Capítulo 27

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A la mañana siguiente el cartero trajo para Catherine una inesperada misiva de Isabella, que rezaba así:


Bath. Abril.

Mi queridísima Catherine:

Con la mayor alegría recibí tus dos cariñosas cartas, y me disculpo por no haberlas contestado antes. Estoy realmente avergonzada de mi pereza a la hora de escribir, pero la vida en esta detestable población no deja tiempo para nada. Desde que te marchaste, casi todos los días he tenido en la mano la pluma para comunicarte mis noticias, pero alguna ocupación de escaso interés impidió siempre que cumpliera mi propósito. Te ruego que me escribas nuevamente y que dirijas tu carta a mi casa. Gracias a Dios, mañana abandonaremos este odioso lugar. Desde tu partida no he disfrutado nada en él; cuantas personas me interesaban, ya no están aquí. Creo, sin embargo, que si te viera no sentiría ciertas ausencias. Ya sabes que eres la amiga que más quiero.

Estoy bastante preocupada por lo que a tu hermano se refiere; figúrate que desde que marchó a Oxford no he tenido noticias suyas, y ello me hace temer que haya surgido entre nosotros algún malentendido. Tal vez tu intervención pueda solucionar este asunto. James es el único hombre a quien he querido, y necesito que lo convenzas de ello. Las modas primaverales han llegado ya, y los nuevos sombreros me parecen sencillamente ridículos. No quisiera hablarte de la familia de la que ahora eres huésped porque me resisto a incurrir en una falta de generosidad o hacerte pensar mal de personas a quienes estimas. Sólo deseo advertirte que son muy pocos los amigos de quienes podemos fiarnos y que los hombres suelen cambiar de opinión de un día para el siguiente. Tengo la satisfacción de manifestarte que cierto joven, por el que siento la más profunda aversión, ha tenido la feliz ocurrencia de ausentarse de Bath.

Por mis palabras adivinarás que me refiero al capitán Tilney, quien, como recordarás, se mostraba dispuesto, al marcharte tú, a seguirme e importunarme con sus atenciones.

Su insistencia creció con el tiempo, hasta el punto que se convirtió en mi sombra. Otras chicas tal vez se hubieran dejado engañar, pero yo conozco la volubilidad del sexo. El capitán se marchó hace dos días para unirse a su regimiento y confío en no verlo nunca más. Nunca he conocido hombre tan pretencioso como él, y desagradable por añadidura. Los dos últimos días de su estancia en Bath no se apartó ni por un instante del lado de Charlotte Davis. Y yo, lamentando tal demostración de mal gusto, no le hice caso alguno. La última vez que le encontré fue en la calle y me vi obligada a entrar en una tienda para evitar que me hablase. No quise mirarlo siquiera. Después lo vi entrar en el balneario, pero por nada del mundo habría consentido en seguirlo. ¡Qué distinto de tu hermano! Te suplico me des noticias de éste. Su conducta me tiene realmente preocupada. ¡Se mostró tan cambiado cuando nos separamos! Algo que ignoro, quizá una leve dolencia, quizá un catarro, lo tenía como entristecido. Yo le escribiría si no hubiera extraviado sus señas y si, como antes te decía, no temiese que hubiera interpretado equivocadamente mi actitud. Te ruego que le expliques todo lo ocurrido de manera que le satisfaga, y si aun después de hacerlo abriga alguna duda, unas líneas suyas o una visita a Pulteney Street, la próxima vez que se encuentre en la población, bastarán, imagino, para convencerlo. Hace mucho que no voy a los salones ni al teatro, salvo anoche, que me asomé, por breves instantes, con la familia Hodge, obligada por las chanzas de estos amigos y por el temor de que mi retraimiento se interpretara como una concesión a la ausencia de Tilney. Nos sentamos junto a los Mitchell, que se mostraron muy sorprendidos de verme.

No me extraña su perfidia, y hubo un tiempo en que les costaba trabajo saludarme. Ahora extreman las expresiones de su amistad, pero no soy tan tonta como para dejarme engañar. Además de tener, como sabes, bastante amor propio, Anne Mitchell llevaba un turbante parecido al que estrené para el concierto, pero no logró el mismo éxito que yo. Para que un tocado como ése siente bien, hace falta un rostro como el mío; por lo menos así me lo aseguró Tilney, quien añadió que yo era objeto de todas las miradas. Cierto que sus palabras no pueden influir en modo alguno en mi ánimo. Ahora visto siempre de color violeta. Sé que estoy horrorosa, pero es el color predilecto de tu hermano, y lo demás poco importa. No te demores, mi querida y dulce Catherine, en escribirnos a él y a mí, que soy, ahora y siempre...


Ni a persona tan confiada como Catherine era capaz de engañar tamaña sarta de palabras artificiosas. Las contradicciones y falsedades que de la carta se desprendían fueron advertidas por la muchacha, que se sintió avergonzada, no sólo por lo que a Isabella concernía, sino por aquel que hubiera podido enamorarse de ella. Encontraba tan repugnantes sus frases de afecto como inadmisibles sus disculpas e impertinentes sus pretensiones. ¿Escribirle a James? Jamás. Por ella, Isabella jamás volvería a tener noticias de su hermano.

Al regresar Henry a Woodston, Catherine le hizo saber, así como a Miss Tilney, que el capitán había escapado al peligro que lo amenazaba, y tras felicitarlos por ello, pasó a leerles, presa de profunda indignación, algunos pasajes de la carta. Una vez que hubo terminado la lectura, exclamó:

—Para mí, Isabella y la amistad que nos unía son agua pasada. Debe de creer que soy idiota, pues de lo contrario no se habría atrevido a escribirme estas cosas; pero no lo lamento, ya que me ha servido para conocer más a fondo su carácter. Ahora veo claramente cuáles eran sus intenciones. Es una coqueta incorregible, pero su estratagema no le ha servido conmigo. Estoy segura de que jamás ha sentido verdadero cariño por James ni por mí, y lo único que deploro es haberla tratado.

—Dentro de poco le parecerá imposible el haberla conocido —dijo Henry.

—Sólo hay una cosa que no acabo de comprender. Ahora veo que Isabella alimentó desde un principio ciertas pretensiones respecto al capitán, pero... ¿y éste? ¿Qué motivos pudieron impulsarlo a cortejarla con tal insistencia y a llevarla a romper sus relaciones con mi hermano si pensaba desistir de su propósito?

—No es difícil suponer cuáles fueron los motivos que indujeron a mi hermano a obrar como lo hizo. Frederick es tanto o más vanidoso que Miss Thorpe, y si no ha sufrido hasta ahora serios disgustos es gracias a su entereza de carácter. De todos modos, ya que los efectos de su conducta no lo justifican ante sus ojos, más vale que no tratemos de indagar las causas que la provocaron.

—Entonces ¿no cree usted que sintió cariño por Isabella?

—Estoy convencido de que ni por un instante pensó en ella seriamente.

—¿Lo hizo movido únicamente por un deseo de molestar, de hacer daño?

Henry asintió lentamente.

—Pues entonces confieso que su conducta me resulta doblemente antipática —dijo Catherine—. Sí; a pesar de que con ella resultamos favorecidos todos, no puedo disculparlo. Menos mal que el daño que ha causado no es irreparable. Pero supongamos que Isabella hubiera sido capaz de sentir verdadero amor por él, supongamos que se hallara verdaderamente interesada...

—Es que suponer a Isabella capaz de sentir afectos profundos es suponer que se trata de una criatura distinta a la que en realidad es, en cuyo caso su conducta habría merecido otros resultados.

—Es natural que usted defienda a su hermano.

—Si usted hiciera lo propio con el suyo no le preocuparía el desengaño que pueda sufrir Miss Thorpe. Lo que ocurre es que tiene usted la mente obstruida por un sentimiento innato de justicia y de integridad que impide que la dominen los naturales impulsos de su cariño fraternal y un lógico deseo de venganza.

Tales cumplidos acabaron de disipar los amargos pensamientos que embargaban el ánimo de Catherine. Le resultaba difícil culpar a Frederick mientras Henry se mostraba tan amable con ella, y decidió no contestar la carta de Isabella ni volver a pensar en su contenido.

La Abadía De Northanger - Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora