INTRODUCCIÓN

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El repugnante olor de la ceniza y la tierra mojada se expandía por el puesto de mando, impidiendo que llegara a mis fosas nasales el olor de la marchita amapola que sostenía en la mano. En mi otra mano sostenía la carta manchada de polvo y arena que me había entregado el mensajero hacía unos minutos. Mi mirada se levantó del papel con rapidez, observando cada rincón que me rodeaba, asegurando que nadie me estuviera viendo en estos momentos. Agaché la cabeza de nuevo sin poder reprimir los suspiros que mis labios anhelaban exhalar.

Todos los meses de mi vida recibiendo estas cartas y todavía no podía evitar que mis ojos se humedecieran al sostener el documento con las manos temblorosas. Pero esta vez era diferente, esta vez no sufriría, esta vez no la abriría. Lo más doloroso no era leerla, lo más doloroso es no poder responder, no poder reenviarla, no poder ver el rostro de mi querida Halsey al recibirla, ver su preciosa cara emocionada al abrirla, abrazarla y secar las lágrimas que emanan sus ojos cuando termina de ojearla.

Arrugué la carta enfadado conmigo mismo, resentido por tener que vivir esta situación, disgustado por no poder ver a mi familia y por no poder abrazar a mi hijo. Un hijo que crecerá sin padre, vivirá su infancia sin una figura paterna.

Cerré el puño con fuerza, provocando que el papel, ahora más arrugado, cayera de mi mano como si quisiera escapar de mí, como si yo no fuera suficientemente importante para tocarlo. Me temblaban las rodillas, cada vez me costaba más respirar y la vista se nublaba con el asomo de las primeras lágrimas. Soy un egoísta, me alisté al ejército por ellos, para que tuvieran todo a su disposición, pero en cambio, he arruinado sus vidas, las he destrozado. Al igual que he hecho con la mía al aceptar alejarme miles de kilómetros.


Entre 4 paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora