Libro IX

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Y mientras esto ocurre en lugar bien lejano,

Juno Saturnia del cielo envió a Iris

al valiente Turno. En el bosque de su padre Pilumno

estaba sentado Turno, en un valle sagrado.

Así le habló la hija de Taumante con su boca de rosa:

«Turno, lo que ninguno de los dioses osaría prometerte

en tu deseo, he aquí que el correr de los días te lo ofrece.

Eneas, dejando la ciudad, sus compañeros y sus naves,

se dirige a los cetros del Palatino y a la sede de Evandro.

Y hay más: ha llegado a las últimas ciudades de Etruria

y arma a un puñado de lidios y campesinos recluta.

¿Qué dudas? Éste es el momento de reclamar caballos y carros.

Deja todo retraso y ataca un campo amedrentado.»

Dijo, y con alas iguales se levantó hasta el cielo

y trazó a su paso bajo las nubes un arco enorme.

La conoció el joven y alzó a las estrellas sus palmas

gemelas y con estas palabras la siguió en su huida:

«Iris, gloria del cielo, ¿quién te hizo bajar de las nubes

a la tierra para mí? ¿De dónde este brillante

prodigio repentino? Veo el cielo por la mitad abierto

y el vagar de los astros por su bóveda. Sigo señal tan grande,

quienquiera que a las armas me convocas.» Y dicho esto,

se agachó hasta el agua y líquido bebió de su superficie

implorando a los dioses, y el éter llenó de promesas.

Y ya todo el ejército marchaba en campo abierto

rico de caballos, rico de bordados vestidos y de oro;

Mesapo dirige las primeras filas, y el final los jóvenes

Tirridas; Turno en el centro de la formación como jefe.

Como el Ganges profundo manando por siete apacibles

corrientes en silencio o el Nilo de fecundas aguas

cuando se derrama por los campos y se mete de nuevo en su cauce

Entonces divisan los teucros una súbita nube

de negro polvo y ven surgir tinieblas por el llano.

Y enfrente Caíco el primero a gritos llama desde su atalaya:

«¿Qué masa, ciudadanos, de negra calígine se revuelve?

¡Empuñad raudos el hierro, a las armas, subid a los muros!,

¡aquí está el enemigo, ea! » Con gran griterío se meten

los teucros por todas las puertas y llenan las murallas.

Pues así lo había ordenado al partir el mejor en las armas,

Eneas: si algo ocurría en su ausencia,

que no osaran formar el ejército ni confiarse al llano;

que tras el foso guardasen el campamento y seguros los muros.

Así que si bien el pundonor y la ira les lanzan al combate,

cierran las puertas, sin embargo, y las órdenes cumplen,

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