falta...

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Poco tiempo después me enteré que Luna había renunciado al hospital. Todos me comentaron la noticia suponiendo que era algo que me involucraba. Nadie conocía el motivo de su decisión. Pensé que no volvería a verla, que ya no tendría noticias suyas. Pero un par de días después llegó un epílogo para aquella sinfonía lunática que ambos habíamos interpretado a dúo.

Al mediodía los altoparlantes repitieron mi nombre solicitando que me presente con urgencia en la dirección del hospital. Cuando llegué al despacho el director me recibió de pié, con una historia clínica en la mano. La agitaba como exhibiendo una prueba de mi culpabilidad.

- Usted sabe que Luna se fue del hospital.

- Sí, claro.

- La jefa del departamento de estadística encontró esta historia clínica escondida en el cesto de papeles.

- Vergonzoso.

- ¿Existe alguna explicación para esto?

- Sí, pero usted no podría entenderla.

Se calzó sus lentes a medio camino entre la base y la punta de su nariz. Bajaba los ojos cuando quería leer y los elevaba cuando me miraba. Abrió la carpeta y leyó la primera hoja como un juez dictando su condena ante el acusado.

“El paciente se siente incapaz de enfrentar la vida cotidiana. No comprende las reglas que se le exige cumplir. Las considera absurdas, propias de gente poco inteligente. Ante ciertas situaciones sus manos transpiran, percibe el tránsito acelerado de sus intestinos, siente deseos imperiosos de orinar, regurgita una saliva espesa y oscura que brota por su boca. Cuando acumula una tensión que le resulta insoportable busca el prostíbulo de la ciudad. Allí espera durante horas hasta que lo atiende una mujer obesa llamada Luisa. Tienen un coito rápido y mecánico. Eso le alivia la tensión. Luego la mujer lo sienta sobre su falda y le cuenta historias de fantasmas y aparecidos que él disfruta mucho. A veces ella lo acuna y le canta una canción en un idioma extraño que él no comprende. En ocasiones se queda dormido como un niño. Entonces ella lo cubre con una manta y lo deja sobre la cama hasta la mañana siguiente. Me consulta porque teme padecer alguna perturbación mental. Pero yo le digo que no. Que no tema. Que lo que hace es muy sano. Lo aliento a que continúe manejando su ira de un modo tan saludable.”

El director bajó la historia clínica. Me miró por encima de sus lentes. Esperaba algo de mí, pero yo no sabía qué. Se hizo un silencio sólo interrumpido por los golpes regulares de la carpeta sostenida por su mano izquierda contra su palma derecha. Como el pié de Luna contra el piso cuando me increpaba en los pasillos del hospital. Tac, tac, tac… Los dos marcaban el flujo implacable del tiempo. Me miró con esos ojos de vaca triste que tienen los imbéciles cuando se ocultan detrás del patético poder que los sostiene.

- ¿Tiene algo que decir sobre esto doctorcito?

- Sí, pero usted no podría comprenderlo.

Dio unos pasos hacia la ventana abierta al parque. Arrastró un papelero de cobre que colocó a su lado. Encendió un fósforo. Lo acercó al papel como si se tratara de una ceremonia. Cuando la llama fue lo suficientemente viva como para que ya no pudiese apagarse hundió la carpeta en el papelero y lo tapó con la bandeja plateada en la que cada mañana le traían su café con bizcochos. Un humo espeso salía por los costados buscando la ventana. El tipo lo disfrutaba. Se reía con el gesto de satisfacción de quien sabe que está haciendo lo correcto y que eso hace sufrir a alguien. Con el orgullo de un caballero andante que rescata el honor de su dama montado en un caballo flaco que huele a bosta y a orines viejos. Respiré ese humo como un gas venenoso en una cámara mortuoria. Los papeles ardían retorciéndose entre llamas azules y amarillas. Despedían cenizas por los bordes del papelero que quedaban flotando en el aire. Me sentí mareado. Una ligera inestabilidad. El piso parecía deslizarse bajo mis pies. Sudé.

Me vi a mí mismo durante tantas noches a lo largo de un año escribiendo aquella historia. El director me miraba. Tal vez esperando que me cayera al piso. Podría haberlo detenido. Pero quedé paralizado. Cuando el fuego ya se extinguía salí sin hacer comentarios. Caminé por los pasillos del hospital. Mis compañeros me preguntaban cosas que no recuerdo y que no respondí. Pensé en Luna. Comprendí  que me había protegido aunque no lo hubiese logrado. Yo nunca había cumplido con lo único que era importante para ella. Y ahora un pobre tipo destruía ante mis ojos lo único que entonces resultaba importante para mí. Me arrepentí de no haber conservado una copia de aquella historia. Sabía que sin Luna ya no sería capaz de sentir aquello que me había empujado a escribirla. Nunca más.

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⏰ Última actualización: Aug 29, 2016 ⏰

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