Libro IV

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Mas la reina hace tiempo, atormentada de grave cuidado,

con sangre de sus venas alimenta su herida y ciego ardor la devora.

El gran valor del héroe acude a su ánimo y la gloria

muy grande de este pueblo; se clavan en su pecho sus rasgos

y palabras y no deja el cuidado a su cuerpo el plácido descanso.

Y recorría las tierras la Aurora siguiente

con la luz de Febo y había alejado del cielo la húmeda sombra

cuando así se dirige, fuera de sí, a su hermana del alma:

«Ana, querida hermana, ¡qué ensueños me desvelan y me angustian!

¡Qué huésped tan extraordinario ha entrado en nuestra casa!

¡Qué prestancia la suya! ¡Qué fuerza en su pecho y en sus armas!

Ciertamente creo, y mi confianza no es vana, que es de dioses su raza.

El temor delata al pusilánime. ¡Ay, qué sino

lo zarandeó! ¡Qué combates librados narraba!

Si no estuviera en mi ánimo, fijo e inconmovible,

el propósito de a nadie unirme en vínculo matrimonial,

luego que mi primer amor me engañó, frustrada, con la muerte;

si no me hubiera hastiado del tálamo y la antorcha nupcial,

a esta sola infidelidad habría podido tal vez sucumbir.

Ana (te lo diré, sí) después del desgraciado destino de mi esposo

Siqueo y de que la trágica muerte de mi hermano manchase mis Penates,

sólo éste ha doblado mis sentidos y ha empujado mi lábil

corazón. Reconozco las huellas de una vieja llama

Mas antes querría que la tierra profunda se abriera ante mí,

o que me lanzase el padre omnipotente a las sombras con su rayo,

a las pálidas sombras del Erebo y a la noche profunda,

antes, Pudor, que profanarte o romper los juramentos que te hice.

Aquél, el primero que con él me unió, se llevó mis amores;

que los tenga consigo y los guarde en su sepulcro.»

Habló así, y llenó su regazo de impetuosas lágrimas.

Responde Ana: «Oh, más querida para tu hermana que la luz,

¿te desgarrarás sola, afligida, en mocedad eterna,

sin conocer dulces hijos ni los presentes de Venus?

¿Crees que se preocupan de esto las cenizas o los Manes enterrados?

Sea: no pudo pretendiente alguno doblegarte

ni aquí, en Libia, ni antes en Tiro; Yarbas fue despreciado

con otros caudillos a quienes África sustenta

rica en triunfos. ¿Lucharás también contra un amor deseado?

¿No tienes en cuenta de quién son los campos en que te has instalado?

Por aquí las ciudades getulas, raza invencible en la guerra,

y los númidas sin freno te rodean y la inhóspita Sirte;

La EneidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora