Capítulo 3

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O acaso los años caballerescos acabaron en la tumba junto con el viejo mundo,
yo era el rey de Babilonia y tú eras una esclava cristiana.
Te vi, te tomé y te dejé, sometí tu orgullo y acabe con él...
y una mirada de soles se había puesto y había brillado desde
entonces sobre la tumba decretada por el rey de Babilonia para ella,
la que había puesto de esclava.
El orgullo que pisoteé es ahora mi cruz, porque ahora soy el pisoteado.
El viejo resentimiento dura tanto como la muerte; porque amas, pero te reprimes. Me parto el corazón contra tu dura infidelidad, y me lo parto en vano.

WILLIAM ERNEST HENLEY.

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Desde que bajó del ascensor, Michael observó la algarabía que había afuera de su consultorio. Maggie y otras enfermeras que rodeaban su escritorio, hablaban cuchicheando de algo con evidente entusiasmo.

- ¡Qué suerte tienes, Maggie! No sólo trabajas con el mejor médico del hospital, si no también tienes que atender a sus pacientes. ¡Y cómo este qué mejor! ¡Te cambio tu lugar!- dijo, una enfermera que estaba sentada encima del escritorio con la pierna cruzada.

Al ver que ninguna había notado su presencia, se acercó curioso para saber de qué se trataba la pequeña reunión.

- Tu jefe es muy guapo, pero este es el hombre más hermoso que he visto en mi vida- exclamó otra, que estaba frente a ellas.

- Vaya, vaya- se burló, Maggie-Y yo que pensé que morías por los pelirrojos como el doctor Dillman y ahora resulta que este rubio te robo el corazón.

- No finjas, Margaret- le respondió -Vi tu cara cuando llegó, mientes si dices que no te encantó ese bombón. Dillman perdió unos puntos, sin duda.

- Maggie rió abiertamente por el comentario.

- Discúlpame, pero el doctor Dillman es...

- Espero Maggie, que lo siguiente que vaya a decir es que soy un buen jefe- le interrumpió, Michael. Todas miraron al mismo tiempo al recién llegado con una mezcla de terror y vergüenza. –Buenos días, señoritas, ¿no creen que tal vez las estén echando de menos en sus puestos de trabajo?

- Sí, doctor Dillman- dijeron al unísono.

Una a una se retiró del lugar, echándole apenas un vistazo al galeno que las veía pasar con el ceño fruncido pero conteniendo la risa. Michael carraspeó un par de veces antes de dirigirse nuevamente a Maggie que estaba totalmente sonrojada.

- Doc... doctor, buenos días- tartamudeó, evitando mirarlo. Con manos temblorosas le entregó una carpeta.

Michael soltó un gruñido en lugar de saludo e inmediatamente comenzó a leer el contenido.

- Ya... ya llegó su primer paciente.

Extrañado, dejó ver la hoja de datos y corroboró la hora en su reloj.

- ¿Tan temprano? ¿Y dónde está?

- Él fue a atender una llamada... ¡oh! mire, ahí viene- señaló tras de él, con un discreto movimiento de cejas.

Michael volvió la cabeza y se quedó un poco sorprendido al ver a la persona que venía a su encuentro. Aunque no fuera una mujer o le gustaran los hombres, en ese momento pudo saber con exactitud porque las chicas estaban tan entusiasmadas.

Samuel Mackay era un hombre de cuerpo atlético, alto (muy alto), de simétricas facciones varoniles, ojos de color azul intenso, cabello rubio y la piel ligeramente bronceada. Con anterioridad, Michael había visto en algún diario o revista la foto de uno de los mayores magnates del país, pero, al tenerlo de frente, no pudo evitar compararlo un poco con un modelo o una celebridad hollywoodense, al verlo tan bien acicalado con su traje oscuro de dos piezas, peinado intencionalmente desenfadado y una muy bien cuidada barba de pocos días.

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⏰ Última actualización: Mar 29, 2016 ⏰

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