paciencia

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Una semana después luna me pidió que fuera ver a su madre a la casa. Lo hice muy tarde por la noche cuando pude salir del hospital. Me había dibujado un plano para que no me perdiera. Vivían en una un barrio de casas bajas e idénticas construido por alguno de los planes de viviendas sociales del estado. Las personas se esforzaban por diferenciar sus hogares de los otros empleando todos los recursos que estaban a su alcance. Algunos habían hecho canteros con begonias amarillas y rosas en los jardines del frente. Otros ponían estatuas de yeso. En una convivencia promiscua alternaban: Venus de Milo, Victorias de Samotracia, enanos de jardín empujando una carretilla donde plantaban matas de "alegrías del hogar" y hasta un bambi de Walt Disney repleto de excremento de pájaros. Por todos lados había perros. Se escuchaban ladridos, el sonido de las patas rascando las puertas metálicas y los pasos nerviosos que me seguían detrás de las ligustrinas olfateando al extraño que alteraba la monotonía de los olores cotidianos. Toqué el timbre. Luna me abrió la puerta mientras los gritos de su madre llegaban desde la habitación: ¿Es el doctor? lu, ¿es el doctor? Me miró avergonzada. -Sí, ya vamos maa-. Cerró la puerta. Me dio un beso tímido y cortito (jamas me avía dado uno ) .

-Querés un café.

-No

- ¿No querés nada?

-Sí quiero.

- ¿Qué querés?

-Otro beso. Es la primera vez que me das uno y no estuvo tan mal.

Luna me empujó en dirección a la habitación. Todo se veía tan limpio y tan ordenado que tuve miedo de ensuciar o romper algo. Su madre estaba acostada en una cama de dos plazas con la cabeza apoyada sobre dos almohadones. El acolchado era rosa y tenía las sábanas blancas e inmaculadas plegadas en los extremos en forma de triángulo. Sobre la cabecera había un crucifijo de nácar. Tenía un Cristo con una corona de espinas y gotas de sangre chorreando desde los clavos. Una lámpara le apuntaba desde arriba con una luz pálida que acentuaba su dramatismo. Sobre la cómoda había un frasco de alcohol y una tolla de hilo bordado con arabescos rojos sobre el fondo blanco. Me lavé las manos. Al pie de la cama se desplegaba una alfombra rectangular con guardas dóricas y sobre ella dos pantuflas de paño forradas con lana de oveja ubicadas en perfecta simetría. Debajo del vidrio de la mesita de luz había una foto de Juan XXIII. Encima, dentro de un portarretratos de porcelana, otra en blanco y negro de una nena con el cabello enrulado. Vestía un guardapolvo blanco con tablas y una cartera marrón apretada con ambos puños cerrados contra su panza. Yo conocía ese gesto. La nena estaba seria. Los ojos congelados. Parecía aterrorizada mirando a la cámara. Detrás de ella se distinguían piernas de adultos y un panel de corcho con dibujos infantiles pegados con chinches. Por algún motivo me conmovió esa fotografía.

- Gracias por venir doctor.

- No me lo agradezca tanto, le costará otra torta de chocolate.

Conversamos un rato mientras ella hacía girar un rosario de cuentas entre sus dedos. La examiné. Cuando le pedí que se descubra el pecho para auscultarla miró a luna y le pidió que salga de la habitación. Le dije que la encontraba muy bien y que ya podría levantarse. Ella besó la cruz y luego tomó mi mano y también la besó. No pude detenerla. Durante varios minutos enumeró los sacrificios que había hecho a lo largo de su vida para educar a Luna. Me relató una historia épica donde ella era la heroína y la pobre luna la medalla a su mérito.

- Usted sabe doctor, una mujer sola y con una hija pequeña...

- Me lo imagino

- Todo nos ha costado mucho sacrificio pero lu siempre estudió.

- Eso es lo más importante, ¿no?

- Sí, ahora va a la facultad pero estudia algo que no le va a servir para nada.

Amor y BurocraciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora