Capitulo IV - Desaparecida

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-No puedes hacerme esto Will ¡Es nuestra noche!

-Yo también lo siento Annie, pero no es algo que pueda controlar- Un nuevo estornudo desde el otro lado de la línea me chirría en los oídos -Le dije bien claro a ese idiota del McDonals que no le pusiera cebolla a la hamburguesa pero al parecer tanta comida basura le ha atrofiado el cerebro.

-¿Qué tal te encuentras? ¿Tienes mucho sarpullido?

-Por toda la espalda- casi podía oírle rascarse. Will era alérgico a la cebolla. Y a las gardenias, las gramíneas, el marisco, los cacahuetes, incluso a la piel de la manzana. Con lo que le gustaba comer tenía que ponerle tanto cuidado que muchas veces se le acababan quitando las ganas.

Suspiré con impotencia.

-Bueno, pues supongo que ya nos veremos mañana.

-Sí. Lo siento de veras Annie.

-No te preocupes. Mejórate, adiós.

-Adiós.

Colgué y tiré el teléfono encima de la cama. Parece que me he quedado sin plan para esta noche. Genial, ahora me tocará aguantar los programas de decoración que le gustan a mi madre. Abatida, me dirigí a la cómoda y saqué el pijama: una camiseta de tirantes rosa y unos pantalones largos de cuadros de dos tonos de rosa. Me cambié y me dejé caer sobre la cama boca arriba. Con la mente en blanco dejé vagar la mirada por el techo, el único territorio virgen de mi habitación. Las demás paredes de un tono lila claro estaban colonizadas por dibujos a carboncillo, fotos y frases cursis pintadas en negro directamente sobre el yeso. Dos años atrás pensaba que eran geniales, ahora me dedico a taparlas con dibujos y posters. Pasé así un rato y me empezó a invadir un sopor que me pedía a gritos que me dejase llevar. Así que con un último esfuerzo quité las sábanas y me arrastré dentro de la cama cubriéndome después. El sopor se hizo más intenso y se me empezaron a cerrar los ojos. Alargué la mano todo lo que pude y apagué la luz. Y al volver al calor de las mantas me hice una bola y me dormí, con el último deseo de que el día siguiente fuese un día menos horrible.

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El día no había empezado con vistas de ser mejor que el anterior. El maldito despertador sonó a las ocho de la mañana. Con el disgusto que me dio ayer Will se me olvidó quitarlo. Y cuando después de maldecir todo lo posible el sueño empezó a llamarme otra vez, el ruido de mi madre pasando la aspiradora y limpiando comenzó a hacerse tan insoportable que terminé por levantarme, vestirme y salir de casa.

Mirándolo ahora en retrospectiva me doy cuenta de que no ha sido una de mis mejores ideas. Pasear por la calle a las ocho de mañana con unos leggins rojos y una sudadera rosa con cuatro grados y viento no es nada brillante. Encontré un par de billetes en el bolsillo de la sudadera y corrí a refugiarme del frío al bar más cercano que encontré, el bar de al lado del instituto, por consiguiente tuve que ver ese horrible edificio gris un sábado cuando no era necesario y mi enfado matutino aumentó considerablemente. Dentro pedí chocolate caliente y unos bollos para llevar y gracias a la sonrisa del viejo Hernie mi enfado menguó un poco. Corrí a casa con el botín y cuando llegué mi madre seguía con la aspiradora así que me senté en el porche y me puse a desayunar.

Así es cómo me encontró papá cuando volvió de la guardia en el hospital.

-Qué, ¿disfrutando de la buena vida?

-Mamá está limpiando- sonrió y dejando la bolsa de viaje en el suelo se sentó junto a mí en la mesa del porche.

-¿Ha sacado ya la aspiradora?

-Hace una hora- rió quedamente y arrancó un trozo de croissant.

-¿Eso es chocolate? -sin esperar a que respondiese alargó la mano para coger la taza y dio un trago -¡Ay! Quema.

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