CAPÍTULO 2

20 1 0
                                    



Después de pasearme por el centro para perder tiempo y de haber estado con el niño nuevo, me acordé del motivo por el que ingresé. Cada vez que me toca hacer esto no puedo evitar que miles de recuerdos me acompañen mientras intento calmar a los críos.

Me recuerdan a mí cuando entré. Niños de 12 años indefensos que lloran porque no conocen el lugar y se sienten amenazados por el resto de personas, sean de su edad o más mayores. En realidad el centro impone, parece un hospital con todas las paredes blancas y el suelo de baldosas frías y grises. Por no decir que los trabajadores visten con uniformes blancos, especialmente los enfermeros, que llevan una bata. Los de seguridad visten de azul marino y los vigilantes o cuidadores, como les llamamos nosotros, van de gris oscuro.

Y es comprensible, yo cuando llegué ya conocía cómo funcionaban las cosas porque no es la primera vez que me encierran en un centro de menores, pero en Rusia cuando ingresé el primer día estaba tan asustado que no hablaba con nadie, hasta que me di cuenta que era imprescindible comunicarse con el resto, entonces las cosas mejoraron bastante.

Allí son mucho más estrictos que aquí. Este centro es más común, no estamos tanto tiempo encerrados y realizan actividades obligatorias de grupo, en resumidas cuentas allí son como academias militares, aquí centros de rehabilitación. Lo más probable es que me equivoque pero por lo que he vivido solo puedo decir esto. Aunque también he de decir que estoy aquí por delitos menores, osea que lo más probable es que el centro no sea tan estrcito por eso mismo.

Después de haber convencido a Jorge y haber conseguido que se hiciera a la idea de que tenía que acostumbrarse a esto siguió llorando. Ya no sabía qué más hacer, estaba desesperándome y entonces llegó mi salvación. Llamaron a la puerta de su habitación y el niño se calló por fin, secándose las lágrimas. Se escucharon voces femeninas al otro lado de la puerta y eso fue lo que más me extrañó. Solo nos juntan a los chicos con las chicas cuando hacemos actividades o excursiones, mientras tanto ellas están en el edificio de al lado. En especial porque son menos, la mitad que los chicos, exactamente.

Volvieron a golpear la puerta dos veces seguidas, esta vez un poco más fuerte que la anterior. -¿Niko, estás ahí? -Se escuchó una de las voces. Yo miré al niño con el ceño fruncido y este con un movimiento de cabeza me dio vía libre para que fuera a abrir la puerta.

Según iba acercándome se escucharon pequeñas risas que cesaron al momento en cuanto abrí la puerta en un rápido movimiento. Dos chicas se encontraban de pie al otro lado de la puerta, las dos con el pelo largo, pero una era más rubia que la otra. La chica de la derecha no sabía quién era, pero reconocería a Carla, aunque estuviéramos siglos sin vernos, con su pelo rubio y sus ojos claros sonreía conteniendo la respiración esperando una reacción por mi parte. No reconocí su voz, pero ese rostro no se me olvidaría nunca.

Levanté una ceja extrañado como si no supiera de quién se trataba y el rostro de mi amiga cambió completamente a uno más serio.

-¿Quién es? -Preguntó desde el fondo de la habitación el niño, esperando a que volviera con él.

-No lo sé, pero creo me están buscando. -Respondí sin emoción, más alto de lo normal para que me pudiera escuchar.

-Venga Carla vámonos, es tontería perder el tiempo así. -La vi dudar un momento cuando su amiga dio media vuelta para recorrer el pasillo. Seguía allí en esa misma posición sin moverse con el rostro confundido y triste, hasta que su amiga tiró de su brazo para llevarla casi a rastras.

Entonces cuando estaban dándome la espalda caminando por el pasillo, me acerqué rápidamente y golpeé levemente su hombro derecho. Se dio la vuelta lentamente y una media sonrisa se formó en mi rostro.

Entre 4 paredesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora