Capítulo 2

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¡Hace tanto tiempo! Y todavía sigo siendo la misma Margaret. Lo único que envejecen son nuestras vidas. Donde estamos, los siglos son como segundos, y después de vivir mil vidas, nuestros ojos empiezan a abrirse.

EUGENE O'NEILL

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Amanda White, era una hermosa chica de cabello rubio y grandes ojos verdes. Delgada y con la estatura promedio de las mujeres estadounidenses. Cuando Michael la conoció, tenía en su mirar una chispa de inocencia y vivacidad cautivadora, pero, en esa ocasión, esa chispa en sus ojos había desaparecido y su mirada se había tornado triste y apagada.

Michael, casi había olvidado como lucia sin uniforme de enfermera. En realidad, ella se veía muy bien sin él pero se sorprendió mucho cuando entró vestida totalmente de color negro en vez de algo similar al atractivo vestido floreado que usaba cuando la vio por primera vez.

- Todavía no acabo de entender por qué has acudido a verme- Le preguntó, después de los saludos correspondientes una vez que llegó al consultorio.

Él había revisado unos instantes antes la hoja impresa que les hacía llenar a los pacientes de primera vez para sus expedientes y, aparte de la depresión por el reciente fallecimiento de la mujer que la crió, no veía nada más de mayor complicación.

- Mi vida es un desastre- le dijo, dejándose caer en el elegante diván blanco que le indicó. Dillman se sentó frente a ella en un cómodo sillón de piel oscura.

Inmediatamente ella comenzó a hablar para contarle su historia. Mandy era una enfermera muy querida en el área de pediatría del hospital St. Joseph en Chicago. Tenía veinticinco años y se había criado en Michigan en un orfanato en el que había sido abandonada una noche de otoño cuando apenas era una recién nacida. De su crianza en particular se encargó una monja llamada  Teresa; mujer buena y generosa a la que llegó a amar como una verdadera madre. Creció en un ambiente rural hasta los doce años; luego, fue enviada a estudiar a un colegio particular en Escocia gracias a una generosa beca dada por algún filántropo anónimo y, posteriormente, cuando volvió a Estados Unidos, se decidió por la carrera de enfermería y la cursó en Chicago, en el estado de Illinois. A medida que ella hablaba, Michael iba haciendo anotaciones de datos importantes para considerar en su tratamiento.

Se expresaba con emotividad y, aunque a veces quería restarle importancia a las emociones que salían conforme su relato iba avanzando, llegó un punto en el que le fue imposible ocultarlas. Sobre todo cuando le narró el maltrato del que había sido víctima en una casa de acogida a la que llegó cuando tenía nueve años de edad. Para el disgusto de Michael, supo que la responsable de esos maltratos había sido Elizabeth, la amiga de su prima y el insoportable hermano de ella, David. Todavía las heridas en su corazón por aquellos tiempos seguían vigentes. Nunca se había sentido más vejada y humillada como en esa etapa. Afortunadamente Teresa, intuyendo que algo no estaba bien, volvió por ella y se la llevo de vuelta hasta que salió a estudiar al extranjero.

- Lo único bueno de ese tiempo- dijo, conteniendo las lágrimas que pujaban por salir de sus ojos – Fue el haber conocido al esposo de Patty, Arthur Carmichael  y a William, su primo.  Ellos fueron muy buenos conmigo.

Con este último, Mandy había mantenido una breve relación en su adolescencia, pero esta acabó en una bella amistad que se seguía conservando a pesar de que él había cambiado su residencia a Holanda. En ese aspecto, el romántico, Mandy tampoco había tenido tanta suerte, pues la mayoría de sus relaciones aunque habían terminado de forma pacífica y civilizada, ninguna le dejó un recuerdo grato. Casi todos le habían dejado por otra mujer y ella, de manera sumisa, les dejaba ir sin complicaciones, ni dramas.

Los lazos del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora