La desdicha de Catherine pasó aquella noche por las siguientes fases: primero, descontento general con cuanto la rodeaba en el salón de baile; luego, un tedio insuperable, y, finalmente, un deseo imperioso de marcharse a su casa. Al llegar a Pulteney Street sintió hambre y, saciada ésta, deseos de acostarse. Esto último supuso el fin de su tristeza, pues una vez en la cama logró dormirse, para despertar, tras nueve horas de sueño, completamente repuesta de cuerpo y de espíritu, animada, contenta y dispuesta a llevar a cabo los planes más ambiciosos. Su primer impulso fue proseguir su amistad con Miss Tilney, y para lograrlo resolvió bajar aquella misma mañana al balneario, donde solían acudir todos los recién llegados, y como quiera que los salones de bañistas habían resultado lugar sumamente propicio para establecer relaciones, pues invitaban a charlar y a pasar el rato agradablemente, así como a mantener charlas íntimas y animadas, supuso con razón que entre sus paredes tal vez lograse entablar una nueva e interesante amistad. Resuelto el plan de acción para aquella mañana, se sentó satisfecha a almorzar y a leer al mismo tiempo, decidida a no interrumpir su lectura hasta después de la una, sin que las observaciones de Mrs. Allen consiguieran incomodarla ni distraerla en absoluto. La incapacidad mental de aquella excelente dama era tal, que, no pudiendo sostener una conversación por mucho tiempo, satisfacía sus ansias de hablar haciendo en voz alta comentarios acerca de cuanto ocurría en torno a ella, lo mismo en casa que en la calle, sirviéndole de pretexto cosas tan banales como el paso de un coche o de un transeúnte conocido, la rotura de una aguja o una mancha hallada en su traje, sin preocuparse jamás de que la escuchasen ni, mucho menos, de que se molestaran en contestar.
Al dar las doce y media, un ruido de coches que se detenían a la puerta de la casa llamó la atención de Mrs. Allen, que se asomó a la ventana, y apenas hubo informado a Catherine de que se habían detenido dos vehículos, ocupados, el primero, por un lacayo, y el segundo por Mr. Thorpe y su hermana Isabella, dicho joven, después de apearse con rapidez sorprendente y de subir de dos en dos las escaleras, se presentó en la estancia diciendo:
—Ya estoy aquí, Miss Morland. ¿Hace mucho que espera? Nos ha sido imposible llegar antes pues el demonio de cochero ha tardado una eternidad en buscare un vehículo decente, y el que al fin ha encontrado tan poco que no me extrañaría que al ocuparlo se hiciera pedazos. ¿Cómo está usted, Mrs. Allen? Buen baile el anoche, ¿eh? Vamos, Miss Morland, no perdamos tiempo, que los otros tienen gran prisa por salir. Por lo que vi quieren acabar de una vez con su vida y con el coche.
—Pero ¿qué está usted diciendo? —preguntó Catherine—. ¿Adónde quieren ustedes ir?
—¿Cómo que adónde queremos ir? ¿Se ha olvidado usted del paseo que proyectamos ayer? ¿No decidimos que hoy por la mañana saldríamos en coche? ¡Qué cabeza la suya! Vamos a Claverton Down.
—Sí; ahora recuerdo que hablamos de ello —convino Catherine mirando a Mrs. Allen como para pedirle opinión—. Pero yo, la verdad, no les esperaba...
—¿Que no nos esperaba? Pues ¡sí que la hemos hecho! En cambio, si no hubiéramos venido, bien que nos lo habría reprochado, ¿eh?
Las súplicas silenciosas que Catherine dirigía con la mirada a su amiga pasaban inadvertidas para ésta. Dado que a Mrs. Allen jamás se le habría ocurrido transmitir una impresión por medio de una mirada, no era fácil que comprendiera el que otras personas empleasen para tal fin los ojos, de modo que Catherine, pensando que el placer de dar un paseo en coche compensaba la necesidad de demorar su encuentro con Miss Tilney, y persuadida de que no podía estar mal visto el que ella pasease a solas con John Thorpe, ya que en las mismas circunstancias lo hacían James e Isabella, se decidió a hablar claro y pedir a Mrs. Allen que la aconsejara.
—Bueno, señora, ¿qué le parece que haga? ¿Acepto o rechazo esta invitación?
—Haz lo que quieras, hija mía —contestó la señora con su acostumbrada y tranquila indiferencia.
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La Abadía De Northanger - Jane Austen
ClassicsCatherine Morland, es una muchacha que no parece haber nacido para ser la protagonista de una novela: belleza común, familia normal... y una gran amante de la lectura. Sin embargo, el Destino la enfrentará a situaciones de la 'vida en sociedad' que...