Paraíso inmutable

500 27 4
                                    

En las extensas planicies de Terra'Thairine tierras superiores de Khaidonia se encuentra el país de Ikrán, donde gigantescos ríos como el Parajana o el cristalino Thok'deth serpentean sus parajes exquisitamente fértiles poblados de numerosa vegetación exótica y estrafalaria, que es usada por el viejo rey Aktomenes para adornar los vastos salones de su gran palacio de mármol rosa y lapislázuli cuando la primavera Khaidoniana llega en la cuarta estación. Es solo entonces que la luna negra puede entrar en su fase ignis y las criaturas del gran bosque encantado emiten cánticos en honor a la diosa melancólica Seline, y el gigantesco Celantaqh, el pájaro de las mil formas que surca los cielos bañando las nubes caprichosas con su plumaje de iridiscentes colores, desciende al corazón del campo del sueño de Ikrán dejando caer siete plumas de las cuales nacen siete raras flores multicolor que pueden curar cualquier enfermedad; pero las cuales está prohibido cortar por temor a mancillar el campo del sueño y con ello traer una maldición durante mil años como insondables eones atrás había ocurrido.

Fue durante una de estas sinfonías Khaidonianas que llegaron de las regiones meridionales, más allá de las imponentes montañas de Zinaji, la tribu nómada de los Yagiglees; seres antropomorfos de facciones felinas, cuerpos delgados, piel atigrada en color azul marmóreo y de largas crestas que se vuelcan sobre sus espaldas con pequeñas motas luminiscentes. Ellos caminaron por las llanas praderas de Ikrán, donde el aire taciturno lleva el delicado perfume de las mágicas flores de Coot hasta los confines más recónditos, convirtiendo esas tierras en una magnífica orquesta de aromas embriagadores, que hace desear hasta a el más detestable de los seres, querer vivir hasta el fin de los tiempos en ese lugar; pues las flores de Coot según se dice, en ocasiones pueden crear en la mente de los individuos que las huelen visiones de sus deseos más profundos y arraigados.

Los Yagiglees dirigidos por su líder; un temerario y agresivo guerrero llamado Arka'Huum, descansaron en el corazón de aquellas praderas su gran caravana de tiendas de piel de Ganek de entre las cuales destacaba su impresionante carreta de más de una veintena de ruedas adornada con trofeos de las bestias que alguna vez fueron sus enemigos mortales y tallada a partir del inmenso tronco de un árbol de la ciudad hundida de Mithrim. Aquella colosal mole rodante era tirada mediante fuertes correas por una primitiva y salvaje criatura cuadrupeda conocida como Bohok. Desde hace varias centurias atrás, esas bestias fueron domadas por los Yagiglees en los valles pantanosos de Chakmor'Odeth y dada su impresionante resistencia durante largos períodos de tiempo, a menudo eran utilizadas para las tareas que requerían de gran fuerza física. Pero la principal función de los Bohok no era otra más que la de fungir como guardianes de esos seres de siluetas humanoides y habían demostrado su feroz salvajismo al desmembrar, descuartizar y reducir a simples montones de pulpa y vísceras a todo aquel que les fuera ordenado atacar. Lamentablemente para los extravagantes nómadas dicha bestia la cual escoltaban, no era más que la última de su especie ahora, pues en el enfrentamiento contra los jinetes de Husk cuando habían tratado de tomar la montaña cavernosa conocida como Punta de Lanza en el lago Clypeus, ellos ya habían perdido poco más de dos tercios de sus leales Bohok, a garras de esos blasfemos seres de pesadilla mitad hombres mitad reptiles que montan a horcajadas a las colosales y grotescas entidades voladoras, que aterrorizan los cielos de las tierras inferiores llamadas Nocroms.

Los jinetes de Husk, durante aquella sangrienta batalla habían sido implacables, y el líder nómada no tuvo más elección que emprender la huida hacia tierras elevadas. Pero aquellos execrables jinetes no dejaron pasar esa afrenta por alto, y persiguieron, masacraron y dieron muerte a muchos Yagiglees, fue entonces cuando Arka'Huum ordenó a los restantes Bohok contener a los despiadados hombres reptil para así poder escapar de aquellas hostigantes tierras.

Pero las praderas de Ikrán en las cuales habían llegado y montado su improvisada aldea justo después de ese suceso, no estaban del todo deshabitadas. La tribu nómada no tardó mucho en darse cuenta de ese detalle cuando la luna negra que yacía en lo alto coronó el cénit y aquel paraje lleno de extrañas flores de aromas hipnóticos y sinuosos riachuelos colmados de bullicio acuático, quedó dominado por el lánguido brillo espectral de la fase ignis de aquella luna. Y de las entrañas de la tierra salieron de infinitos túneles unos pequeños, extraños y caricaturescos seres de orejas puntiagudas, largas colas, ojos grandes y de pelajes lustrosos y negros como el ónice. Esos pequeños seres pronto formaron una desordenada turba llena de saltos, gruñidos y chillidos guturales, mientras algunos se acicalaban y otros más tomaban la luz de la luna tumbados al suelo, jugueteando, dando piruetas al aire y quejándose... Se trataba nada menos que de los nativos más estrafalarios, singulares y curiosos de ese país: Los Nightlees de Ikrán.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 12, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Los Nightlees de IkránDonde viven las historias. Descúbrelo ahora