquí tienes- puso el café en la mesa y sonrió. -Oye... ¿Puedo hacerte una pregunta?

-Emm... Sí, claro

-¿Vas al Granville High? En Silverfalls.

-Sí, ¿Cómo...?- ¿Me tenía vigilada o algo? Debí de poner una cara muy rara porque la pelirroja empezó a reírse a carcajadas mientras se dejaba caer en la silla en frente  mía.

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