Entretanto la Aurora naciente abandonó el Océano.
Eneas, aunque su cuidado le inclina a dar un tiempo para enterrar
a los compañeros y su corazón está turbado por la muerte,
rendía sus votos a los dioses, victorioso, al despuntar el día.
Una enorme encina bien pelada de ramas
levantó sobre el túmulo y la vistió con armas relucientes,
despojos del caudillo Mecencio, un trofeo para ti,
gran señor de la guerra; cuelga los penachos chorreando sangre
y los dardos arrancados del héroe y la coraza golpeada
y perforada por doce sitios, y ata a la izquierda el escudo
de bronce, y cuelga del cuello la espada de marfil.
Luego, así comienza a arengar a sus compañeros
que le aclamaban (pues apretado le rodeaba el grupo de los jefes):
«Hemos logrado algo grande, soldados; dejad todo temor
en cuanto a lo que resta. Éstos son los despojos y las primicias
de un rey orgulloso, y éste es Mecencio, por mis manos.
Ahora, el camino hacia el rey y los muros latinos nos espera.
Disponed las armas, animosos aguardad la guerra;
que ningún retraso nos sorprenda cuando quieran los dioses
que alcemos las enseñas y saquemos a los jóvenes del campamento,
ni nos retrase con el miedo una opinión cobarde.
Confiemos entretanto a la tierra los cuerpos insepultos
de nuestros camaradas, única honra en el Aqueronte profundo.
«Id -dice-. Adornad con los tributos postreros a esas almas
egregias que con su sangre nos han deparado
esta patria, y el primero a la afligida ciudad de Evandro
sea enviado Palante, a quien no falto de valor
se llevó el negro día y lo sepultó en una muerte amarga.»
Así dice lleno de lágrimas y encamina sus pasos al umbral
donde el cuerpo expuesto sin vida de Palante velaba
el anciano Acetes, quien primero llevara las armas al parrasio
Evandro y fue asignado luego como acompañante
de su amado pupilo, con auspicios no igualmente felices.
Alrededor todo el grupo de siervos y la turba troyana
y las mujeres de Ilión con el triste pelo suelto según la costumbre.
En cuanto Eneas cruzó las altas puertas,
un profundo gemido con golpes de pecho lanzaron
a los astros y resonó el lugar de triste duelo.
Él mismo, cuando vio la cabeza abatida del níveo Palante
y su cara y la herida de la lanza ausonia abierta
y el delicado pecho, así dice rompiendo a llorar:
«¿Te me ha arrebatado Fortuna, desgraciado muchacho,
cuando empezaba a sernos favorable, a fin de que no vieras
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La Eneida
Historical FictionEs la obra culminé de Roma, espero que les guste. La Eneida es una epopeya latina escrita por Virgilio en el siglo I a. C. por encargo del emperador Augusto con el fin de glorificar el imperio atribuyéndole un origen mítico.