Susurros en el sofá

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Uno de mis sueños siempre había sido hacer el amor en el sofá con mi pareja. Y llevábamos poco tiempo juntos, casi el mismo que en convivencia, como para poder pedirle a mi pareja el lujo, el pláceme, de ensuciar el sofá con nuestros pecados.

Sin embargo, y aunque yo no quería hacerlo, ningún hombre podría haber resistido lo que yo habría debido.

Veía tranquilamente una película cómica, tan distraído que no era capaz de escuchar los tacones de mi novia, paseando por el salón. Cuando terminó de aproximarse a mi, se acercó, inclinándose suavemente, a mi oído y susurró, levemente, de una forma tan incitante como sensual y sincera- Cariño... Tengo calor y no es verano.. ¿Me ayudas?...

Como si no hubiese pasado nada, miré la televisión, ya sin oír más que el tacón de sus zapatos ir hacia nuestra habitación compartida, o eso creía. No podía volver a concentrarme en aquella película, ni tampoco pude evitar, por el contrario, concentrarme en que ella llevaba esa lencería roja, aparentemente transparente pero no, con esos estúpidos dibujos que te tapan lo mejor siempre.

Como si no hubiese escuchado lo que me había dicho, ella repitió- Cielo... Calor... Tengo calor... Quítamelo... -Con su picardía natural, sonrió ladina, relamiéndose muy suavemente el labio inferior, y me guiñó un ojo mientras, a horcajadas, se sentaba sobre mi, como si hubiese admitido que quería hacerlo desde hacía más de un minuto, cuando la había oído susurrarme con aquella juguetona voz que incitaba a cualquier cosa menos a jugar con muñecas. Apartó su melena de entre nuestras caras y, sabiendo que era mi punto débil, antes de volver a susurrarme algo, me besó el cuello, murmurando- De hecho, estoy algo mojada...

Mi mente se transtornó en lujuria absoluta. Jadeé mientras mis manos viajaban por su cuerpo como si fuesen un avión y aterrizaron sobre el cierre de ese maldito sujetador que me robaba tiempo. Cuando se lo arrebaté como si fuese un ladrón, me miró falsamente sorprendida antes de volver a sonreír y lanzar aquella prenda por ahí, hacia quién sabe donde.

Cuando hubo conseguido que estuviese más excitado que nadie en el universo en aquel instante, se incorporó y dijo- Machote... ¿Qué tal si me dices qué opinas de lo bien que me QUEDABA el sujetador?... - Aquello era provocación en su máximo exponente y ambos lo sabíamos. Cerré los ojos suspirando, con la mejor de mis sonrisas en un momento donde solo quería mantener mi boca en un continuo gemido, y dije, como si alguien fuese a oírnos en aquel lugar- Nunca mejor de lo que te queda la piel desnuda...

Aquello fue como un lazo que tiró de ella hacia mi, tirándose sobre mi y besándome como creo poder recordar que jamás había hecho hasta el momento. Me transmitió sus ansias, su necesidad de sexo, todo lo que llevaba deseando bastante rato, con solo un beso. Su lengua se entrelazó con la mía y bailaron ambas un tango sin música. Al concluirlo, estaba claro lo que iba a suceder entre nosotros.

Se incorporó y, mientras yo me despojaba de todo lo inútil que llevaba para la relación que estábamos a punto de entablar mi acompañante y yo, ella se deshizo, como de la misma basura, de los restos de su húmeda lencería, la cuál me apuesto a que, cuando se la quitó, ya si que era transparente en su absolutez.

Se montó encima mío como si fuese un juguete de feria e introdujo dentro suyo, sin preguntar siquiera, mi miembro hasta tanto como pudo, para poder disfrutar de él, al igual que yo disfrutaba en aquel momento de los pliegues de su vagina. Cada arruga, cada pequeña rugosidad en esas paredes vaginales, fue un pequeño estímulo de placer, tanto a la entrada como a la salida del sexo ajeno. Una y otra vez, sus caderas se movieron como si estuviese o bien dando saltos sobre mi o bien cabalgándome con una cowgirl de las películas porno que tanto me gustaba mirar, pensando que era ella, y que ahora se volvía cierto.

Si bien es cierto que la sabía poco experimentada, ya que yo había sido quien había robado su virginidad, la lascividad de cada movimiento y su capacidad para realizar las acciones necesarias para provocar el mayor de los éxtasis en mi, además de su gratificante habilidad para moverse, me hicieron pensar que bien había practicado con utensilios en mis ausencias. Arriba y abajo, un vaivén de embestidas que poco a poco iban profundizando. Podía sentir que cada vez alcanzaba más el fondo de su entrepierna, pudiendo notar como el principio del útero, donde solo entraría mi semilla, era golpeado por la punta de mi miembro. No podía detener mis gemidos. Y cuanto más cerca estaba del orgasmo, más altos, fuertes e intensos eran sus gemidos.

Conforme nos acercábamos al orgasmo, ella se acercó a mi y, en última instancia, liberó el más largo de sus susurros, sonando éste- C-cielooooo~~~...

Llegamos al orgasmo, mientras ella, antes de apartarse, seguía moviéndose suavemente. Tanto cuanto tenía en mi fue liberado en ella. Y cuando se sentó a mi lado, antes de besarla, susurré- Tengo calor... Y no es verano... ¿Me ayudas?

Fue en aquel momento cuando me puse sobre ella y nos mantuvimos 'quitándonos el calor' durante todo lo que quedaba de noche.

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