C.2.- La dama que Puede Ver.

132 23 5
                                    

Una cruz guiada por sus manos fue el primer gesto que le dio a entender que no era bienvenido ahí. Había sentido como su frente ardía con ligereza, casi dulce, casi disfrutando la mueca que se había formado en su rostro. ¿En serio aquella tan afamada benevolencia no se aplicaba cuando las alas estaban rotas?

Aún así Francis visitaba aquella casa en la que no era para nada bienvenido. Era la tercera vez en el día que lo hacía siguiendo una rutina: persignándose con unas manos enguantadas, haciéndose una cruz en la frente con agua bendita y arrodillándose en las bancas con las manos entrelazadas, mirando aquella imponente figura que estaba clavada en una cruz. Murmuraba en voz baja palabras en latín, que eran más efectivas que el francés mismo, que cualquier otro idioma... excepto, tal vez, el arameo, pero él no se había dado el tiempo de aprenderlo. Le preguntaba a Él si aún lo escuchaba, preguntaba si Arthur estaba bien, si todos sus amigos estaban bien, le preguntaba que Ludwig le había comunicado lo que había notado en su rostro.

Y, siguiendo la rutina, se puso de pie.

El sacerdote, encerrado en la "cabina del perdón", como había escuchado a unos feligreses decir con sarcasmo, esperaba a alguien que fuera a confesar sus pecados.

-Cuéntame, hijo, qué es lo que te aqueja y podrás recibir el perdón de Dios.

-Padre, he pecado. -su voz era clara, y pudo ver como la barbilla del otro se acomodaba para escuchar su relato- Pequé de lujurioso junto a quien era el amor de mi vida y ahora estamos separados...

-¿Te sientes arrepentido de tus acciones?

-Claro que me siento arrepentido, Padre... más vergüenza me da mi comportamiento por el daño que le hice a la persona que amaba. -Francis suspiró, y bajó el rostro.

-Entonces te concedo el perdón de Dios, hijo mío... pero para redimirte completamente debes rezar. Reza conmigo...

-Francis. -completó el otro, entrelazando sus manos.

Cuando salió de allí no sintió el perdón de Dios, más bien escuchó unas suaves carcajadas detrás de si, que se intensificaron en la calle, cuando se vio rodeado de gente que usaba paraguas de muchos colores que se mezclaban entre sí a través de las ajetreadas calles antiguas.

Los lamentos de Feliciano ya no se oían, ni tampoco las de sus amigos.

-¡Eh! ¡Espera! -cuando el ángel caído se giró, pudo contemplar a una dama con el hábito negro revoloteando a su alrededor, corriendo hacia él. Al estar cerca se detuvo, para ir caminando y recuperar el aliento, mientras extendía sus manos.- Se le quedó ésto. -Francis contempló la bufanda gris que había llevado aquel día, que se mojaba con la lluvia.

-Eh... muchas gracias. Supongo. -la tomó y observó a la que venía vestida de monja con el ceño fruncido.- ¿Qué ocurre? ¿Por qué me mira así?

-¿Qué... le pasó a sus alas? -los ojos de Francis se abrieron como platos cuando le oyó hablar de aquel signo que lo identificaba y supuestamente eran invisibles para los humanos normales.

-¿Cómo...?

-Sí... puedo verlas. -respondió ahora, en voz baja.- Están heridas... ¿Tú fuiste quien cayó?

-¿Cómo lo...? -un suspiro salió de sus labios y se curvaron en una sonrisa. Se aguantó las carcajadas al identificar aquel rostro angelical y esa cabellera corta y rubia que estaba semi-escondida en aquel velo negro que llevaba en la cabeza.- Eres Jeanne, ¿Verdad? Nos conocimos hace muchísimo tiempo...

-Le habría recordado. -le dijo ella, semi-sonriente, con confianza en los ojos.- Tengo buena memoria de los rostros.

-En años anteriores siempre pudiste verlas. -Francis sonrió. Era mejor decirle eso a la verdad.- Me presento, -se inclinó, haciendo una reverencia ante la monja.- soy Francis Bonnefoy, un placer, hermana...

-Hermana Jeanne. -dijo, seriamente, haciendo una inclinación con la cabeza.- Solo así, al hacer el juramento nos liberamos de nuestros apellidos y nuestros orígenes y nos evocamos solo a Dios.

-Yo diría que usted es apellidada D'Arc, ¿verdad?

-¿Como lo supiste? -la otra le miró sorprendida, con las cejas elevadas, sin entender por qué sabía su apellido.

-Le dije, le conozco. De verdad me gustaría que recordaras... Era una de las mejores.

-¿En qué? -Jeanne le miró un instante, fijamente y de pronto se sobresaltó cuando una gota de lluvia golpeó su rostro.- Está lloviendo a cántaros. -se rió, un poco sonrojada al ver como a Francis no le importaba estar empapado y luego vio a toda esa gente que no se detenía yendo al trabajo u otros lugares, siguiendo su vida normal.- ¿Le gustaría pasar al edificio de la iglesia? Hasta que termine de llover, claro, si no le molesta. Podría ayudarle con sus alas también, si es que gusta.

-Confío en que pueda, hermana... si usted las ve, sabrá como curarlas. Necesito que se curen. -murmuró, empuñando la mano izquierda.- De verdad lo necesito.

-¿Por qué? -le miró, con curiosidad en los ojos hasta que atinó y avanzó unos pasos torpes hacia la parte trasera de la iglesia.- Es por acá, Francis... sígame.

~***~***~
Lamento mucho tardar en actualizar uvu el colegio literalmente me está matando, las obligaciones, las pruebas... Espero tener tiempo pronto para seguir escribiendo, aunque sea del celu. ¡Gracias por leer!

[APH AU] La manera de Volver. {FrUk} [Pausada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora