Capítulo V - Una víctima por cada luna

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-¡Annie! ¿¡Se puede saber en qué planeta estás!?- el grito irritado de Dianne  me sacó bruscamente de mis pensamientos. Estaba espatarrada en el suelo del gimnasio calentando para el entrenamiento pero no podía dejar de pensar en Amy. Ya habían pasado dos semanas desde que desapareció y no había habido ninguna noticia ni ningún avance en el caso. No podía sacármela de la cabeza ni evitar sentirme culpable. Sé que es estúpido, que es imposible que el hecho de que desapareciera y el que ese día nos hubiésemos conocido tengan alguna relación, pero ahí estaba la culpa que no podía  quitarme de encima.

-Todos estamos deprimidos por el examen de matemáticas, ¡pero esa no es razón para que me arruines el entrenamiento!- me dedicó una mirada furibunda pero después de tantos años ya no me afectaba. Además, mi cabeza estaba en otro sitio. -Oh, espera. Tú no has suspendido- Gastó unos cuantos segundos más de su tiempo en mirarme pero poco después se cansó y empezó a hacer lo que mejor se le daba: dar órdenes.

-Amanda, Kelly, empezad con los saltos. ¿De verdad llamas mortal a eso, Joanna?- Se alejó de mí a grandes zancadas compartiendo su buen humor con todo el equipo.

Es que no me lo explico. ¿Cómo puede una persona desaparecer sin dejar rastro? Sin una nota, una señal, sin que nadie sepa a donde ha podido ir ni sepa nada de ella, porque según la policía, Amy era un fantasma. Un fantasma pelirrojo muy mono y adorable pero una desconocida.

Tenía amigos de la banda del instituto y algunas chicas de su clase de literatura pero cuando la policía les interrogó se dieron cuenta de que ninguno conocía a Amy en realidad. Y yo, después de llevar tanto tiempo pensando en ella me he dado cuenta de que sí que la conocía, de vista al menos. Recuerdo verla por el pasillo en los cambios de clase incluso creo que la vi en algún partido y en algún entrenamiento como ella me dijo. Pero nunca hablé con ella.

Una mano se apoyó sobre mi hombro y al alzar la vista vi el rostro de Dianne sobre el mío.

-Te he preguntado que si piensas entrenar o vas a quedarte ahí tirada toda la tarde.- su voz era extrañamente amable.

-Sí, claro. Yo...

-Oye, Annie, no sé qué tenías con esa chica o si te pasa algo más que no has querido contarme pero no estás bien. ¿Por qué no te das una ducha y te vas a casa a descansar? Luego hablamos.- y esa era la antigua Dianne. La agradable chica rubia de antes de los pintalabios, los chicos y las fiestas.

Otra de las animadoras, Joanna, se acercó a nosotras y el tono de Dianne cambió completamente. No podía permitirse que la descubrieran teniendo sentimientos.

-Ya me has oído, Annie. El entrenamiento ha terminado para ti.

-Didi, las chicas te necesitan para practicar las nuevas piruetas.

-Bien, ya voy.- Me dirigió una última mirada seria y se alejó para ayudar a las otras chicas.

Didi tenía razón. No estaba bien, al menos no desde hace un par de meses. Así que acepté su invitación antes de que cambiara de opinión. Recogí mi chaqueta de uno de los bancos del gimnasio y me dirigí al vestuario.

Dejé mis cosas en mi taquilla y saqué de ella mi neceser. Me desnudé y enrollándome en la toalla me dirigí a una de las duchas. El agua caliente caía con fuerza sobre mí, haciendo que mis músculos se relajasen y dejando a mi cerebro pensar con claridad.

Las cosas no iban bien por casa. Mi padre cada vez trabajaba más, mi madre cada vez estaba más harta de estar sola en casa y yo cada vez tenía más ganas de mandarles a todos a la mierda. Por suerte siempre tendría a Will. No recuerdo mi vida antes de él, probablemente porque era una mierda y tampoco me la imagino ahora sin él. Siempre puedo contar con él, es mi único apoyo en este mundo de locos.

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