Libro V

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Entretanto Eneas ya mantenía seguro su rumbo

con la flota y del Aquilón negras cortaba las olas

volviéndose a mirar las murallas que ya resplandecen con las llamas

de la infeliz Elisa. Oculta les queda la causa que encendiera

fuego tan terrible; mas las penas duras de un amor grande

mancillado, y el saber de qué es capaz una mujer desesperada

lo toman los corazones de los teucros como triste presagio.

Cuando las naves ocuparon el mar y ya ninguna tierra

les viene al encuentro, mar por todo y por todo cielo,

a él cerúleo nubarrón se le paró sobre la cabeza

llevando noche y tormenta y se encrespó la ola de tinieblas.

El propio Palinuro, el piloto, desde su alta popa:

«¡Ay!, ¿por qué nimbos tan grandes han ceñido el éter?

¿Qué nos deparas, padre Neptuno?» Luego que así dijo

ordena arriar las velas y ponerse a los fuertes remos,

y ofrece pliegues oblicuos al viento, y añade esto:

«Magnánimo Eneas, ni aunque Júpiter me lo prometiera

con su respaldo esperaría yo tocar Italia con este cielo.

Opuestos rugen los vientos de costado y se levantan

de lo negro de la tarde y el aire se condensa en nubes.

Y no podemos nosotros luchar en su contra ni hacer

tan gran esfuerzo. Puesto que nos vence Fortuna, sigamos

y pongamos rumbo a donde nos llama. No creo lejanas

las seguras costas de tu hermano Érice y los puertos sicanos,

si es que bien recuerdo y vuelvo a medir los astros ya observados.»

Y el piadoso Eneas: «En verdad así veo hace rato que lo piden

los vientos y que en vano te empeñas en su contra.

Dobla el camino a las velas. ¿Puede haber tierra más grata

para mí o a donde más quisiera llevar mis naves cansadas

que la que me guarda al dardanio Acestes

y abraza en su seno los huesos de mi padre Anquises?»

Cuando dijo esto, a los puertos se dirigen y Céfiros propicios

les inflan las velas; avanza por las aguas rauda la flota,

y al fin gozosos arriban a la playa conocida.

Y a lo lejos desde la elevada cumbre de un monte se asombra

Acestes de su llegada y baja al encuentro de las naves amigas,

erizado de sus jabalinas y la piel de una osa de Libia:

concebido por el río Criniso una madre troyana

lo había tenido. Sin olvidar a sus antiguos padres

se alegra con los que vuelven y con agrestes tesoros gozoso

les recibe, y cansados les reconforta con amistosa ayuda.

Cuando el día siguiente, luminoso, había espantado a las estrellas

La EneidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora